Los periódicos son una fuente fecunda para las investigaciones de los historiadores y esto ata la suerte de los investigadores a la honestidad de los muertos
“Vivimos la época de mayor influencia internacional de España desde Felipe II”. La frase del irremplazable y añorado Jaime Miquel sigue siendo tan cierta como cuando hace poco más de un año la dijo y procede traerla a hoy porque la vida no dejó al más sagaz consultor político del país ver cómo el presidente del Gobierno sacaba de sus casillas al tirano estadounidense, capitaneaba la reacción europea contra el genocidio en Palestina, cómo el país se acercaba a los 22 millones de trabajadores ocupados y cómo el PIB per cápita español superaba al de Japón. Miquel no vivió para ver a Sánchez encarnando la dignidad de ese liberalismo democrático, del que todos sus colegas europeos hablan bajito para no enfadar al déspota de la Casa Blanca. Cuando fijó la frase que encabeza estas líneas aludía al paso adelante dado por España en la UE desde la pandemia de 2020, cuando Enmanuel Macron y Angela Merkel se pusieron a rueda de la iniciativa española de fondos de recuperación y la embajada alemana en Madrid preguntaba a los periodistas cómo la Administración pública había podido hacerse cargo de siete millones de nóminas en menos de cinco meses.
La hipérbole alusiva a Felipe II tiene una ventaja muy propia de las elocuentes y lúcidas sentencias que emitía Jaime Miquel: no puede ser contradicha. Pedro Sánchez no gobierna territorios que van de Filipinas a Flandes, de Perú a Portugal, no puede dictar guerras, matrimonios, inquisiciones y conquistas, pero ha convertido España en un actor relevante del discurso internacional progresista. Su fuerza, como corresponde al siglo XXI, no radica en la coacción sino en la influencia narrativa desde un país que nunca ha tenido un papel protagonista en la construcción ideológica del mundo globalizado en la Modernidad. España es hoy un indudable nodo del discurso político contemporáneo, cuando los Uruk Hai rodean la ciudadela democrática y amenazan la agenda progresista, feminista, ecologista y europeísta –todo lo que es bueno y decente–, convertida en altavoz contra Trump, Bolsonaro, Milei o Netanyahu y haciendo del europeísmo un gesto de resistencia antifascista y no un simple tecnocratismo, como hizo el neoliberalismo durante casi medio siglo. En el tablero internacional de ideas, España ha vuelto a importar, algo insólito desde la Ilustración, porque el mundo está necesitado de referencias contrarias al auge reaccionario y nadie más alza la voz.
En el tablero internacional de ideas, España ha vuelto a importar, algo insólito desde la Ilustración, porque el mundo está necesitado de referencias contrarias al auge reaccionario y nadie más alza la voz
La España democrática solo se había atrevido a desempeñar un protagonismo subordinado. La importancia internacional del felipismo fue asignada por otros, como símbolo de la “democratización exitosa” del sur de Europa, en clave de alumno brillante, y su inserción en Europa fue la de quien quiere ser admitido en el club de los mayores, no la de quien propone las reglas del club. Su internacionalismo fue la puesta de largo, con canesú y lacitos, de la España democrática ante la mirada satisfecha de Occidente. Su sucesor, José María Aznar quiso romper esa lógica gregaria pero lo hizo desde la obediencia a la agenda estadounidense. Su rebelión contra la servidumbre fue, pues, buscarse otro señorito al que servir, de ahí que la foto de las Azores sea, efectivamente, una imagen de sumisión estratégica a intereses aún más ajenos que los del bureau europeo. Este es el contexto real sobre el que se insertan las portadas y titulares españoles de los últimos diez días, chirriando al frotarse contra esta hora tremenda de las libertades y empujando con su ira espumosa la Ilustración Oscura.
Hace siete años, cuando Pedro Sánchez llegaba a Moncloa tras haber sometido a todo el aparato de su partido y a sus activos terminales periodísticos, de la mano de los novísimos de Unidas Podemos, le dio a uno por pensar que quizá la II República no era aquella precariedad voluntarista y desastrosa que el acervo de historiadores ha insistido en transmitirnos. Tal vez solo era otra democracia imperfecta y frágil, como lo son todas siempre, en un país desdentado y analfabeto, lleno de meapilas, beatas asustadas y señoritos a caballo.
Tal vez, pienso leyendo hoy los titulares, lo único que le pasó a la II República fue la prensa española.
Bendito seas, Jaime.
Los periódicos son una fuente fecunda para las investigaciones de los historiadores y esto ata la suerte de los investigadores a la honestidad de los muertos