El carajo de la libertad

La libertad también está sexuada y es masculina. Es lo que se deduce de las palabras de quien se presenta como “el máximo exponente de la libertad a nivel mundial”, Javier Milei, que ha hecho de su lema “¡viva la libertad, carajo!” la referencia de todos los partidos de ultraderecha con los que pacta la derecha a nivel global.

“Carajo”, según la primera acepción del Diccionario de la Lengua Española, significa “miembro viril”, de manera que colocar un miembro viril al lado de la palabra libertad es tanto como violarla metafóricamente, y si una violación busca la satisfacción de necesidades no sexuales, porque es un acto de poder, no sexual, la violación de la libertad se hace para satisfacer necesidades de poder bajo su excusa.

Poseer la libertad a través de la violencia verbal la convierte en una parte más de la geografía patriarcal, para de ese modo ser usada bajo las ideas y condiciones de quien la hace suya, y siempre con el acompañamiento de la fuerza propia de la construcción androcéntrica. Su modelo es muy sencillo y juega con la apariencia del respeto a los Derechos Humanos, porque cuando hablan de libertad dicen, libertad sí, pero en la práctica es la libertad del más fuerte; igualdad sí, pero la igualdad del más fuerte; dignidad sí, pero la dignidad del más fuerte; salud sí, pero la salud del más fuerte; educación sí, pero la educación del más fuerte; cultura sí, pero la cultura del más fuerte… y así podríamos continuar con todo.

Nadie podrá decir nunca que no se respetan los derechos y que no se toman iniciativas para defenderlos, pero lo hacen en unas circunstancias de poder que benefician a quienes poseen los instrumentos formales e informales del contexto para ejercitarlos. Es lo que vemos cuando, por ejemplo, el sistema dice que las mujeres son libres para ejercer la prostitución, para trabajar por un salario menor, para ocupar los puestos más precarios, para reducir su jornada por cuidados, para continuar en una relación donde los hombres las maltratan… sitúa la responsabilidad en lo individual sin detenerse en las circunstancias que dan lugar a esas situaciones, ni en los privilegios de quienes se benefician de ellas.

Porque la clave para entender el significado de “carajo” no está en su elemento material, que traducido a la práctica sería la imposición física de los planteamientos defendidos por esas posiciones, sino en su componente funcional y dinámico, es decir, en el uso del poder que crea la construcción cultural androcéntrica para imponer una normalidad trucada en la que siempre que se lanza un acontecimiento al aire sale cara para los sectores conservadores-androcéntricos y cruz para el resto. Y todo sin que aparentemente nadie haya hecho nada para que sea así, porque el truco no está en la imposición normativa u objetiva en un momento determinado, sino en tener monedas trucadas y cartas marcadas en la baraja de los días.

Esa es la razón por la que gritan al aire su “¡viva la libertad, carajo!”, porque es una libertad androcéntrica que refuerza el sistema de poder conservador. De manera que cuanto más controlan y limitan a la sociedad, más libertad hacen creer que tenemos y que el problema está en quienes no saben disfrutarla

El objetivo del sistema con estas estrategias es doble, beneficiar a quien está del lado del carajo, que en ese mundo disfruta de todos los elementos (libertad, igualdad, justicia, dignidad…), y culpar al resto de la sociedad de no tenerlos por sus ideas, valores o comportamientos. De ese modo sitúan en lo individual los problemas creados por una cultura basada en la desigualdad, y todo lo explican por los problemas propios de determinados grupos de la sociedad. ¿Que la gente con menos recursos accede menos a la universidad? pues la culpa es suya por no estudiar y esforzarse más, porque hay gente en esas circunstancias que sí accede; ¿que la precariedad laboral afecta más a las mujeres? la culpa es suya por no prepararse mejor ni rendir como lo hace un hombre; ¿que una persona migrante tiene problemas de discriminación y exclusión? la culpa es de la actitud que mantiene por no abandonar sus costumbres y adaptarse a las nuestras… Y así con todo y con todos los que son diferentes.

Lo vemos de manera clara cuando Díaz Ayuso pone la libertad por bandera para tomar una serie de decisiones que benefician a quien debido a su estatus, o lo que es lo mismo, a su parcela de poder social, puede moverse en esas condiciones sin dificultad. Y al mismo tiempo traslada la responsabilidad de quien no puede hacerlo a sus propias circunstancias y decisiones. De ese modo, si hay problemas con la sanidad, la educación, las residencias… son de la gente de izquierdas, porque la de derechas no plantea esos problemas.

No es casualidad que la derecha y la ultraderecha tomen como referencia la libertad: lo hacen porque es el único derecho que puede ser camuflado en el mientras tanto del momento bajo el argumento de que los límites no se deben a una falta de libertad, sino a la propia libertad. Y para ello utilizan lo de “la libertad de uno acaba donde empieza la libertad de otros” sin tener en cuenta cuáles son las circunstancias de unos y de otros, y ocultando que el modelo conservador capitalista distribuye esos límites por barrios y condiciones personales. Esto no puede hacerse con la justicia, la dignidad, la igualdad… no se puede utilizar la idea de que “la justicia de uno acaba donde empieza la justicia de otro”, ni “la dignidad de uno acaba donde empieza la dignidad de otro”, ni “la igualdad de uno acaba donde empieza la igualdad de otro”… Ninguna de esas referencias es válida, pero sí lo es para la libertad.

Esa es la razón por la que gritan al aire su “¡viva la libertad, carajo!”, porque es una libertad androcéntrica que refuerza el sistema de poder conservador. De manera que cuanto más controlan y limitan a la sociedad, más libertad hacen creer que tenemos y que el problema está en quienes no saben disfrutarla.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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