Telepolítica

Puigdemont busca creatividad en la batalla

La histórica comparecencia de Puigdemont en Bruselas ha sido objeto de todo tipo de escrutinios. Si la analizamos desde la perspectiva de la comunicación política y de la estrategia argumental del procés tiene algunos detalles que quizá han pasado desapercibidos. Además de las importantes consideraciones legales y del intento de internacionalizar el problema en busca de apoyo, en la intervención redactada y leída en diferentes idiomas había otros dos aspectos especialmente reseñables. Ambos van enlazados y son quizá la clave para entender qué puede ocurrir a partir de ahora.

Puigdemont ha fijado ya lo que va a ser el eje de la campaña electoral. Si en las anteriores, el centro del debate fue la independencia, ahora se quiere cambiar. Resultaría ridículo decirle a la gente que vaya a votar porque si ganan se hará una declaración unilateral de independencia. Por las palabras textuales de Puigdemont, cabe entender que la batalla se va a desplazar al 155. Para el independentismo, las elecciones van a dirimir si el 155 ha sido la herramienta que el Estado ha utilizado para recuperar la democracia y la ley o si, por el contrario, ha sido el arma que un Estado represor ha utilizado para intentar humillar al pueblo catalán y acabar con los logros ganados durante años de lucha por el autogobierno. Lo dijo bastante claro: “Si el Estado español ha querido hacer un plebiscito para legitimar el 155 y sus políticas, nosotros lo tomaremos y le daremos respuesta a él y a toda la comunidad internacional”.

La mayor dificultad radica en que hasta ahora la aplicación del 155 no ha podido ser menos traumática y sigilosa. Todavía no se ha producido ni un solo incidente que sirva como paradigma para explicar al mundo la supuesta opresión que implica. La movilización ciudadana en las calles o en las puertas de las instituciones se ha eludido ante la necesidad de evitar actos que puedan implicar responsabilidades legales que justifiquen una condena por incitación a la rebelión. Ahora parece que se trabaja en iniciativas que reabran un conflicto público y llamativo para los medios de comunicación. De nuevo, el marketing. Se hace necesario alentar situaciones que animen al Gobierno de Rajoy a recurrir a medidas impopulares que le enfrenten a la defensa del autogobierno. Así lo expresó ayer Puigdemont: “Apoyamos a los sindicatos, a las entidades (¿ANC y Omnium?), a los cargos directivos que se han quedado en sus puestos de trabajo y les pedimos que hagan todo lo posible para evitar la demolición del sistema institucional catalán. La gente que salvó a las escuelas el 1 de octubre estoy seguro de que salvará también nuestras instituciones”.

Esta llamada a la movilización no en la calle sino dentro de la administración intervenida puede ser clave para entender sus próximos movimientos. No puede ser accidental en un texto escrito y estudiado unir las concentraciones organizadas frente a los colegios el 1-O, que fueron contestadas con tanto desacierto por los responsables policiales, con lo que ahora se pide con el fin de entorpecer la aplicación del 155. Parece que el fin estratégico está definido. La cuestión será ver qué tácticas se van a emplear. El propio Puigdemont dio una pista en su discurso: “Luchemos con la máxima creatividad para mantener las instituciones vivas e impedir el 155” ¿Qué quiso decir con utilizar la máxima creatividad contra el 155?

En estos últimos días hemos disfrutado de una significativa bajada de la temperatura de la tensión política. La mayor preocupación era el temor a la extensión del enconado conflicto a la calle. Después de lo vivido el 1-O, lo peor a lo que nos podíamos enfrentar era a que Cataluña se viera sumergida en enfrentamientos físicos de inimaginable final. Supongo que estamos en deuda con los legisladores que incorporaron el uso de la violencia para la catalogación del delito de rebelión. Parece evidente que el equipo jurídico de Puigdemont y del Govern les ha trasladado en todo momento la importancia de no caer en ningún tipo de incitación al conflicto civil que, como todos hemos aprendido, puede conllevar penas de hasta 30 años de cárcel.

