Desde la tramoya

Cifras para mantener la cordura

Las barras de bar inevitablemente se han convertido en foros de debate sobre la cuestión catalana. Unos y otros, en Cataluña y en toda España, apelan a lugares comunes, que son los que mueven el mundo. Y de esas conversaciones, como es natural, no sale nada en claro, porque dominan las emociones más viscerales. Da igual a estos efectos quién empezara y cómo se desarrollaran los acontecimientos en estos últimos seis años, desde aquella primera Diada rompedora de 2011, pero lo cierto es que la sociedad catalana y ahora también la sociedad española, viven el problema con auténtica pasión, y no precisamente constructiva.

Por eso, tratando de mantener una cierta objetividad y de aportar algo de método a la discusión, reporto aquí algunas cifras inapelables, que quizá puedan dar algo de luz. No sirve de mucho, porque sabemos que en la política los datos son inmediatamente seleccionados, sesgados e interpretados, para que cuadren con las percepciones previas de cada cual. Pero uno, que se dedica precisamente a eso, a la magia de las percepciones, no se resiste de vez en cuando a mostrar los trucos, para prevenir al espectador.

El 80% de los catalanes cree que la solución es un referéndum pactado (Metroscopia, 2017). Entre los españoles el apoyo baja notablemente, pero se mantiene muy alto. En torno a un 50% de los españoles (42% si votan al PP, 52% si votan a Ciudadanos, 72% si votan al PSOE) concederían un referéndum pactado (Gesop, 2016). El “derecho a decidir” cuenta, pues, con amplio apoyo, pero si es de manera pactada.

Por mucho que se insista, no hay en Cataluña una mayoría holgada, ni siquiera una mayoría, a favor de la independencia. No hay ni una sola encuesta seria que haya mostrado prevalencia del independentismo en Cataluña. Quizá el mejor referente sea el Barómetro de Opinión Política del Centre d’Estudis d’Opinió, que recoge que quienes “creen que Cataluña debe ser un Estado independiente” nunca han sido más del 49% (a principios de 2014) y hoy son aproximadamente el 35%.

Los independentistas, sentados juntos en la izquierda del Parlament, suman el 53% de los escaños, pero sólo el 48% de los votos en las últimas elecciones autonómicas. Hay una mayoría parlamentaria independentista, pero no estrictamente sustentada por una mayoría electoral.

'Parlem? Sí, però digues-me de què'

Cuatro de cada diez catalanes se consideran “tan catalanes como españoles” y otros dos de cada diez “solo catalanes”. De nuevo, no hay ni mucho menos un sentimiento nacionalista hegemónico en Cataluña. De hecho, el 60% de los catalanes no se considera “nacionalista” (CIS, 2015).

La cifra de catalanes que están decididamente por la independencia parece no moverse de la franja que va de los dos a los 2,3 millones. Los que votaron por opciones soberanistas en las elecciones al Parlament (dos millones), los que votaron en la consulta del 9N de 2014 (2.3 millones) y los que han votado, según datos de la Generalitat, en el referéndum del domingo (2,2 millones). Esa cifra es en cualquier caso no más del 42% del total del censo electoral catalán.

Las cifras no son pequeñas, como vemos. El independentismo es una fuerza social importante en Cataluña –menor que su representación política, aunque grande en cualquier caso–, pero no es de ningún modo mayoritaria. Es esa paradoja la que produce las tensiones sociales y políticas que han llevado a la vergonzosa situación actual, y al tacticismo de los líderes políticos españoles y catalanes. Mas y Junqueras primero, y Puigdemont después, pensaron que podrían convertir ese 40% en un 60% con una cuidadosa representación épica de la liberación de un pueblo oprimido, sobre la base de un principio aceptado de manera generalizada, que es el etéreo  y muy aceptado “derecho a decidir”. Y Rajoy pensó que sin darle mucha importancia a ese envite, lograría mantener inamovible el porcentaje y la independencia no sería por ello posible. Los porrazos han sido un error garrafal, porque indignan a buena parte del 60% que no quiere separarse. Y declarar unilateralmente la independencia sería otro error de libro, porque cabreará a muchos –la mayoría– que no quiere que, ni con porrazos, ni tampoco forzando la máquina, se hagan las cosas por las bravas.

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