PP, el “paquete de Amazon” de Vox Pilar Velasco

Un mes y ocho días. Ese es, tan sólo, el tiempo que ha pasado entre la toma de posesión de Donald Trump y la encerrona a Volodímir Zelensky en la Casa Blanca. Cuando los tiempos se aceleran, es mejor tener un calendario a mano para no perderse entre la sucesión de sorpresas, espectáculos y sobresaltos en que se ha convertido la actualidad.
Entre las injerencias de los millonarios tecnológicos en las elecciones de terceros países, los anuncios de anexiones territoriales, la escalada arancelaria, las deportaciones de inmigrantes, los grotescos planes para Gaza y el resquebrajamiento del atlantismo, ese mes y ocho días parece una eternidad.
Esta estrategia de la tensión sostenida pretende que no sepamos distinguir entre la puesta en escena y las amenazas reales, además de buscar la paralización que provoca la sensación de no saber por dónde va a llegar el siguiente golpe. La capacidad para dominar la atención, en manos de gente como Trump, suele ser un camino de migas envenenadas.
De este mes largo quédense, como les adelantamos por aquí el último día de 2024, con dos cuestiones. La primera es la ofensiva interna contra la arquitectura institucional estadounidense llevada a cabo por Elon Musk a través de DOGE, un organismo que bajo la excusa de la eficiencia busca parasitar a su huésped y destruir las resistencias a la implantación progresiva del nuevo régimen.
La segunda, en la esfera internacional, es la destrucción de las condiciones que han propiciado en el siglo XXI el ascenso de China a primera potencia mundial en muchos aspectos. En los años 90, deslocalizar la fuerza industrial occidental en Asia pareció una gran idea para los inversores bursátiles. China aprovechó la contingencia y en cuatro planes quinquenales se comió por los pies a Estados Unidos.
La pretensión de Trump es provocar un electrochoque a esas condiciones de la economía y el comercio, provocando que la ventaja china en la producción se transforme en una sobrecapacidad que ahogue al gran país oriental que primero puso la mano de obra, después copió y más tarde mejoró, pero siempre con la convicción de que habría unos mercados occidentales en los que colocar sus productos.
Esta semana darán comienzo las conocidas como las dos sesiones, el acontecimiento político anual más importante de China, que comprenden el inicio de la Asamblea Popular Nacional, su órgano legislativo, el miércoles 5, y del Comité Nacional de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino, órgano de asesoramiento político, el martes 4.
Trump es un consumado maestro en el arte de la mentira y la confusión, algo que en España no nos debería sorprender tratándose de un hombre que hizo su fortuna con la especulación inmobiliaria
Lo que China quiere contarse y contar al mundo saldrá de estas dos sesiones, donde se prestará atención a un nuevo impulso expansivo de su economía, pero también a su gasto en defensa y su posición internacional en este convulso momento. Lin Jian, portavoz de Exteriores, ha afirmado que Trump está “utilizando los aranceles para presionar y chantajear” lo que es devolver “enemistad por amabilidad”.
Por su parte, Lou Qinjian, portavoz del Legislativo, se ha referido al viejo continente de la siguiente forma: “China y Europa son fuerzas constructivas para la paz”. Lou ha expresado que ambos bloques deben fortalecer sus relaciones comerciales para “hacer frente de forma conjunta a desafíos globales y oponerse al unilateralismo y al proteccionismo”.
China no es un país que utilice la mentira en su discurso político, más bien presenta sus posturas de una forma cordial, poco conflictiva, lo que supone que hay que leer estos mensajes por capas: aquella que aparece de manera obvia y aquella que se le opone aunque no se refleje de manera explícita. Cuando China habla de paz y desarrollo se está refiriendo a esos dos conceptos y la manera de conseguirlos, pero también indicando su reverso.
Trump es, por contra, un consumado maestro en el arte de la mentira y la confusión, algo que en España no nos debería sorprender tratándose de un hombre que hizo su fortuna con la especulación inmobiliaria. Por eso, en lo que respecta a Ucrania, su pretensión de simplificar la paz como un acuerdo comercial, tan ventajoso como moralmente vergonzoso, hay que leerlo como lo que es: una coartada.
Las anteriores administraciones estadounidenses utilizaban determinados países para provocar conflictos a sus enemigos. A Ucrania se le empujó a las puertas de la OTAN, pese a saber que eso podría desencadenar una respuesta armada rusa que, a su vez, rompería las relaciones comerciales de Moscú con Berlín.
Para Trump lo único importante es China. Acercándose a Putin pretende sembrar la semilla de la desconfianza entre el líder ruso y Xi Jinping, pero, sobre todo, crear una situación inaceptable para la seguridad europea que provoque que la UE gaste más en armas que en desarrollo tecnológico, industrial y comercial.
Este martes, Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, ha anunciado el plan Rearmar Europa que “podría movilizar cerca de 800.000 millones de euros de gastos en defensa”. Curiosamente una cifra exorbitante muy similar a la propuesta por el Informe Draghi, salvo que esta iba a ir enfocada a los campos económicos anteriormente citados.
La pregunta no es si la Unión Europea necesita aumentar sus capacidades militares, algo que parece obvio vistos los últimos movimientos geopolíticos, sino si el modelo de integración de esa defensa va a suponer una afirmación de la soberanía del continente respecto a Washington o una nueva forma de enriquecer al complejo militar estadounidense.
La frase “todo es caos bajo las estrellas; la situación es excelente” se atribuye a Mao Zedong, el padre de la revolución comunista china. Algo similar, pero expresado de una forma mucho más tosca, sin duda menos poética, es lo que deben estar pensando Trump y sus secuaces tecnológicos. Dejemos que el mundo se conmocione, dejemos que el pavor se extienda y de las ruinas impongamos de nuevo nuestro orden.
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