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Se puede ser vicepresidente y bobo, pero no ultra y moderado

Las cinco palabras de moda en este momento son “Rolex”,  “Casio”, “Ferrari”, “Twingo” y “bobo”. Las cuatro primeras las ha puesto en el candelero la cantante Shakira y la última el futbolista Leo Messi, es decir, dos personas que tuvieron mucho que ver con el Barcelona, pero ya no. La del jugador del Paris Saint Germain y de la selección Argentina define, si lo llevamos al mundo de la política, a seres mediocres pero peligrosos, porque hay poco trecho del necio al nazi y porque no es lo mismo un majadero a secas que uno con mando en plaza, que puede resultar grotesco y hacer el ridículo cada vez que abra la boca, pero que representa unas ideas dañinas que intentará llevar a la práctica, dado que tiene una vocación totalitaria, que se expresa por su continuo ataque a todo aquel derecho que ostenten personas que no coincidan con su forma de ver el mundo. Esos cargos públicos, que son profundamente antidemocráticos, a veces le ponen a su carácter opresor la careta de la moral, a veces le ponen el barniz del patriotismo y la defensa de no sé qué esencias, pero esos no son más que subterfugios, como cuando los niños de hoy le llaman al dedo corazón “dedo palabrota.” Esa gente son extremistas de derecha y sus socios y cogobernantes también, porque no se puede ser al mismo tiempo moderado y ultra, por mucho que traten de venderle que sí a la sociedad a la que engañan, desprecian y van a recortar sus libertades en el momento que les pongan otra vez las tijeras en la mano. La expresión “tener la sartén por el mango” no anticipa que el que la tenga vaya a hacer la comida y no a dar un sartenazo.

El Partido Popular es aliado de Vox, como mínimo porque, de hecho, hay un PP, el de Ayuso, Almeida y, al parecer, Feijóo, con el que haces un rasca y gana y aparecen el uno debajo del otro, uniforme de Falange bajo el traje, que suena a trabalenguas pero se entiende muy requetebién —gracias a los neofascistas, que de nuevos o novedad no tienen nada, son lo mismo de siempre—, el partido de la calle de Génova gobierna en Madrid o en Castilla y León. Y en esta última comunidad autónoma —un centro de poder regional que ellos, tan centralistas, querrían destruir y como no pueden hacerlo desde fuera lo hacen desde dentro, a la manera de las termitas— el inenarrable segundo de a bordo del presidente Mañueco intenta colar por las malas y saltándose la ley un protocolo antiabortista, cuyo contenido está copiado del que hizo en su día el húngaro Orban y usa los argumentos que han permitido, en este terreno, promulgar disparates recientes en los Estados Unidos neoliberales del trumpismo, porque aquí come del mismo plato lo peor de cada casa.

La medida que tratan de sacar adelante Mañueco y su vicepresidente, y que la presidenta Ayuso ha corrido a avalar, es un acto de presión a las mujeres, un delito puesto que se salta todas las normas existentes, y una falta de respeto.

La medida que tratan de sacar adelante Mañueco y su vicepresidente, y que la presidenta Ayuso ha corrido a avalar, es un acto de presión a las mujeres, un delito puesto que se salta todas las normas existentes, y una falta de respeto a la integridad de quienes exigen decidir por sí mismas sus vidas, que un Estado democrático no puede tolerar, y el Gobierno ya ha dicho que lo combatirá con todas las herramientas que la Justicia permita, llegando incluso hasta el Tribunal Constitucional, y ha dirigido un requerimiento oficial a la Consejería de Sanidad que promueve esta “tropelía”, como la ha calificado la ministra Darias, para que “se abstenga de aprobar o aplicar medida alguna que vulnere la actual normativa” con respecto al aborto por “posible vulneración de principios fundamentales”. Cuidado con los bobos, que pueden hacernos pagar a todos caras sus sandeces, entre otras cosas porque luego hay quienes las repiten, que si el terrorismo, que si los independentistas, que si España se rompe… Todo ello pronunciado por quienes la han saqueado durante décadas, de los ministros de Economía a los tesoreros y de ahí para abajo, de la Gürtel a la Púnica y así hasta contabilizar más de cien casos de corrupción de los conservadores, cuyo historial colea hasta el punto de que de aquí a 2025 la Audiencia Nacional juzgará veintisiete casos de robos, malversaciones, blanqueo, tráfico de influencias y demás en los que está implicada la formación. Ni con el CGPJ se salvan del banquillo.

Dice la norma que tratan de imponer los ultras de Castilla y León que lo único que pretenden con su acoso a las embarazadas para que se hagan pruebas que les permitan oír el latido fetal y ver una ecografía 4D es darles “información”. Y que entre sus medidas “pro vida” se incluirá derivar a los servicios de salud mental a las que “lo requieran”. Es difícil insultar con mayor violencia la capacidad intelectual de las mujeres. También es raro que PP y Vox se preocupen tanto de los nonatos y tan poco de los que sí que están aquí, oponiéndose una tras otra a las medidas sociales que tratan de mejorar su existencia. Por no hablar del otro protocolo, el que en Madrid le costó morir, en una soledad y con una falta de auxilio estremecedora, a las y los ancianos que el Gobierno de Ayuso prohibió llevar a los hospitales. O de su ataque por tierra, mar y aire contra la Sanidad pública, que ha generado y va a provocar manifestaciones contra su gestión. Debería de preocuparse más de quienes están veinticuatro horas esperando ser atendidas en Urgencias o de los pasillos hacinados de los sanatorios, y menos de estos ataques a la convivencia que llevan a cabo quienes la quieren romper a banderazos. El viaje al centro del que habla Núñez Feijóo pisa caminos muy raros. Cuidado con las arenas movedizas.

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