No me llames zorra

Dijo el presidente del Gobierno el pasado lunes que el feminismo además de ser justo también puede ser divertido. Lo hacía para referirse a la canción Zorra, interpretada por Nebulossa y que ha resultado ser la elegida para representar a España en el Festival de Eurovisión.

Bien sabemos las mujeres que zorra o puta son los insultos que más se han usado contra nosotras para desprestigiarnos. Zorra para avergonzarnos por desviarnos del camino que el patriarcado ha marcado como correcto. Zorra como castigo y látigo disciplinador. Como escarnio público por transgredir las normas. Es también una de las descalificaciones que los agresores más suelen repetir a las víctimas de violencia machista, cualquiera que haya conocido a una mujer en esta situación sabe de lo que hablo. 

Hay quien defiende que la canción es un alegato feminista porque se reapropia del insulto. Para que esta resignificación funcione hay una norma no escrita aunque fundamental: que sea el propio sujeto al que se dirige el agravio el que se apropie de él. Lo sabe bien el colectivo LGTBI al que, durante años, se ha estigmatizado llamándoles de forma despectiva maricas, bolleras o queer. Hoy, hay un movimiento potente que ha conseguido darle la vuelta a esas palabras y que las enarbola con orgullo. Pero lo cierto es que a muchas de nosotras nos resulta muy violento que un desconocido nos llame zorras por la calle. Las Vulpes lo cantaron hace 40 años -¡cómo olvidar aquel Me gusta ser una zorra!- e incluso fueron censuradas por ello, pero si fuera tan sencillo desmontar el patriarcado con sus propias armas hoy no estaríamos teniendo este debate.

Hace tan solo unos días fuimos testigos de cómo el Congreso de los Diputados eliminó la palabra disminuido de la Constitución. Las personas con discapacidad llevaban años reclamando esa modificación porque se sentían ridiculizadas. Un ejercicio ampliamente respaldado desde todos los ámbitos de una sociedad en la que ese término peyorativo ya no tiene espacio. De hecho, ahora nos llevamos las manos a la cabeza cuando leemos en periódicos que no hace tanto tiempo se les definía como subnormales. Entonces, ¿por qué resignificar un insulto cuando podemos aspirar a erradicarlo del lenguaje? 

Nuestra manera de hablar no es inocua, crea nuestro imaginario social, construye nuestra realidad. Quizá sea el momento de pararse a pensar en cómo afectará a la libertad sexual de una niña o de una adolescente que la llamen zorra en el instituto si nadie le explica que puede revertir el insulto, que puede resignificarlo.

La creación artística es libre pero no tiene que ser transgresora. Se nos ha vendido que lo que nos hace poderosas es la cosificación o que cuanto más follemos, mejor. Es una idea neoliberal que oculta que el verdadero poder es cobrar lo mismo que ellos

Que sea una mujer de 50 años la que pone la voz al tema no lo convierte necesariamente en un himno feminista. La creación artística es libre pero no tiene por qué ser transgresora. De un tiempo a esta parte a las mujeres se nos ha vendido que lo que nos hace poderosas es la cosificación y sexualización de nuestros cuerpos o que cuanto más follemos, mejor. Quien no encaja ahí pasa a ser una puritana. Es una idea neoliberal, enmascarada de libre elección, que oculta que el verdadero poder reside en cobrar lo mismo que nuestros compañeros varones –hoy conocemos, por cierto, que la brecha salarial es del 18%–, que las tareas de cuidados recaigan por igual entre hombres y mujeres o que podamos andar por la calle sin miedo a sufrir una agresión. En este punto, habría que preguntarse el motivo por el que desnudas resultamos más poderosas que leyendo o que cuando accedemos a altos cargos empresariales, copados habitualmente por hombres.

Si hay algo que define la lucha por la igualdad es que transforma, es emancipadora. Por eso, debemos plantearnos si la canción de Nebulossa encaja en este marco o representa a las mujeres en los mismos términos en los que se nos ha sometido históricamente. A estas alturas, no será ni la primera ni la última canción que nos gusta - o no- cuyo mensaje no es igualitario.

Especialmente simplista y tramposo resulta que se intente banalizar el asunto reduciéndolo al enfrentamiento de dos bandos dentro del propio movimiento. El feminismo escucha, reflexiona y argumenta. Sus más de tres siglos de antigüedad dan buena cuenta de ello. El debate está abierto y cualquiera es libre de opinar pero no puedo dejar de reseñar la cantidad de mansplainning que hemos tenido que soportar de repentinas "voces expertas" que no han leído en su vida un libro relacionado con la igualdad de género.

Pedro Sánchez lo dijo en televisión: el feminismo también puede ser divertido. A mí me cuesta calificarlo así cuando los datos reflejan que 1 de cada 5 jóvenes piensa que la violencia machista es un invento ideológico o cuando cada año se producen 60 feminicidios. Si hay algo de lo que no puede prescindir es de su carácter combativo. Porque es ese feminismo incómodo el que ha conseguido identificar y nombrar las estructuras de opresión, impulsar leyes y cambiar realidades.

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