La caña estaba envenenada y a ellos les pagaba en champán

La impunidad es una tarea colectiva, se la dan a quien obra de un modo incorrecto quienes no le piden o exigen responsabilidades, miran para otra parte, lo niegan todo, justifican o atenúan el delito, se ríen del problema causado e incluso le dan su bendición, los defienden y, en el territorio de la política, los votan; quienes son cómplices por interés personal o por sintonía con el o la culpable, quizás porque compartan su desprecio por las víctimas a las que se ha atropellado o su simpatía por los autores del atropello… Al parecer hay muchas razones para ayudar a enterrar la verdad. La ley antitabaco no lo dice, pero fumarse lo infumable perjudica la salud moral y contamina el entorno.

La interminable batalla de Madrid tiene ahora otro centro, el de los negocios de la pareja sentimental de la presidenta Díaz Ayuso, a quien da la impresión de que empieza a caérsele el decorado que la acompaña a todas partes. Los nervios han llegado hasta su mano derecha, que mandó un mensaje tabernario, propio de un rufián sin modales, a elDiario.es: "os vamos a triturar, vais a tener que cerrar, idiotas". Y, naturalmente, el equipo periodístico habitual ha salido a defender a la lideresa, con más ruido que nueces y menos argumentos que consignas; pero esta vez lo van a tener más difícil, y no porque Hacienda siempre tenga razón, que no es así y hay casos de sobra para demostrarlo, sino porque los delitos que la autoridad fiscal atribuye al sospechoso y constituyen, en su opinión, un fraude "consciente, deliberado y doloso", ya fueron reconocidos por él mismo, a través de su abogado, en un escrito donde reconoció los cargos y se ofreció a pagar lo que se debiera.

Lo que se sabe hasta ahora, por lo tanto, es blanco y va en botella, pero lo que se empieza a saber es peor: se ha publicado y se han ofrecido pruebas de que el novio de Díaz Ayuso intermedió también para venderle al Gobierno de Costa de Marfil vacunas de tres euros a casi diecisiete dólares. Y ya corre por ahí la idea de que cuando la jefa del PP dijo que ella no tenía un Maserati sino un Golf, se quedó corta: le faltó, presuntamente, una 'o'. Habrá que ver dónde llegan las averiguaciones sobre los pisos en que viven, que igual se hacen tan famosos como la casa de Iglesias y Montero. O igual no, ¿verdad?

En la familia de la presidenta llueve sobre mojado: tenemos los cuatrocientos mil euros no devueltos a Avalmadrid por su padre; el millón y los veinticinco contratos de la Comunidad a la empresa donde está su madre: los doscientos treinta y cuatro mil que se llevó el hermano con las mascarillas; la facturación del antiguo novio con la Comunidad que pasó de tres mil a quinientos mil y ahora los dos millones del actual, muchos de ellos obtenidos por contratos con las clínicas Quirón, también beneficiarias del dinero público de la región. La vida está llena de casualidades, dicen las y los defensores de lo indefendible.

Ya corre por ahí la idea de que cuando la jefa del PP dijo que ella no tenía un Maserati sino un Golf, se quedó corta: le faltó, presuntamente, una 'o'

El cuánto asusta, el qué indigna, pero lo peor de todo es el cuándo: en plena pandemia, cuando la inmensa mayoría de la gente sólo pensaba en salvarse y en que se salvaran los suyos y los ajenos, en que el drama no siguiera multiplicándose. Unos pocos estaban a otras cosas, sintiéndose respaldados por el poder, que es un jardín donde el dinero crece en los árboles, naturalmente sólo para los propietarios y residentes. Mientras tanto, en las residencias que eran responsabilidad de la propia Díaz Ayuso, las y los ancianos morían solos y aterrorizados, gracias al protocolo que su Gobierno creó para impedir que fuesen llevados a un hospital para salvarse o morir dignamente. Ni siquiera se dignó a cumplir la orden de medicalizar esos centros, la recurrió y combatió por tierra, mar y aire. Las y los mismos la defendieron y ayudaron a mentir y esos embustes e inexactitudes, por ejemplo el de intentar cargarle el muerto al entonces vicepresidente del Gobierno, los siguen repitiendo algunas y algunos por ahí. "Salgan a la calle y tomen una cerveza", les animaron, mientras ellos se abrían en el salón un champán de los buenos.

Pero las mentalidades despóticas cometen siempre el mismo error: infravaloran la dignidad de los humildes. Ahora, la Comisión de la Verdad, personas normales que no se han rendido ni dejado amilanar por la inacción, qué raro, de la Fiscalía, han mantenido viva la llama de aquella atrocidad. Ya lo han conseguido: empiezan a resultar molestos, porque esas mujeres y hombres, con sus quejas y sus peticiones de justicia, quedan feos en el discurso de las cañas y la libertad. Ojalá lo consigan. Ojalá no ganen los matones.

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