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Un Bolsonaro en cualquier lugar

Millones de argentinos tiemblan este fin de semana como millones lo hicieron en España el último 23 de julio. El ultraderechista Javier Milei podría ser elegido presidente el domingo. A Milei se le emparenta con Donald Trump, Jair Bolsonaro, Viktor Orbán, Santiago Abascal; pero, de haber un medidor del miedo, podríamos decir que Milei –quizás por tener las formas más grotescas de los cuatro– espanta más, despierta antes una pregunta que trasciende la ideología: ¿Es una persona con compostura para dirigir un país?

El 30 de octubre de 2018, con Bolsonaro reciente triunfador en Brasil, Buenos Aires se preguntaba otra cosa. “¿Es posible un Bolsonaro en Argentina? El temor a un ultra en 2019”, titulé entonces para otro periódico español. Pero el ultra argentino no llegó en 2019 sino cuatro años después y en forma de mucho más que una posibilidad. Milei parte con una ligera ventaja en las últimas encuestas frente al ministro de Economía Sergio Massa. Milei en la Casa Rosada, como un Abascal vicepresidente tras el 23-J, pertenece al terreno de lo estadísticamente probable.

“Si ha pasado en Brasil, puede pasar en cualquier lugar. Bolsonaro es el resultado de muchos Bolsonaros. No ha aparecido por generación espontánea”, decía en aquellas mismas fechas de 2018 Joan Manuel Serrat, en un Buenos Aires forrado con carteles de sus 11 conciertos históricos, gira Mediterráneo da capo. El titular de su entrevista se lo llevó, también, Bolsonaro –la posibilidad de más Bolsonaros–. El drama, decía entonces el cantautor y dicen tantos todavía ahora, no es que existan los Bolsonaros sino su capacidad para arrastrar a millones de personas.

Argentina votará entre el enfado y el miedo. El enfado de quienes lo están tanto como para querer romperlo todo votando un Gobierno de la ultraderecha, y el miedo de quienes apoyarán, incluso con ningún entusiasmo, la opción que garantice que eso no ocurra

Argentina, como España hace unos meses, votará entre el enfado y el miedo. El enfado de quienes lo están tanto como para querer romperlo todo votando un Gobierno de o con la ultraderecha, y el miedo de quienes apoyarán, incluso con ningún entusiasmo, la opción que garantice que eso no ocurra. “Hemos esquivado esa bala”, se decía en Twitter España esta semana al ver los grotescos niveles de ignorancia, desvergüenza y violencia verbal y física de los manifestantes nocturnos en Ferraz. Abascal –Abascal con sus postulados antiderechos– podría ahora mismo ser vicepresidente de España y no lo es, y ese alivio es suficiente para muchas personas a las que, por ejemplo, la palanca de poder que ahora tiene la derecha independentista catalana no les hace la menor gracia o –“con nosotros no pruebe a tentar la suerte”, Míriam Nogueras (Junts)– directamente les estomaga.

El alivio de tener un Gobierno que como mucho sea lo de siempre no es poca cosa. Millones de argentinos lo desean ahora mismo como un milagro. Millones de españoles lo desearon hace unos meses y ahora respiran. En España hubo ocasión de ver a qué se parecería un Gobierno nacional del PP con Vox y en ese preestreno local y autonómico la derecha tradicional española perdió su posibilidad de volver a presidir el país. El último de sus líderes que sí lo hizo, Mariano Rajoy, ha firmado un manifiesto en apoyo de Javier Milei –de Javier Milei con nombre y apellido– junto a otros exmandatarios conservadores. Junto a Mauricio Macri, junto a Sebastián Piñera. Tardé unos buenos 15 minutos en comprobar y recomprobar que era cierto. ¿No hay límites, un mínimo, pudor, qué se yo? La derecha tradicional tiene un problema y es grave. 

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