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Muros sin Fronteras

La política de los hombres pequeños

La muerte del piloto jordano Moaz al Kasasbeh, quemado vivo por sus captores del Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS), demuestra que la verdadera guerra no es islam contra cristianismo, o mundo árabe contra Occidente, como se vende en algunos medios de comunicación y en algunos ministerios. Las primeras víctimas de la radicalidad del ISIS son los civiles musulmanes de Siria, Irak, Líbano y Jordania, como los son miles de paquistaníes y afganos zarandeados por los talibanes o los nigerianos que padecen la inquina de Boko Haram. Los occidentales muertos son una minoría amplificada por las televisiones. Pese a ello, tenemos un problema, y no será la cadena perpetua revisable la solución.

Esta semana se acumulan las frases de condena y los titulares con adjetivos-bala. La brutalidad no está solo en el método elegido -quemar al piloto dentro de una jaula-, también en la indecencia de entablar negociaciones para su liberación después de su asesinato, ocurrido hace un mes. No sirven de nada los rezos, las vigilias, las súplicas. Tampoco hubo misericordia para el periodista japonés Kenji Goto

En represalia por lo ocurrido, Jordania ha ejecutado de inmediato a la iraquí Sajida al Rishawi, a quien el ISIS deseaba liberar, y otro terrorista de Al Qaeda. El ojo por ojo, tan bíblico y popular en Oriente Próximo, no resuelve los conflictos ni mejora la seguridad de todos, es solo otra muestra de desconcierto e impotencia, como lo es la cadena perpetua revisable.

Es cierto que la lucha contra el islamismo radical exige nuevas ideas y estrategias, quizá más policiales y de recabar información (eso que llamamos servicios de inteligencia con cierta pomposidad pues no siempre lo demuestran). Los jueces y fiscales sostienen que no son necesarias más leyes. Los expertos en terrorismo como Rogelio Alonso, profesor de la Universidad Rey Juan Carlos, afirman que lo más urgente es dotar de medios a los servicios de seguridad.

Tras los atentados del 11-S en Nueva York y Washington, John Le Carré, escritor y ex espía británico, señaló que uno de los problemas de la CIA, NSA y demás servicios es que habían descuidado la calle en favor de los satélites y demás artilugios. Siempre es necesario disponer de un tipo manchándose los zapatos de polvo, capaz de percibir los matices, oler las situaciones y dejarse llevar por la intuición y la experiencia. Prevenir es más eficaz y barato: ahorra vidas.

¿Cuántos policías y espías españoles hablan árabe? ¿De cuántos traductores disponemos para leer el material que fluye por la Red? Seguramente bastantes más que las semanas previas a los atentados del 11-M. ¿Son suficientes? ¿Cuántos sería necesarios para infiltrarse en mezquitas, carnicerías, centros sociales y locutorios, para anticiparse a las amenazas?

La cadena perpetua revisable pertenece al mismo Gobierno que ha tratado de aprovechar los atentados de París, el de Charlie Hebdo y el del supermercado kosher, para justificar las devoluciones en caliente en las vallas de Ceuta y Melilla, como si esos inmigrantes que escapan de las guerras, las enfermedades olvidadas, el hambre y la pobreza fuesen la amenaza. Ellos también son víctimas. Los atentados de Madrid, Londres y París fueron obra de personas que vivían entre nosotros, que se radicalizaron aquí.

Es necesario un debate en la UE, en el Europarlamento, que para eso está, y adoptar medidas comunes para una amenaza común y dejar de jugar con los titulares, calentar las bajas pasiones, escandalizarse de las atrocidades del ISIS y olvidarse de Boko Haram.

No servirá de nada un pacto europeo si no somos capaces de implicar a los gobiernos de los países de mayoría musulmana. Ellos son la primera línea en el combate al radicalismo. Pero ¿cómo lograrlo si muchos de sus supuestos amigos son tan radicales como el ISIS, que decapitan amparados en la ley y azotan con un látigo a los disidentes? ¿Cómo lograrlo en Egipto donde existe una dictadura que mata a activistas en la calle, condena a muerte a los opositores y encarcela a periodistas? ¿Qué tipo de ética podemos esgrimir para afirmar que somos mejores cuando quizá solo seamos más sofisticados, menos evidentes? ¿Qué tipo de combate en favor de la libertad de expresión podemos esperar de regímenes que no creen en ninguna libertad y que agitan la religión como si fuera un brazo armado en defensa de su poder y de sus privilegios?

¿Qué simpatía podemos esperar de una población que nos ha visto actuar en Irak, Siria, Libia, Yemen en defensa de nuestros intereses, que ha padecido la guerra y el hundimiento de sus vidas? ¿Qué podemos esperar si la cuestión palestina ha descendido a segunda división y pelea con los saharauis para no bajar otro escalón, al olvido completo? ¿Qué responsabilidad tiene Occidente y sus amigos del golfo, como dice el vídeo que encabeza este texto?

Son tantos los frentes abiertos, los fallos, la inmoralidad extrema y tanta la propaganda y las mentiras que al final solo queda esperar que el ISIS se ahogue en sí mismo, en sus contradicciones. Ni siquiera podemos presumir de haber ayudado a la milicia kurda que liberó Kobane. Bien, es verdad que EEUU ha bombardeado las posiciones del llamado Estado Islámico, y que Turquía hizo la vista gorda para que llegaran refuerzos. No ayudamos de forma masiva y eficaz a los kurdos porque tenemos miedo de crear un problema kurdo a Turquía, que sus kurdos, que son el 23% de la población, quieran la independencia. Ayudamos a las milicias chiíes porque no nos fiamos del Ejército iraquí que hemos entrenado y armado, y pactamos con Irán en secreto, mientras que Netanyahu sigue señalando a Teherán como el mayor enemigo de la humanidad. Cada uno juega en su tablero, ninguno vemos el tablero completo.

La única fórmula eficaz sería reconocer limitaciones, no inventarse leyes populistas; alcanzar acuerdos en la UE y admitir que la integración ha fracasado, buscar alternativas que den voz a los inmigrantes. Nunca tuvieron voz periodística para contar su vida, y ahora con la crisis de los medios tradicionales, tampoco tienen la voz de los reporteros.

Enviamos soldados a Afganistán sin preguntar antes a los afganos cuáles eran sus necesidades básicas, las prioridades. No lo hacemos en Somalia, tampoco en nuestros barrios. Hablamos de democracia, de los valores republicanos (en el caso de Francia, no confundir con España), pero son valores relativos que solo afectan, y cada vez menos, a los nativos, a los blancos y católicos. No son valores para el árabe, el negro, el gitano, el diferente. Y aquí seguimos, jugando a la pequeña política de los hombres pequeños.

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