Muros sin Fronteras

Siria, el teatro de la paz

Siria, el teatro de la paz

 

Hay dos tipos de paz: la que se alcanza por las armas y la que se consigue mediante una negociación. Después están las cosas raras, como esta conferencia sobre Siria en Montreaux (Suiza). Las primeras no resuelven nada, solo aplazan un conflicto hasta que la parte derrotada se considera suficientemente fuerte como para volver a intentar conseguir la victoria. Las segundas son las más duraderas.

Un pacto en el que todos ceden sienta las bases de una reconciliación, de un relato común. En cualquiera de las paces, los grandes derrotados son las víctimas de todos los bandos que perdieron a sus seres queridos. No hay paz que pueda devolvérselos.

Pero vayamos a las cosas raras. Cuando no se sabe cómo resolver un conflicto y Siria es un ejemplo claro, se organizan este tipo de conferencias internacionales. Son como las comisiones parlamentarias. Sirven para ganar tiempo, un tiempo que no tienen los civiles que padecen la guerra, el hambre, el miedo, el abuso, la injusticia cotidiana. Siria recuerda a Bosnia-Herzegovina, a los planes Carrington–Cutileiro y Vance Owen con sus pomposas conferencias hasta concluir en los Acuerdos de Dayton que pararon la guerra pero no resolvieron el conflicto.

Ese pacto que puso fin a la guerra tenía como valedores a los jefes de la guerra, el croata Franjo Tudjman y el serbio Slobodan Milosevic. Aunque ambos lo merecían, solo el segundo acabó en La Haya. Algunos dirán que Tudjman murió, que no dio tiempo a procesarle. Para desmentirles está su memoria, intacta, inmaculada, sin sangre.

En Dayton se entregaron a los victimarios territorios que no merecían, como Srebrenica, donde habían cometido una matanza de 8.000 varones musulmanes, o Foca, capital de las violaciones de mujeres convertidas en arma de humillación. No hubo justicia, ni real ni poética, solo un pragmatismo atroz. Después llegó Kosovo en 1999.

En Siria estamos lejos de ese Dayton que sirve para hacernos fotografías, darnos las manos y sonreír como actores, sin resolver las causas que generaron la guerra. Cambiar el odio exige décadas de trabajo y estadistas. Winston Churchill, que lo era, dijo que la diferencia entre un político y un estadista es que el primero piensa en las próximas elecciones y el segundo en la próxima generación.

En Siria estamos lejos porque EEUU, Occidente en general, no saben quiénes son los buenos, es decir, quienes nos interesa que ganen. Cuando se mira al avispero todos parecen malos. La paradoja es que EEUU, después de algo más de dos años, cree que el malo de Bashar el Asad es, después de todo, la única opción conocida.

Occidente apoya la llamada Coalición Nacional Siria, a la que pertenece el Ejército Libre de Siria, los teóricos moderados, a los que se apoyó poco, tarde y mal al inicio del conflicto. Ellos se ajustan mejor a los intereses de Occidente pero carecen de la fuerza para derrocar a Asad o para imponerse al resto de grupos rebeldes. Los que mandan militarmente en el terreno son los salafistas, yihadistas y milicias de Al Qaeda. Ninguno de ellos ha acudido a Suiza.

Lo único positivo es que se ha abierto el diálogo, que el régimen habla con la oposición por primera vez. De Montreaux no va a salir el fin de la guerra, ni la democratización de Siria ni el regreso a sus casas de los millones de desplazados y refugiados. Saldrán minucias, corredores humanitarios que no se respetarán, intercambio de prisioneros.

En Siria hay muchas guerras en una. La que libra Arabia Saudí y las monarquías del golfo con Irán es de las más importantes. Arabia Saudí no apoya la Coalición Nacional Siria, prefiere a los yihadistas que odian a Occidente. Ryad nos exporta petróleo y radicalismo religioso, el wahabismo, su marca.

Los saudíes consideran con razón que Asad es Irán, a efectos estratégicos, y que su derrota debilitará a Teherán. EEUU está hecho un lío. Compra petróleo a los países del golfo, es amigo de Israel, enemigo de Irán, pero ha abierto una vía diplomática con el nuevo liderazgo iraní para poner fin, o pausa, a la supuesta amenaza nuclear y conducir las diferencias al diálogo.

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Con el lío de siglas y radicalidades yihadistas que se vive en Siria, en las que participan chíies de Líbano e Irak (como se ve en el vídeo anterior) Obama ha descubierto que Asad no está tan mal, aunque su régimen sea genocida. Nos escandalizamos por el contenido del informe de la ONU sobre las matanzas cuando las matanzas son el sello del régimen desde hace décadas.

Asad no está tan mal para Occidente, de momento, mientras piensa, mientras ve si se le ocurre algo ingenioso para salir del embrollo. Esta situación nos sitúa en el mismo bando que Irán y Rusia. Así están las cosas.

La guerra continuará, quizá haya más conferencias internacionales. La situación militar es de empate, por lo que parece. Nadie puede ganar, solo sabemos que van a perder los millones de civiles, suníes o alauíes, que no salen en la foto de la alta política internacional, como tampoco salen los pobres ni los parados en las fotos de la montaña mágica de Davos. Al menos nos queda Thomas Mann.

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