Lo nuestro, amor, son los libros

Esta mañana se levantó el día con el cielo nublado y ya por la tarde ha empezado a llover. Una lluvia fina que cae sobre el calor de agosto, las ventanas y el huerto en la casa de Arroyo Hondo. Oigo el agua minuciosa en los cristales y me acuerdo del soneto de Borges en el que nos advierte sobre el significado de las palabras al jugar con los tiempos verbales, cae o cayó, y afirma que la lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado. ¿Qué cabe en una palabra? Además de las definiciones de los diccionarios, agua que cae de las nubes, abundancia…, en la palabra lluvia cabía para Borges el recuerdo de una casa perdida, un patio, una parra con uvas negras y la voz de un padre.

Mientras leo en la cama y oigo llover, me acuerdo del libro Papiroflexia (Fórcola, 2022), en el que Guillermo Busutil se pregunta de manera minuciosa, a través de un goteo de aforismos, lo que cabe en las palabras y en los libros. La lectura es la papiroflexia de la imaginación, nos dice, y yo recuerdo la maestría de Miguel de Unamuno en el arte de hacer barcos, muñecos y pajaritas de papel. Unamuno fue un sabio que acertó y se equivocó muchas veces. Ser un lector no te hace más bueno, malo, generoso, egoísta, alegre, triste, pero sí te hace más dueño de tu propia bondad, maldad, generosidad, egoísmo, vanidad, sencillez, alegría o tristeza.

Como sigue lloviendo y no voy a salir a pasear, busco el libro de Guillermo Busutil en la biblioteca y me vuelvo a la cama para leerlo otra vez. El lector poliniza los libros, los hace suyos mientras se hace a sí mismo con sus ilusiones y sus caminos. Las librerías son los huertos de la cultura, escribe Guillermo, y yo dejo que el agua siga cayendo en el jardín, con la lentitud minuciosa de un tiempo sin urgencias ni obligaciones, mientras las palabras me invitan a conversar. ¿Qué cabe en una palabra? Leer es conversar con la personalidad de las palabras y desvelar sus secretos. En mi lluvia cabe el tranvía de la Sierra en Granada, ciudad en la que nació Guillermo Busutil, y la escuela de un poema de Machado, y algún sábado por la mañana con el olor a tierra húmeda en las pistas de la Sociedad Hípica y algunos viajes en coche con la realidad borrada en el parabrisas como un destino empapado y abierto a la agresividad de la nada.

La papiroflexia es el arte de dar forma al papel, pero hace falta doblarlo convenientemente. Es una maestría. Porque escribir es un acto de hospitalidad, el esfuerzo de alguien que ofrece sus palabras y su casa. El hecho literario no cobra vida hasta que lo habita el lector, hasta que hace suyas las historias. Sabemos que hay invitados pulcros, sucios, respetuosos, ladrones, ordenados y desordenados. Guillermo piensa que leer nos enseña a derribar molinos, a buscar nuestra propia ética frente a los desmanes del mundo. Tiene razón, aunque a veces también nos enseña a perfeccionar esos desmanes, a perfilar las sonrisas de nuestra maldad. El lector es dueño de su propia conciencia, porque las páginas del libro, como nos advierte Papiroflexia, son una alcoba diferente para cada uno de nosotros.

Escribir es un acto de hospitalidad, el esfuerzo de alguien que ofrece sus palabras y su casa. El hecho literario no cobra vida hasta que lo habita el lector, hasta que hace suyas las historias.

Buenos o malos, mi ya alargada historia de amor con los libros me ha enseñado que los lectores suelen ser pudorosos a la hora de distinguir lo que sucede en una alcoba o en un salón de estar, en una habitación propia o en una escena pública. Y el pudor es una virtud que cada día valoro más por culpa de la lluviosa actividad de impudores que puebla las redes. Los impudores son la atmósfera que nos define, y es que la actualidad tiene prisa y el pudor necesita tiempo para pensar lo que se dice antes de decir lo que se piensa. Pensar en uno mismo, pensar en cómo se muestra uno a los demás a la hora de opinar sobre la temperatura, la economía, el amor o el vicio. Uno de los peores síntomas de la tormenta que se nos puede venir encima es que los malvados impudorosos empiezan a tener más peligro que la maldad sigilosa y meditada.

Pienso en mi responsabilidad como lector. Lo nuestro, amor, han sido los libros, como concluye Guillermo en su Papiroflexia. No hace falta que sea verano, ni que la lluvia caiga sobre nuestro presente y nuestro pasado. Desde la infancia estamos acostumbrados a las palabras de un día cualquiera. Ser lector ahora no es un acto de pedantería, sino de supervivencia.

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