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Iglesias, una ruptura necesaria

En política no hay errores de comunicación, hay gestiones mal hechas. Tampoco hay fallos en el registro de última hora cuando acuerdas una coalición de izquierdas, hay una intención de forzar la maquinaria hasta romperla. El acuerdo, lo que debía ser una alianza simbólica, un primer paso en el entendimiento de las múltiples marcas de izquierdas en Andalucía, ha terminado con las disculpas sinceras de sus candidatos, desde Inmaculada Nieto —de IU— a Juan Antonio Delgado —de Podemos—, y un mal cuerpo colectivo por la explosión descarnada de Pablo Iglesias contra Yolanda Díaz. Un misil dialéctico de reproches que forzaba a la vicepresidenta a hacer silencio o a ponerse a la altura. Como se preguntaba José Enrique Monrosi, ¿qué pretendía que hiciera Yolanda Díaz en Andalucía? Y peor: ¿Era el momento y las formas de hacerlo en público? Manca finezza, que diría Enric Juliana.

La líder de la oposición en Madrid, la candidata de Más Madrid Mónica García, consiguió hacer suyo el golpe de efecto de Pablo Iglesias en las elecciones del 4M. Recordemos, Iglesias hizo un último servicio al frente de Podemos, recuperar el espacio casi hundido en la comunidad. Pero no lo logró a costa del trabajo de otros. “Madrid no es una serie de Netflix”, dijo García. Y algo más poderoso: las mujeres estamos cansadas de hacer el trabajo sucio para que luego vengan los hombres a apartarnos.

Visto lo ocurrido en Andalucía, en algún momento Yolanda Díaz tendrá que romper con Iglesias en privado y en público. Cortar de raíz la interlocución con un líder que reivindica estar fuera de la política pero que ha decidido confrontar de la peor manera posible, con una batería de acusaciones que debilitan, desaniman y desarman un espacio donde Iglesias se apartó por no sumar. 

Tanto matar al padre y ahora el padre empieza a ser él. Solo una ruptura a tiempo conseguirá no enfrentar a las militancias. Hacer que se desangren las marcas en cada territorio en una batalla campal en lo autonómico y municipal. Desilusionar al electorado de unas formaciones muy debilitadas en lo territorial pero con un margen amplio en el tablero nacional. El fundador ya no tiene derecho orgánico para imponer condiciones. Ni es de justicia que no sean las mujeres de Podemos, el liderazgo "coral y femenino" ahora en los cargos de poder, quienes se remanguen para defender su espacio en el futuro

El hecho de que Yolanda Díaz no quiera una suma de partidos es lógico. No es que no sean necesarios, todo lo contrario, es que llegan a las elecciones de 2023 con poco peso, cual cascarones vacíos en muchas provincias y, como decía Iglesias en El Ágora de la cadena Ser, con lógicas de despacho y peleas por las listas más que por la definición de un programa que sirva de revulsivo a un ciclo al alza en la derecha. 

El rechazo a los partidos como estructura organizativa es un debate pendiente de las izquierdas para el siguiente ciclo

Así que Podemos tiene todo el derecho a reivindicar su lugar, pero a través de sus legítimas dirigentes. Y será Yolanda Díaz quien tendrá que valorar en un proceso de consenso colectivo dirigido por la vicepresidenta el lugar que le corresponde. Iglesias dejó el gobierno y todos sus cargos asumiendo que no sumaba. Reconoció que la marca tampoco. Reivindicar ahora lo contrario, darse a la pelea del ‘como leches se llame’ contra Díaz, solo perjudica a los que dice defender. 

Desactivar la presión de Iglesias a Yolanda Díaz supone bloquear la tentación de Podemos de utilizar las municipales como guerra de guerrillas, una suerte de goteo, de desgaste que enfrente a las militancias aún más. Instalando la acusación de traidores y traidoras que tanto daño hace en las bases. Porque los tiempos electorales no son fáciles. Aunque Díaz se despegue de la coalición de izquierdas en Andalucía, en algún momento tiene que ir construyendo colchón de cara a las campañas electorales. 

Andalucía ha parecido más el fin de algo que la creación de lo nuevo. En lugar de coger pulso se ha constatado el agotamiento. El frente de Yolanda Díaz no puede construirse por la suma de fracturas y fracasos, ni sobre las formaciones existentes como único activo. El rechazo a los partidos como estructura organizativa es un debate pendiente de las izquierdas para el siguiente ciclo. A este ya no llegan. Ahora, por más que Díaz quisiera reivindicar las marcas, el PCE es un partido con estructura y de acuerdos electorales claros, pero fuera del tempo contemporáneo para liderar el frente en lo nacional; Podemos está desintegrado en los territorios; y Más País nunca consiguió implantarse más allá de Madrid. Es lógico que Díaz prefiera armar y activar una corriente de jóvenes, mujeres y trabajadores. Independientes y perfiles capaces de aportar y reconectar con un espacio huérfano. Construir un programa desatendido por un PSOE clásico que no acaba de abordar una agenda política y cultural del todo innovadora.  

La última encuesta de Belén Barreiro, aunque mida estados de ánimo al estar lejos de la cita electoral, refleja una transferencia del PSOE a partidos de derechas por encima del 10%, entre PP, Vox y Cs. En tiempos de polarización, pescar tanto voto en campo contrario es peligroso, aunque solo sea tendencia rebote ante la llegada de Feijóo. El último dato del CIS recoge que un 99% de los españoles están hartos de la confrontación política.  

Mientras se está ganando en el terreno de las ideas con la caída de dogmas liberales, el bloque de izquierdas hace aguas. Subir el salario mínimo, controlar el capital, la especulación de los alquileres, la pandemia ha dinamitado el neoliberalismo, con un FMI convertido en Porto Alegre clamando por los impuestos a la riqueza... Es un contrasentido cómo las políticas están funcionando mientras falla el pulso electoral de la coalición de gobierno. Si se desarma el escudo político es el paso previo al desarme del escudo social.

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