En el discurso desde ninguna parte (en realidad era Girona) que Puigdemont difundió el sábado pasado a través de TV3, se presentó como President de la Generalitat, lanzando el mensaje de que no iba a entregar su posición. Dio la sensación de que pretendía cubrir dos flancos primordiales de cara a las próximas batallas. En primer lugar, el territorio legal. Con la intervención televisada lanzada al aire mientras paseaba por su ciudad, Puigdemont montó una evidente táctica de distracción dando a entender que allí estaba y allí se iba a quedar. Nadie podía pensar en semejante ejercicio de disimulo, mientras preparaba el equipaje para fugarse a Bruselas. Además, antes de que la querella de la Fiscalía General del Estado se hiciera pública, dedicó buena parte de su discurso a pedir a los ciudadanos pro independencia que no cayeran de ninguna manera en el uso de la violencia como arma de defensa de sus ideas. El mensaje parecía tener un marcado carácter notarial para intentar certificar la ausencia de elementos de incitación a la violencia. A buen seguro, sus abogados harán uso de la grabación cuando sea juzgado.

El segundo objetivo del discurso se ocupó de sentar sus bases en el territorio político. La intervención fue el primer acto de campaña de cara al 21-D. No sólo mostró su voluntad de aceptar el nuevo marco legal impuesto por Rajoy, fuera del limbo de la república catalana. Además, marcó el eje de la campaña electoral que de una u otra forma ya ha empezado y que va a completar la tercera fase de esta peculiar conflagración política. La primera etapa del procés se diseñó en torno a sustituir la discutible idea de la instauración de una república independiente por el indiscutible derecho a decidir que cualquier ciudadano tiene en una democracia. Buena jugada.

El segundo capítulo del discurso soberanista pudo articularse gracias a la desmedida intervención policial del 1-O, televisada en directo, y cuyas imágenes se extendieron por los cinco continentes. El procés salvó el duro escollo de la celebración de un referéndum a todas luces inválido en una muestra pública del uso de la represión frente al intento de ejercitar la democracia. De tener que convencer al mundo de lo imposible, que la votación era mucho más que una simple convocatoria popular de una de las partes, se pasó a que el Gobierno del Estado tuviera que intentar explicar una actuación inexplicable. Trasladado con acierto al discurso secesionista: frente a la democracia, represión.

El complicado dilema de Podemos en el conflicto catalán

La tercera fase tenía que ver con la DUI ¿Cómo aparentar que se declara una república catalana y que ante el temor del estallido social se acabe convirtiendo en realidad? Esta vez, sin embargo, el Gobierno de Madrid parece haber acertado en la respuesta. La contundente aplicación del 155, tras el encarcelamiento de los Jordis, había colocado a Puigdemont en un callejón sin salida. La persecución parecía tocar a su fin. La posibilidad de volver a colocar a sus seguidores como barrera de contención le llevaba directamente a una larga condena en prisión y a la derrota. La solución ha sido de manual. Mejor que perder una batalla es no librarla. Su disfraz de expresidente paseando por las calles de Girona le sirvió para evitar el choque frontal y su derrota pública.

Quizá algún día sepamos qué ocurrió exactamente la mañana que Puigdemont decidió cambiar la decisión prevista de convocar elecciones para impedir la aplicación del 155. Da la sensación de que la reacción ciudadana, mostrada en las redes sociales y a través de diferentes interlocutores, que clamaba contra lo que se consideraba una traición en toda regla, acabó por provocar un giro clave en su estrategia. En lugar de asumir la culpabilidad de cerrar el procés y enfrentarse a las urnas con su electorado desanimado y con sentimiento de derrota general, había una salida. Ante la inevitabilidad de la imposición del 155 desde Madrid se abría la posibilidad de convertir el golpe directo en una oportunidad. Se trata de convertir el 155 y la convocatoria del 21-D en un ataque a la dignidad de los ciudadanos independentistas. Se trata de desviar el foco de la ira social. Para Puigdemont, se trata de, en lugar de asumir una inmolación pública de su figura y del procés, dirigir la rabia general contra Madrid y contra los promotores del 155 que, casualidades de la vida, serán sus oponentes en las urnas.

Es evidente que el independentismo atraviesa una difícil coyuntura. Su estrategia general ha fallado. El final deseado no se ha conseguido. Ni hay república catalana ni se atisba un referéndum pactado reconocido internacionalmente. Además, carga con un serio desprestigio tras comprobarse la falsedad de la mayor parte de su argumentario: la iniciativa carecía de legalidad, la economía no ha florecido, ningún país del mundo lo apoya y la fractura social entre los catalanes se ha agudizado gravemente. Sólo hay una única salida: alcanzar una clara victoria en las urnas que permita acabar la partida anterior en tablas y reiniciar una nueva.

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