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El plan B de Trump: volver en 2024

Ramón Lobo nueva.

Las elecciones de EEUU aún no han terminado. Todo depende de Donald Trump, que mantiene que se las han robado. No tiene intención de admitir la derrota y facilitar el traspaso de poder, regulado por ley. Habla de fraude masivo, del que no presenta pruebas porque no las hay. No está solo en su negacionismo. Decenas de altos cargos y senadores como el jefe de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, alientan la teoría de la conspiración, pese a que en esas mismas elecciones supuestamente fraudulentas han salido elegidos. Es la esquizofrenia de un partido que se aleja de los valores de la democracia

Trump es un tipo enrabietado, vengativo y peligroso. No olvida traiciones, desapegos o tibieza en el entusiasmo. Quedan 10 semanas hasta el 20 de enero, fecha de la toma de posesión. No sabemos —y es posible que Trump tampoco—, si el presidente confía en revertir el resultado en los tribunales o es solo ruido para robarle protagonismo a Joe Biden y sentar las bases de su futura plataforma política. Nadie se mueve en la foto porque todos hacen la lectura de que Trump no está muerto.

Biden no ha perdido tiempo en poner en marcha su maquinaria presidencial. Primero, los discursos de la victoria, el suyo y el de Kamala Harris; después, las primeras decisiones. El objetivo es no dejar espacio a la duda, ni a los juegos de Trump, imponer la narrativa de que las elecciones han terminado. Cada día que pase les será más difícil a los republicanos dar la vuelta al resultado, y mayores los riesgos si lo intentan. No es posible una repetición de Florida 2000 multiplicada en varios Estados. Esta vez hay peligro de un grave enfrentamiento civil si el Tribunal Supremo dominado por los conservadores (tres de ellos elegidos por Trump) revirtiera el resultado. Sería un golpe de Estado. De todos los tuits trumpistas, aún faltan los más peligrosos, los que llamarán a la defensa de la Casa Blanca.

Trump tiene varias opciones una vez que deje de ser útil la fantasía de que ha ganado de calle. La principal es presentarse en las elecciones de 2024. Se lo permite la Vigésimo Segunda enmienda, que limita la estancia en la Casa Blanca a dos mandatos. El actual presidente solo ha consumido uno. Lo pueden comprobar en este enlace.

De confirmarse su derrota, tratará de ejercer de presidente en la sombra. No descarten que lance un medio de comunicación, preferentemente televisión, como plataforma personal, o se haga con alguno existente. Le ha defraudado Fox News, su canal de cabecera, porque se apresuró a dar la victoria a Biden-Harris en Arizona, y ahora tiene “la desfachatez” de llamarle presidente electo y de cortar sus filípicas o las de sus asesores. Un tercio de la audiencia de Fox News considera que este canal ultraconservador es demasiado liberal. Esto significa que hay base para una plataforma todavía más a la derecha.

De presentarse en 2024, Trump debería someterse antes al larguísimo proceso de primarias, y por lo tanto conseguir el dinero para financiarse. Otro de los peligros es que asentada la base populista en 71 millones de votos aparezca otro líder, alguien más sofisticado, menos cortoplacista y menos enfermo de ego, con un programa ultraconservador detrás. Este artículo de Zeynep Tufekci es de lectura obligatoria: America’s Next Authoritarian Will Be Much More Competent.

Más allá de lo que haga el aún presidente en estas semanas, el éxito de la presidencia de Biden se juega en Georgia, que celebrará una segunda vuelta el 5 de enero en sus dos escaños al Senado, algo infrecuente (lo explico más adelante). Si los demócratas ganaran ambos escaños, que está por ver, empatarían a 50 con los republicanos en una cámara alta formada por 100 senadores (dos por cada Estado). En ese caso, la vicepresidenta electa Kamala Harris, que es a su vez presidenta del Senado, tendría el voto de desempate.

Esto permitiría a Biden gobernar durante los próximos dos años sin tener enfrente un Senado hostil, con capacidad de bloquear sus iniciativas. Georgia equivale a una segunda vuelta de las presidenciales. Antes del 3 de noviembre, los republicanos tenían una mayoría de tres escaños en el Senado; ahora la tienen de dos, a falta de lo que suceda en Georgia.

En 2022 habrá elecciones legislativas (se celebran cada dos años). Afectarán a la totalidad de la Cámara de Representantes y a un tercio del Senado. Será un momento delicado en el que los republicanos podrían recuperar la cámara, si la pierden ahora, o quedarse en minoría hasta 2024. Biden y los demócratas necesitan asentar su éxito para dificultar cualquier intento de Trump en 2024. El presidente electo tendría entonces 82 años. Estos cuatro años deberían servir para lanzar a Kamala Harris y tener banquillo suficiente. Para eso sirven los gobiernos. Esperen altos cargos para Pete Buttigieg y Elisabeth Warren.

Apunten este nombre: Stacy Abrams. Es la fuerza y la inteligencia política que está detrás del cambio en Georgia. Estuvo en la lista de Biden como posible vicepresidenta. Lleva diez años trabajando para lograr que su Estado deje de ser republicano.

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La explicación prometida. El Senado tiene 100 miembros con un mandato de seis años. Está escalonado para que cada dos años se renueve un tercio. Si un senador muere o renuncia durante su mandato, el gobernador del Estado del que procede el escaño vacante nombra un sucesor. Algunos Estados, no todos, obligan por ley a que el sustituto sea del mismo partido. El nuevo senador deberá refrendar el cargo en la siguiente elección. En ella pueden presentarse varios candidatos. Es necesario superar el 50% de los votos para evitar la segunda vuelta.

En la elección especial de Georgia, el republicano David Perdue no lo consiguió por décimas. La particularidad de este Estado es que también exige el 50% en las elecciones regulares. Él y Kelly Loeffller, que quedó segunda y lo tiene más difícil, pidieron la dimisión del secretario del Estado de Georgia, que también es republicano, acusándole de no defender la integridad de la elección. Ambos copian la reacción de Trump.

Tras cuatro años de anormalidad bajo un presidente anormal y peligroso, incapaz de ver más allá de su ego y con un discurso divisivo repleto de insultos, llega un hombre normal, incluso aburrido, que nos va a parecer un bálsamo y una oportunidad de concordia. Nunca había visto tanta alegría en las calles de EEUU para celebrar la derrota de un presidente. Es como si cayera un régimen, no un gobierno.

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