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Siervos con máscara de talibán

La situación política que vive España pertenece a un contexto nacional e internacional que conviene conocer bien, repensar bien, a la hora de discutir los matices de las buenas causas y los peligros del autoritarismo y la degradación democrática. Por eso juega un papel social tan importante la cultura.

Vivimos en un espacio comunicativo en el que el conocimiento es sustituido con frecuencia por relatos mentirosos con capacidad de provocar fanatismos. No es que la gente sea tonta, es que existen poderosos medios de control de los instintos y los miedos. Se convierte en barro el conocimiento de la realidad. Frente a la capacidad de las viejas emociones características de la cultura y la conciencia solidaria, que ayudan a comprender la vida por dentro de los seres humanos, los discursos de la mentira empujan a la inquina y arañan en todo tipo de rencores individuales para generar odios de vocación colectiva. El odio une y reúne soledades. Más que a la convivencia se llama a dinamitar el diálogo social y el respeto a los otros. La convivencia se altera en crispada fragmentación. Por eso es tan importante la cultura que crea comunidad.

Cada vez se confunde más la idea de libertad con la ley del más fuerte. El que no cree en la comunidad considera poco importantes los marcos de igualdad, la necesidad de cuidados, el tejido de derechos y deberes que conforma una convivencia justa. Esta dinámica no sólo acaba justificando el autoritarismo, sino que es capaz de redefinir los actos de transgresión como formas prestigiosas y prepotentes de censurar las libertades. Si la rebeldía artística fue un modo de ampliar los límites, poner en duda la represión, la censura y los dogmas, estos nuevos relatos del fanatismo rebelde sirven ahora para limitar conquistas sociales, convertir el orgullo cívico en soberbia dogmática y borrar cualquier escrúpulo a la hora de ejercer la prohibición. 

El trabajo diario, el debate sereno y el progreso paulatino se convierten en un aburrimiento democrático. La música se sustituye por el ruido, la información por los malos chistes o los vídeos simpáticos. Resulta más entretenido mentir, insultar, volver a mentir y romper la convivencia institucional en un nuevo concepto de la rebeldía. Esta rebeldía no surge del conocimiento, sino de la necesidad de entretenerse o de romper, convirtiendo el tiempo de ocio en tiempo de odio y de zafiedades. Es la rebeldía del fuerte, la rebeldía que se opone al bien común. Por eso es tan importante la cultura. El atractivo de los antisistema se desvía contra la parte más justa del sistema.

La música se sustituye por el ruido, la información por los malos chistes o los vídeos simpáticos. Resulta más entretenido mentir, insultar, volver a mentir y romper la convivencia institucional en un nuevo concepto de la rebeldía

¿La rebeldía del fuerte? ¿O la del que quiere sentirse fuerte? Porque cada vez abundan más los siervos con máscara de talibán. No conocer la realidad y dejarse empujar por los relatos del fanatismo y la mentira nos convierte en títeres muy encerrados en una identidad afirmativa. No sólo es una dinámica que afecta a los falsos líderes. El anciano que vota a quien no quiere subir las pensiones, la mujer que vota a los enemigos de la igualdad o el trabajador que vota a los que degradan sus derechos laborales no son tontos, son experiencias movidas en un contexto que ha ido separando la política democrática de los derechos y los deseos individuales. Parece que las conquistas cívicas son una cosa natural de vida que no necesita agradecerse, porque la política no tiene que ver con el progreso. La política parece sólo un circo de corrupciones, falsas promesas y vanidades.

Por eso es tan importante la cultura que ayuda a entender la realidad y a desenmascarar las estrategias calculadas de forma minuciosa para quitarle autoridad y prestigio a la política. Quien miente, dice una cosa y su contraria, lanza insultos y se muestra irascible, quiere sustituir los datos por fango, la memoria por malos instintos y las decisiones del poder democrático por los intereses de los poderosos. Una marioneta vestida de talibán, alguien que sustituye la imaginación por la superstición.

Por eso es tan importante la cultura. Porque la realidad se está llenando de siervos con máscara de talibán y porque hay elecciones en las que no se decide únicamente entre los diversos programas de los partidos democráticos. Lo que se pone en juego son los valores de la misma democracia frente al autoritarismo. Y es en este contexto donde resulta necesario conocer bien, repensar bien los errores cometidos, los matices de las buenas causas y los peligros que nos rodean de sombras.

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