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Verso Libre

Una semana de estrellas

Luis García Montero nueva.

El martes me llevó por motivos de trabajo a Andorra. Allí, al norte de la Península Ibérica, entre visitas oficiales y actividades culturales, me estaban esperando los alumnos del centro María Moliner. Agradecí mucho que prepararan, que me regalaran, una clase. Después de 40 años dedicado a la educación pública, es lógico que haya discutido mucho sobre inversión, carencias, planes de estudios, renovaciones y mundos hostiles en las pantallas de televisores, ordenadores y móviles. Pero cuando cierro la puerta de un aula, miro a los ojos de los alumnos, me dejo de discusiones y me pregunto: ¿qué puedo hacer por ellos? La pregunta me devuelve a la raíz de mi vocación.

No es lo mismo tener un empleo que tener un oficio. Un empleo es importante, una suerte en años de paro estructural. El empleo nos permite llegar a fin de mes, pagar el pan que nos alimenta, el traje que nos cubre y el lecho en el que descansamos o hacemos el amor. Pero la verdadera suerte es tener un oficio, trabajar en aquello para lo que uno se ha preparado por vocación, en aquello que nos permite realizarnos como personas y comprometernos con la sociedad. Quien se dedica a la educación, igual que quien se dedica a los cuidados de la sanidad, tarda poco en comprender que la dignidad laboral y la vocación son las raíces más profundas a la hora de crear un sentimiento de ciudadanía. Se trata de vocaciones que forman comunidad, porque nos enseñan a cuidar y a ser cuidados.

Nos enseñan a preguntar, y no por la lista de los reyes godos. ¿Qué puedo hacer por ellos? Ahora, por motivos de edad, esa pregunta que surge al cerrar la puerta de un aula es para mí inseparable de otra pregunta: ¿qué está pasando? ¿Qué es los que sucede en la sociedad al hablar de trabajo, libertad, amor, vocación, solidaridad, información y convivencia? Preguntas de difícil respuesta si estudiamos sólo las estrategias de algunas políticas y se nos olvida mirar a los ojos de los alumnos de primaria, secundaria y universidad. Ellos son las estrellas que debemos interpretar en el nuevo universo.

El jueves me llevó a Getafe. Participé en un homenaje que organizó el ayuntamiento para honrar la vocación de los maestros y las maestras que se han jubilado en 2020 y 2021. Fueron también, y con todo derecho, las estrellas, la luz que nos invitó a hacer memoria y aplaudir muchos días, semanas, años, dedicados a cuidar. Por eso merecían ser cuidados, porque después de mil problemas con sol o con lluvia, después de pensar en las carencias, en las incomprensiones de la administración, en la falta de apoyos, en los planes de estudios o en las hostilidades del mundo, cerraron cada mañana la puerta de su aula y se preguntaron: ¿qué puedo hacer por las personas que tengo delante?

Un poeta nacional

Un poeta nacional

Esa pregunta resulta decisiva a la hora de pensar en el futuro de una comunidad. El contrato social, aquel que organizó la democracia como un marco de convivencia y no como la ley y la libertad de la selva, es inseparable del contrato pedagógico, del compromiso público con una educación dispuesta a generar igualdad y ciudadanía. Educar es preparar firmantes justos para un contrato social.

El viernes me llevó por fin a la estación astrofísica de Calar Alto, una maravillosa referencia mundial en el conocimiento del espacio y en la tecnología planetaria. Calar es un buen lugar para defender el español como una lengua de ciencia y tecnología, para hacer que Cervantes y Rosalía de Castro se den la mano con Santiago Ramón y Cajal. Un telescopio delicadísimo, de más de 4.000 toneladas, ha permitido, por ejemplo, viajar al sol, descubrir 50 planetas o ver con precisión, desde los aledaños de la Alpujarra almeriense, un mechero que se enciende en el puerto de Málaga. Mirar con precisión lo que permanece desdibujado o humillado por la costumbre es una de las tareas encomendadas a la poesía.

Yo quise mirar por el telescopio, cubrí una larga distancia de más de 60 años y vi a un padre y a un hijo en las noches de verano, con una manta en el suelo de una terraza granadina, leyendo juntos las estrellas. Aprender a leer es aprender a preguntarse, aprender a cuidar y a ser cuidado.

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