Teléfono rojo

Lo siento, pero da igual que recicles

Da igual que recicles. Que compres productos veganos o ecológicos. O que, a partir de ahora, utilices la nueva función de Google Maps que te llevará por la ruta menos contaminante en vez de por el camino más corto.

Ha sido en el contexto de la COP26, la cita en la que los líderes mundiales se reúnen para revisar los objetivos climáticos, en la que esta nueva función ha sido anunciada por Google. Es importante recordar que esta es la misma empresa que cada año emite más de doce millones de toneladas de dióxido de carbono, que contribuye económicamente a lobbies políticos que niegan el cambio climático y se oponen a leyes climáticas, y cuyos estándares han permitido a un puñado de multimillonarios manipular los resultados de las búsquedas sobre cambio climático para dar prioridad a información que negaba la existencia del mismo.

Lejos de ser anecdótico, estas aplicaciones que permiten a sus usuarios calcular su impacto o transformar su comportamiento han sido generalmente desarrolladas por grandes corporaciones. Desde los años setenta, las grandes petroleras como ExxonMobil han tratado de convencer al gran público de que la responsabilidad de luchar contra el cambio climático es individual y no de políticos y empresas. De esa manera, han logrado evitar cambios legislativos que les habrían costado millones de dólares en beneficios. En este sentido, la primera calculadora de la llamada “huella de carbono” fue desarrollada por la petrolera British Petroleum (BP) en 2004. Esto no solo sirvió para trasladar la responsabilidad de las grandes corporaciones a los ciudadanos; la campaña de comunicación fue tan exitosa que el concepto de la huella de carbono ha permeado hasta el punto de convertirse en parte del vocabulario que hoy utilizan muchos políticos y activistas climáticos, a pesar de que oculta problemas como la deforestación y la contaminación de las aguas bajo la fórmula de la “neutralidad de carbono”.

Reciclar o cambiar nuestras prácticas individuales resulta loable, pero presenta dos posibles efectos indeseables: el primero, la falsa sensación de seguridad de que si todos nos coordináramos, podríamos terminar con el calentamiento global a través de estos gestos, y el segundo, la aparición de un sentimiento de culpabilidad en los momentos en los que sentimos que no estamos haciendo lo suficiente.

Antes de nada, es crucial considerar el dato que se desprende del informe del Carbon Disclosure Project que demuestra que más del 70% de las emisiones de carbono globales procedían de tan solo 100 empresas. Esta realidad pone de relieve que lo importante no son las acciones individuales de cada uno, sino cómo nos organizamos colectivamente. Como advierte el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), esto posiblemente requiera dejar atrás el modelo de producción capitalista en el que vivimos. Pero hasta que eso sea posible, o como camino hacia ese horizonte, debemos presionar hasta alcanzar lo que podríamos denominar una suerte de rendición de cuentas climática.

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Cualquier rendición de cuentas climática comienza por poner las externalidades negativas en el centro del debate climático. Como sociedad, tenemos que decidir qué externalidades negativas son aceptables —para obligar a las empresas a responsabilizarse de ellas— y qué externalidades negativas son inaceptables —para prohibirlas—. Entre las inaceptables estaría, por ejemplo, vaciar un pantano para lucrarse aprovechando los cambios en el precio de la luz. Este tipo de malas prácticas tendrían que estar asociadas a una considerable sanción. Entre las aceptables estarían, por ejemplo, las emisiones de carbono. ¿Cómo logramos entonces que las empresas paguen lo que les corresponde? La medida más obvia es el impuesto al carbono, pero dada la importantísima deslocalización de la industria hacia economías emergentes, soluciones más novedosas podrían incluir renegociar ciertos principios de la Organización Mundial del Comercio (OMC) para poder imponer aranceles climáticos.

Con esta realidad en mente, reconsideremos el segundo riesgo que contemplábamos al examinar los pequeños gestos como reciclar: cuando estas multinacionales responsabilizan al individuo, logran que aquellos que por diferentes motivos —por ejemplo, socioeconómicos o raciales— no puedan participar en los pequeños gestos como el reciclaje se sientan cómplices del calentamiento global, preocupándose menos de luchar contra el mismo. En otras palabras, estas compañías se benefician de este pesimismo. Por lo tanto, es necesario que dejemos atrás cualquier discurso climático que moralice a nivel individual. Porque además de ser injusto, es inútil: como hemos visto, resulta absurdo pensar que es posible luchar contra el cambio climático únicamente a través de nuestras acciones individuales.

Tenemos menos de diez años para evitar que los daños del cambio climático —que ponen en riesgo nuestra misma existencia— sean irreversibles. Está muy bien reciclar, pero si no va acompañado de un compromiso político que cuestione esta forma de capitalismo y que haga a las grandes empresas rendir cuentas, sirve de más bien poco. Los grandes problemas colectivos solo pueden corregirse a través de soluciones políticas, no de parches individuales.

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