Nacido en los 50

Ahora toca ser humanitario

El Gran Wyoming

Ante la gestión política que ha llevado a cabo el Gobierno por el primer caso de contagio de ébola fuera de África, uno ya no sabe qué hacer, porque las peores pesadillas, los prejuicios más disparatados, quedan rebasados por la constatación de encontrarnos bajo el yugo de estos seres pluricelulares de otra dimensión en la crueldad, en el descaro, en el desprecio. Señor, tú que todo lo ves, ¿podrías bajar del cielo y decirnos en manos de quién coño estamos?

La desesperación se ve incrementada por el vergonzoso papel de ciertos medios de comunicación que actúan de coro de este Gobierno cuyo partido, por cierto, ha sido descubierto en más de una ocasión sobornando con dinero negro a periodistas. Esos medios afines se han dedicado a denunciar la torpeza de la infectada, destacando el peligro que ha supuesto para la ciudadanía su negligencia, y a amplificar la detestable actitud del consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Javier Rodríguez, que parece no salir de su asombro al preguntarse las razones ocultas que han podido llevar a Teresa Romero a ocultar la verdad, a no dar toda la información que tenía.

Los ciudadanos, perplejos porque la villanía de los responsables que guían nuestras desdichas se incrementa en cada ocasión, nos vemos sumidos en un terrible vértigo al sentirnos incapaces de intuir hasta dónde son capaces de llegar si, como en este caso, convierten en un peligro público a una trabajadora, que podría morir en cualquier momento, por haber cometido el delito de ofrecerse voluntaria para tratar de aliviar la agonía de un enfermo que una decisión política puso en nuestro país. La decisión de traer a aquellos enfermos fue humanitaria, dicen, y parece que en ese gesto agotaron toda su humanidad, porque no hacen gala de ella a la hora de salvar su cargo, convirtiéndose en seres desalmados en su intento de perpetuarse en el poder, culpabilizando a las víctimas que ellos mismos han provocado con su negligencia e inoperatividad, sumado al deterioro que ha sufrido la sanidad pública con el desmantelamiento sistemático que supone su política de recortes; de cierres de unidades que servían, precisamente, para estos casos; con su política de privatización que sólo persigue que se forren unos grupos de inversión que tienen sus sedes en paraísos fiscales a costa de la salud de los ciudadanos.

Así de claro.

Ahora, viendo que esta extraña intriga que intentaron vendernos y que nadie comprende en torno a los ocultos motivos que llevaron a Teresa Romero a mentir no ha dado pie a una teoría de la conspiración, reculan para crear un gabinete de crisis haciendo que salga Soraya Sáenz de Santamaría a recordarnos que se trata “de vidas humanas”. La clase de Barrio Sésamo llega un poco tarde; muchos ya sospechábamos que el ébola tenía mucha relación con la muerte “de personas”, es más, de personas inocentes, no negligentes.

Nos recuerda que no es la hora de la política. Sería difícil explicar, entonces, por qué acudieron al hospital Carlos III Mariano Rajoy e Ignacio González en lugar de los responsables de la sanidad de este país. Y, sobre todo, por qué hicieron una declaración a los periodistas prometiendo información y claridad al tiempo que prohibían, otra vez, las preguntas, desde una puerta lateral, alabando la profesionalidad del personal sanitario, mientras en la entrada principal se encontraban los receptores de esas alabanzas para mostrar su rechazo a todo lo que había ocurrido hasta entonces. Llegaron y se fueron como auténticos forajidos. Tal vez no sea el momento de la política, pero ese acto de cara a la galería, de pura propaganda, nada tenía que ver con una labor humanitaria. Cuando uno tiene la conciencia tranquila no se esconde, y cuando se hacen las cosas “como dios manda”, que es la única consigna que dice seguir el presidente del Gobierno, no se llega a esta situación en la que uno tiene que escapar mientras le arrojan guantes de látex.

Es evidente que las cosas se han hecho mal, y además se han justificado de forma aberrante e irresponsable, pero no se puede cargar toda la responsabilidad en ese consejero que a todas luces no debería haber estado ahí nunca, ellos deben conocerle ya que le han dado un cargo de tanta responsabilidad. Estos señores llegan al puesto gracias a esa política que, lejos de hacer lo que “dios manda”, coloca en primera línea a perros de presa que dan la cara mientras se cometen fechorías, un día sí y otro también, en los despachos.

La gestora de la crisis es la misma que a duras penas contuvo las lágrimas cuando hablaba del drama de los que perdían la vivienda para, unos días más tarde, traicionar la Iniciativa Legislativa Popular que se presentó en el Congreso para pedir protección contra los abusos, avalada por millón y medio de firmas y los tribunales europeos, sacando una ley de urgencia que ha empeorado la situación de los que viven con el agua al cuello y para los que ella reclamaba emocionada una segunda oportunidad. Una ley necesaria, decía entrecortada, porque eso de vernos en la calle “nos puede pasar a todos”. A unos más que a otros, señora, a unos más que a otros. Gracias a esa ley, que aprobó el PP en solitario, las ejecuciones hipotecarias se han incrementado un 4,2% en lo que va de año. Lloran ante los atriles y apuñalan por la espalda.

Gestionar las crisis ya es sinónimo de dar la cara para evitar la hemorragia de votos. Hablan de vidas humanas mientras destruyen nuestra sanidad despreciando la labor, el trabajo de lustros de los profesionales que la han construido y de los que se esconden. Ni les preocupaba ni les preocupa otra cosa que el lucro.

Si, como usted dice, doña Soraya, “ahora debemos cuidar a Teresa Romero; los puestos políticos me parecen lo menos importante, al menos el mío”. Si de verdad no le preocupa el cargo, la pregunta obligada es: “¿Qué hace ahí, con esa gente?”

Han caído tan bajo que ya no hablamos de ideología sino de decencia elemental.

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