El sueño de la razón

El aguafuerte de Goya sobre la amenaza de los monstruos ha servido con frecuencia para señalar momentos de crisis en la historia contemporánea. Sí, el sueño de la razón produce monstruos. Cuando el fanatismo y la irracionalidad se convierten en el motor de los acontecimientos, la historia cae en manos de la monstruosidad y se imponen las dinámicas de violencia, los horrores, las humillaciones de la dignidad humana. Pero también pueden plantearse las cosas al revés, porque el ideario de la Ilustración se fundó en la apuesta por equilibrar las razones y los sentimientos, los valores universales y el respeto a la experiencia de cada corazón. Si los sentimientos se quedan dormidos, los cálculos razonables de la ciencia y la tecnología desembocan en armas de destrucción masiva y en genocidios.

Hay mucho de reflexión profesional sobre el futuro del arte y la realidad en Los Caprichos de Goya. Tan peligrosos son los fanáticos de corazón como los profesionales que utilizan sus conocimientos para suprimir lo razonable. Goya nos muestra a un hombre con ropas ilustradas que se duerme, apoyando su cabeza sobre lo que podría ser una mesa de trabajo. Puestos a sacar conclusiones en la decencia profesional, el peligro no sólo está en los que se quedan dormidos, sino también en los que utilizan sus conocimientos y el sueño de los demás para provocar estrategias cargadas de monstruos. Por desgracia, debajo de los fanatismos suelen encontrarse metódicos cálculos de estructuras para favorecer el mal. La democracia se llena de monstruos, vampiros salvajes que imponen la ley del más fuerte y la degradación de la política, debido a profesionales que abandonan su decencia y someten sus actuaciones a la lógica de las pesadillas.

En este sentido, el periodismo cobra un valor decisivo, porque es un eje clave para la democracia. Acabamos de vivir dos situaciones significativas que parten de un pseudoperiodista, o de un demagogo público, y de un reconocido medio de comunicación.

Nada tiene que ver con la censura comprometerse en la necesidad de que no se confunda a un profesional del periodismo con un activista de la infamia

Es grave que un activista de la infamia interrumpa una rueda de prensa en el Parlamento. Pero es más grave que ese activista tenga un carné de profesional que facilite su entrada para ejercer parlamentariamente el vandalismo. Y mucho más grave que, cuando los profesionales decentes protestan y se abre la posibilidad de negarle el permiso oficial de periodista a quien no es más que una tristísima estafa mediática, salga el Partido Popular para confundir la necesaria transparencia reguladora con un ataque a la libertad de expresión. La decencia profesional no puede confundirse con la demagogia que quiere impedir la información pública.

También son muy graves las alianzas de algunos medios de comunicación con los que pretenden degradar la política y extender la idea de que la representación pública está fundada en la mentira y la corrupción. El filtrado de los wasaps de Pedro Sánchez es un ejemplo claro, porque lo escandaloso no está en el contenido de esas conversaciones privadas, sino en el uso público que se hace de ellas. Resulta lógico que una primera pregunta se dirija a la filtración, a las personas que han violado la decencia para facilitar un secreto a un medio de comunicación. Pero es inevitable después, más allá de cualquier tentación gremial, preguntarse por la decencia de los profesionales que convierten la información en una infame estrategia de fango. Ofrecer una noticia exige plantear el contexto de la información, enmarcar profesionalmente los datos que se dan, analizar su significado, contar el sentido o, incluso, negarse a participar en dinámicas que tengan más que ver con el fango que con el conocimiento. Por desgracia hay profesionales que no sólo se quedan dormidos en su decencia, sino que someten los cálculos y la lógica de su oficio a la indecencia.

Vivimos en un mundo en el que el sueño de la razón y la indecencia de las razones vuelven a producir monstruos. El periodismo es una clave decisiva para la democracia, un valor imprescindible. Resulta necesario pedir a los profesionales que sean conscientes de la importancia de su honestidad y pedir a las autoridades que regulen ya un marco de transparencia profesional. Nada tiene que ver con la censura comprometerse en la necesidad de que no se confunda a un profesional con un activista de la infamia. También hay que pedir información pública sobre los intereses económicos que provocan los sesgos y las estrategias de basura en los medios de comunicación.  

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