¡La banca siempre gana! Helena Resano
El Instituto Cervantes tuvo la oportunidad de acoger esta semana la reunión en España de la Asociación Iberoamericana de Ministerios Públicos. Los altos representantes de las fiscalías que comparten la cultura española y portuguesa analizaron las posibilidades de colaboración para ofrecer seguridad a la ciudadanía, tanto en los ámbitos nacionales como en las nuevas redes internacionales. Hay de todo, países de una violencia extrema, países con una convivencia muy aceptable y algún país tranquilo en el que se blanquea el dinero conseguido a través de delitos en otros países. La globalización, ya se sabe, acentúa los desequilibrios mientras facilita los negocios y las tramas sin frontera.
La cultura jurídica forma parte de la cultura general. Las realidades del delito y la seguridad definen una parte decisiva de nuestro vivir. La Dirección de Cultura del Instituto Cervantes ha puesto en marcha un ciclo titulado “Narrar el horror” en el que se estudian tanto los libros que guardan memoria de las antiguas catástrofes como los que nos ayudan a conocer las realidades de nuestro presente. Juan Gabriel Vásquez, por ejemplo, estuvo en Múnich para contarnos que la violencia social y el narcotráfico habían conformado la personalidad de su generación e influido en la atmósfera de novelas como Volver la vista atrás, El ruido de las cosas al caer, La forma de las ruinas o Los nombres de Feliza. Y durante el Festival Centroamérica Cuenta, celebrado este año en Guatemala, tuve la alegría de encontrarme con el escritor salvadoreño Jorge Galán. Acaba de publicar en Alfaguara una estupenda novela, Los muchachos del apocalipsis, en la que cuenta de qué forma las mafias, los delitos, la represión policial contaminada y la desesperanza entran como una araña en los amores y las ilusiones de una juventud condenada al desarraigo, incluso cuando se queda en su propio país. Si hablamos de violencia social y de sus cruces con la intimidad, los lectores recordarán también novelas como Salvar el fuego, del escritor mexicano Guillermo Arriaga.
Todas estas lecturas rondaban en mi cabeza mientras oía el esclarecedor informe de Andrés Allamand, Secretario General Iberoamericano, sobre la violencia en el mundo de hoy, el número de asesinatos que se producen al día, la convivencia con el horror. De la tristeza pasé al orgullo, porque de pronto volví a comprender la suerte de vivir en España, y no sólo por compartir un idioma con más de 600 millones de hablantes, unos hablantes que pueden reunirse para discutir sobre sus cosas, sino porque nuestra vida es muy segura, mucho más segura que en Nueva York, Managua, Medellín o San Salvador.
Acostumbrados al protagonismo judicial en la España de la crispación, es importante recordar que vivimos en un país seguro
Acostumbrados al protagonismo judicial en la España de la crispación, de los jueces indecentes al servicio de los escándalos mediáticos y a los jueces decentes perseguidos por las manipulaciones periodísticas, es importante recordar que vivimos en un país seguro, que los delitos están muy por debajo de la media y que nuestros jueces, nuestros fiscales y nuestras instituciones penitenciarias desempeñan su labor más allá de la ley de la selva, la ley salvaje del más fuerte que quieren imponer las bandas armadas o los millonarios sin escrúpulos.
Confieso que en los motivos de orgullo hubo dos cuestiones de especial importancia para mí: el sistema penitenciario y la colaboración internacional. La salud de una democracia se demuestra en el trato humano a los presos y en la dignidad de las cárceles. No se puede defender la seguridad ciudadana con la barbarie represiva que, por ejemplo, el presidente Bukele legitima ahora en El Salvador.
Y también me pareció muy importante la labor que Álvaro García Ortiz, Fiscal General de España, representa a la hora de impulsar la colaboración, la dignidad institucional y las medidas comunes que debe tomar la comunidad iberoamericana. Importamos en el mundo. España es una referencia, y eso conviene recordarlo más allá de las crispaciones y las estrategias del escándalo que quieren ensuciar nuestra convivencia.
La crispación mediática le ha hecho recordar algo importante a este lector que soy: la cultura jurídica forma parte decisiva de nuestra cultura general.
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