Caníbales

Mujeres que crecen

Desayuno de negocios

El viernes desayuno en un hotel pequeño y solitario con dos tipos con corbata y más de cincuenta años. Toman fruta y té, no prueban los lácteos, hablan de trabajo. En la mesa de enfrente, dos mujeres de su edad comen churros y hablan por los codos. Tienen la marca de la almohada en el pelo (ese pelo de peluquería que algunas mujeres conservan durante días lleno de huellas de vida) y no se han maquillado. Al salir les pregunto a los dos hombres con corbata si las han visto y lo niegan sin esfuerzo y con total sinceridad: “No había nadie más en el salón”. Les juro que no las he inventado y me contestan: “las mujeres de cincuenta son invisibles, ya lo sabes. Aprovecha…”.

Madres en el portal

El sábado, a última hora de la tarde, me encuentro a dos niñas de siete años que juegan en el portal de mi casa. Juegan a ser madres. Las he visto de lejos y he adivinado sus gestos: una cuidaba su tripa de falsa embarazada; la otra preparaba biberones. Las he pillado por sorpresa y me suplican que no revele su secreto. “Es que no quiero que mis padres sepan lo rápido que deseo crecer”, me suplica una. “¿Para qué?”, pregunto. “Para saberlo todo”.

En casa, su hermana de catorce años se desmaquilla mientras repasa un capítulo de “Juego de Tronos”. Le pregunto si no le asusta la violencia. “¿Es violenta? No me he fijado; me dejan clavada las escenas de sexo”.

Un hombre y un libro

El domingo por la noche, un hombre me regala un libro. “El intenso calor de la luna”, de Gioconda Belli (Seix Barral). Me lo regala con una intención profesional que no viene al caso, pero me lo regala y yo, que soy muy agradecida, lo leo. Y, así, a traición, me encuentro leyendo mi primer libro sobre la menopausia.

Y pienso: toda la vida, las mujeres queremos crecer y pasar a la siguiente etapa. ¿Toda? No. Sólo hasta los treinta, los cuarenta si me apuran.

Las mujeres nos pasamos la vida queriendo saber más sobre lo que nos espera, y sobre lo que nos atrae, y sobre lo que nos aterra. Nos pasamos la vida informándonos sobre el sexo, la menstruación, la maternidad, el amor y la conciliación, pero… (y este pero es un gran pero) salimos huyendo (o escapo yo y casi todas las mujeres que conozco) cuando nos quieren contar el más allá. ¿Sudores? ¿Hormonas? ¿Vejez? ¿Que la madurez era esto? “Muchas gracias, muy amable, perdone, que prefiero no saberlo”.

Y alguien te grita que escuches, que a partir de los cincuenta ya sabes quién eres, que es una etapa de plenitud, que…

Pero no te pillan. Porque las mujeres nos pasamos la vida creciendo para poder, cuando ya han nacido nuestros hijos y aún viven nuestros padres, darle a la pausa.

La pausa, puede ser, este libro de Gioconda Belli. La pausa, también, puede ser hoy. Es primavera, hace sol, estamos todos.

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