Qué ven mis ojos

Una cita con las urnas es siempre una cita a ciegas

“A la razón te la puedes repartir con quien la busca, no con quien cree que la tiene”.

Un metro es un cuchillo de dos filos y cualquier sistema de medida calcula más de una cosa a la vez. Por ejemplo, un sondeo nos da pistas sobre el tema acerca del que se pregunta y también sobre la gente que lo responde, lo mismo que unas elecciones miden a los políticos y a los votantes por igual. Camino de la cita del 10 de noviembre, donde es difícil que los escaños cambien de bloque pero es fácil que cambien de partido, entre todas las previsiones que dejan entrever los muestreos y los gráficos, la más llamativa es el supuesto ascenso de Vox, se supone, según dicen los analistas, que a lomos del elefante en una cacharrería del procés, que a estas alturas ya no es un simple paquidermo, sino más bien un ser mitológico cuya magia consiste en que hace crecer un ultraderechista allí donde pisa.

A día de hoy, en los mentideros y las empresas demoscópicas se augura que el partido extremista podría superar el listón de los cuarenta diputados y transformarse en la segunda formación más influyente de la derecha española; es decir, que a todas luces le comería la merienda a Ciudadanos. Nada raro, si vemos el gallinero en el que Albert Rivera, Inés Arrimadas y sus adjuntos han transformado sus siglas: la última ocurrencia, en este caso parece que auspiciada por Marcos de Quinto, de promover una amnistía fiscal según la cual los defraudadores podrían regularizar sus delitos pagando un diez por ciento de lo robado, la han tenido que eliminar después de que su jefe dijera que no existía, que era nada más que un invento malintencionado de la prensa. A ver si los diecisiete escaños que se le auguran al final todavía van a ser muchos.

En cualquier caso, no deja de ser curioso, si se confirmara ese runrún que suena en todas las redacciones, que los dos partidos que pudieron gobernar juntos, el PSOE y los naranjas, y que se boicotearon mutuamente, serían los dos grandes perdedores de este nuevo combate, y los dos por la misma razón: olvidaron que una cita con las urnas es siempre una cita a ciegas, en la que nunca se sabe lo que va a pasar. Y ambos, tal vez, tengan que arrepentirse de más cosas, unos de haber confiado en sus aliados y los otros justo de lo contrario: el PP no está aquí para repartirse el poder con sus imitadores, sino para quedárselo; y en cuanto a los socialistas, haberse negado a bailar una lenta con Podemos lo puede llevar a la oposición. La avaricia no es lo único que rompe el saco, también la falta de visión y de cálculo.

Tarde o temprano, las cosas no son lo que parecen, sino en lo que se convierten. ¿En qué se va a convertir, por ejemplo, el desfase retórico de la ultraderecha? ¿Cuántos votos le va a quitar a Vox el escándalo continuado que rodea a dos de sus pesos pesados, Rocío Monasterio y Espinosa de los Monteros? Ella, nacida en Cienfuegos, Cuba, dice que no quiere que en España haya “extranjeros ilegales”, pero según las informaciones que corren por ahí, sí tiene más manga ancha para otras ilegalidades, siempre y cuando sean en su beneficio: se la acusa de firmar planos y proyectos arquitectónicos sin tener el título necesario para hacerlo; y de diseñar su casa de tres millones de euros sin haber sacado una licencia de obras; y también de convertir naves industriales o lofts en viviendas sin tener la autorización necesaria para llevar a cabo la metamorfosis. La justicia dirá, si es que se pone en marcha, y habrá que confiar en ella, como siempre.

De momento, por más escándalos que apunten hacia los miembros de Vox y más disparates que digan sobre Cataluña, la inmigración, el desentierro y traslado de un dictador criminal, o sea lo que sea sobre lo que les pregunten, mejores resultados obtienen. Por eso decía que aquí todos estamos sujetos a escrutinio, quienes se presentan y quienes los escogen. A este paso, las próximas elecciones también las va a ganar Franco. Y segundo, quedará Torra. Y Abascal, medalla de bronce.

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