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Guerra al 'prompter'

En la Asamblea de Madrid, Podemos ha pedido que si la presidenta Cifuentes utiliza el prompter para hacer sus discursos, los demás grupos también deberían poder utilizarlo. Y tiene razón. Lo que sucede es que nadie impide que los portavoces de uno u otro grupo lo usen. Esperanza Aguirre ya fue pionera en el uso de esos espejos transparentes en los que puede leerse un texto como si se leyera del papel, pero con la mirada alta y haciendo la lectura mucho menos evidente. Pero el prompter de Aguirre, como el de Cifuentes de ahora, lo paga el Grupo Parlamentario Popular y no la Asamblea. La polémica es absurda: si Podemos o el PSOE o Ciudadanos quiere utilizar uno, que se lo pague (por unos 6.000 euros en compra, y 500 en alquiler). O bien que la Asamblea compre uno –como ya han hecho otros parlamentos– y lo ponga al servicio de todos.

Pero detrás de la polémica sobre el uso del prompter, naturalmente, hay otra acusación más profunda. Es como si se quisiera señalar que Cifuentes es no sólo una ventajista, sino también una superficial que utiliza una herramienta vanguardista que le permite aparentar lo que no es. Ángel Gabilondo, el portavoz socialista, ha dicho que él no lo utilizará, porque, "yo es que creo, aunque me dicen que no es así, que es más importante el contenido que la forma, que es más importante hablar a los diputados que hablar para las televisiones".

De nuevo, la polémica es absurda

Porque aunque aún hay algunos que reniegan de ello, es obvio que los buenos discursos –de cierta extensión– son leídos. Todos sin excepción: Kennedy leía cuando decía "piensa no en lo que tu país puede hacer por ti. Piensa en lo que tú puedes hacer por tu país". Leía Obama cuando decía "Yes we can". Leía Churchill para ofrecer solo "sangre, sudor, (esfuerzo) y lágrimas". Leen los nobel y los Cervantes en sus lecciones de recepción. Leen los rectores, como lo fue Gabilondo, que también leía, en las pomposas ceremonias universitarias. Leen, por supuesto, Pablo Iglesias y los portavoces de todos los grupos cuando tienen que hacer discursos largos, en los debates sobre el estado de la nación, o en las investiduras, por ejemplo. Si hay un buen discurso no leído –por ejemplo la última parte del Tengo un sueño de Martin Luther King– es porque el orador conoce el texto por haberlo repetido muchas veces.

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¿Por qué pasar entonces el 83 por ciento del tiempo cabizbajo, mostrando la coronilla, cabeceando, encerrado en un papel, cuando puedes leer mirando también a tu audiencia, disfrutando del contacto visual con ella, con la cabeza bien alta? Eso es lo que permite hacer un prompter de discursos, como lo permite el teleprompter de los platós de televisión. Nadie desprecia a Ana Blanco o a Matías Prats porque lean de un espejo en lugar de leer del papel.

La herramienta está muy lejos de ser nueva. Tiene más de cincuenta años de historia. Todos los presidentes de Estados Unidos, desde Eisenhower, han utilizado el prompter. Todos sin excepción. Lo usan once de los actuales presidentes de América Latina. En España, además de Cifuentes, otros tres presidentes de comunidad, una decena de alcaldes, el rey en su discurso de los premios Princesa de Asturias, y Ana Botín en el Santander, Pallete en Telefónica o los directivos de La Caixa. También dos decenas de alcaldes de todas las ideologías.

No tiene ningún sentido defender la lectura de algo que está abajo en papel, si puede estar enfrente en dos espejos casi invisibles. No se es más natural porque las letras estén en papel. Entiendo los celos de Podemos o la displicencia del PSOE en la Asamblea de Madrid, y también las ganas de frivolizar con el uso que hace la presidenta (Pedro Sánchez, Zapatero, Montilla o Tomás Gómez también han utilizado el prompter, de manera que la ideología aquí tiene poco que ver). Pero se trata de una controversia tan irrelevante como absurda.

En la Asamblea de Madrid, Podemos ha pedido que si la presidenta Cifuentes utiliza el prompter para hacer sus discursos, los demás grupos también deberían poder utilizarlo. Y tiene razón. Lo que sucede es que nadie impide que los portavoces de uno u otro grupo lo usen. Esperanza Aguirre ya fue pionera en el uso de esos espejos transparentes en los que puede leerse un texto como si se leyera del papel, pero con la mirada alta y haciendo la lectura mucho menos evidente. Pero el prompter de Aguirre, como el de Cifuentes de ahora, lo paga el Grupo Parlamentario Popular y no la Asamblea. La polémica es absurda: si Podemos o el PSOE o Ciudadanos quiere utilizar uno, que se lo pague (por unos 6.000 euros en compra, y 500 en alquiler). O bien que la Asamblea compre uno –como ya han hecho otros parlamentos– y lo ponga al servicio de todos.

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