Lo que pensó Feijóo en el concierto de Sabina

Había dos planes el domingo en Madrid, y no eran excluyentes, como demuestra el hecho de que en ambos estuviese Alberto Núñez Feijóo. Por la mañana, el líder del PP encabezó la séptima manifestación que desde que llegó a la calle de Génova ha montado contra el Gobierno; por la noche, asistió al concierto en el que Joaquín Sabina se despedía de los escenarios o, como mínimo, de las giras largas y los grandes auditorios. El maestro, único en todo, es la transversalidad absoluta e irrebatible, eso lo sabe cualquiera que haya visto a su cuantioso público, unas muchedumbres enamoradas de sus canciones en las que ves personas mayores y adolescentes, gente de izquierdas y de derechas coreando la misma melodía. Deseé en la pista del Movistar Arena que ojalá el mundo fuera siempre así, respetuoso, compartible aunque sea desde la diferencia, capaz de salvar las distancias que marca la ideología. Pero no, la convocatoria de la mañana contradecía la de la noche, con su sal gruesa, sus discursos incendiarios, sus acusaciones enfáticas, su polarización... Y, naturalmente, con un clásico de nuestra política actual que es la ya característica actuación histriónica de la presidenta de la Comunidad de Madrid, que dice disparates de tal calibre que uno ya no sabe si llorar o, más bien, reírse: en esta ocasión, Ayuso volvió a dar por viva a ETA y aseguró que la banda terrorista planea la invasión del País Vasco. Es de suponer que se tratará de una metáfora. Aunque, si lo es, pertenecerá a un poema muy malo.

La tolerancia no está de moda, el matiz tampoco; todo es blanco o negro, conmigo o contra mí. Y por esas grietas en el muro de la convivencia es por donde se cuelan los mensajes de la ultraderecha

Mi hermano del alma Joaquín Sabina ha escrito algunas de las canciones más hermosas de nuestro idioma, ha domesticado el lenguaje para obligarle a pasar por el aro de la poesía y ha sido capaz de escribir novelas de cuatro minutos que son prodigiosas, donde se cuentan historias que hacen magia con quienes las escuchan y se sienten escuchados por ellas, reflejados en sus palabras. Por eso las corean y las aman como algo propio. La irreverencia, el humor, la emoción, el romanticismo y tantas cosas que poseen sus creaciones, divierten y hechizan a mujeres y hombres distintos que en el fondo no son tan distintos como aparentan: los sentimientos que importan son muy parecidos, el resto es sobreactuación.

La clave, tal vez, esté en eso, en el fondo, porque vivimos en unas sociedades entregadas a las apariencias, donde hay en muchas cosas más superficie que profundidad y todo el mundo trata de venderte algo y hacer que le sigas por el camino más corto. La tolerancia no está de moda, el matiz tampoco; todo es blanco o negro, conmigo o contra mí. Y por esas grietas en el muro de la convivencia, en España y en otros muchos lugares, es por donde se cuelan los mensajes de la ultraderecha. Y esa música es veneno para la cabeza y para el corazón. Todo lo que no une, separa. Todo lo que no suma, resta o divide. Cruzo los dedos porque Feijóo haya pensado lo mismo en el concierto de Joaquín Sabina.

Había dos planes el domingo en Madrid, y no eran excluyentes, como demuestra el hecho de que en ambos estuviese Alberto Núñez Feijóo. Por la mañana, el líder del PP encabezó la séptima manifestación que desde que llegó a la calle de Génova ha montado contra el Gobierno; por la noche, asistió al concierto en el que Joaquín Sabina se despedía de los escenarios o, como mínimo, de las giras largas y los grandes auditorios. El maestro, único en todo, es la transversalidad absoluta e irrebatible, eso lo sabe cualquiera que haya visto a su cuantioso público, unas muchedumbres enamoradas de sus canciones en las que ves personas mayores y adolescentes, gente de izquierdas y de derechas coreando la misma melodía. Deseé en la pista del Movistar Arena que ojalá el mundo fuera siempre así, respetuoso, compartible aunque sea desde la diferencia, capaz de salvar las distancias que marca la ideología. Pero no, la convocatoria de la mañana contradecía la de la noche, con su sal gruesa, sus discursos incendiarios, sus acusaciones enfáticas, su polarización... Y, naturalmente, con un clásico de nuestra política actual que es la ya característica actuación histriónica de la presidenta de la Comunidad de Madrid, que dice disparates de tal calibre que uno ya no sabe si llorar o, más bien, reírse: en esta ocasión, Ayuso volvió a dar por viva a ETA y aseguró que la banda terrorista planea la invasión del País Vasco. Es de suponer que se tratará de una metáfora. Aunque, si lo es, pertenecerá a un poema muy malo.

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