Todo el mundo entiende que apuñalar a una persona supone un delito bajo diferentes posibilidades, básicamente un delito de lesiones o un delito de homicidio si el resultado del apuñalamiento causa la muerte a la persona herida; pero no existe el “delito de apuñalamiento”.
Confundir la acción con el resultado para calificar los hechos es un error, pues, por ejemplo, podría tratarse de un apuñalamiento en “legítima defensa” o bajo un estado de “miedo insuperable”, y el propio Derecho concluiría que no hay responsabilidad criminal en quien lleva a cabo esa conducta. Por lo tanto, cuando se insiste en la idea de confundir la acción con el resultado no puede ser una confusión, sino parte de una estrategia interesada.
El SAP (Síndrome de Alienación Parental) no existe. Durante todo el proceso de revisión y actualización del Manual DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) para publicar su 5ª edición, el DSM-5, y en la revisión y actualización de la Clasificación Internacional de Enfermedades de la OMS para elaborar la CIE-11 (Clasificación Internacional de Enfermedades), un sector social acompañado de grupos de la psiquiatría y psicología estuvieron actuando sin cesar para que se aceptara el SAP como una entidad clínica diagnóstica, es decir, como un trastorno mental que pudiera ser diagnosticado y tratado a partir de una serie de elementos y características definidas.
No lo consiguieron. La comunidad científica no admitió los argumentos que desde la ideología androcéntrica utilizaban para presentar como un trastorno mental lo que podían ser situaciones dentro de un conflicto familiar, al mismo tiempo que rechazaron que se tratara de una situación clínica relacionada con la salud, puesto que sólo se presentaba dentro de divorcios conflictivos, sin que esa teórica “alienación” se pudiera llevar a cabo en otros contextos y escenarios, algo que resultaba “sospechoso”.
La decisión científica en el DSM-5 y en la CIE-11 fue muy importante porque lo que pretendían desde las posiciones machistas es que se admitiera como trastorno la conducta basada en la manipulación de los hijos e hijas en contra del otro progenitor. Y si se hubiera llegado a admitir que un padre o una madre puede “alienar” a un hijo o una hija, el éxito de su estrategia estaba garantizado, pues para darle ese significado a una conducta objetiva de rechazo por parte de los hijos hacían falta dos condiciones:
- Que el niño o la niña rechazara a un progenitor en un contexto de separación, una situación que ocurre con cierta frecuencia respecto al padre.
- Que hubiera un contexto de significado que atribuyera ese resultado a una conducta manipuladora por parte del otro progenitor, o sea, la madre, puesto que se contaba con la evidencia de que el padre era el rechazado.
Y las dos condiciones estaban garantizadas como parte de la cultura androcéntrica:
- La primera de ellas, el hecho objetivo de que un hijo o una hija no quiera estar con el padre tras la separación, tiene su causa más frecuente en la violencia de género que antes ha ejercido el padre durante la convivencia. Según la Macroencuesta de 2019, casi 1.700.000 niños, niñas y adolescentes viven en hogares donde el padre maltrata a la madre, una cifra que supone aproximadamente el 18% de la población de menos de 18 años. El mismo informe también recoge que el 77,4% de las mujeres que salen de la violencia lo hacen a través de la separación, es decir, en Juzgados de Familia, pero sin hacer referencia a la violencia sufrida. Todo ello indica que casi con toda probabilidad hay más casos de violencia de género en los Juzgados de Familia que en los Juzgados de Violencia sobre la Mujer, donde llegan las 200.000 denuncias que se interponen (CGPJ, 2024), y que representan entre el 25-30% del total de casos. Y en esos casos de violencia de género que llegan a los Juzgados de Familia sin hacer referencia a la violencia, se van a observar muchas de sus consecuencias, entre otras el rechazo del padre maltratador una vez que el hijo o la hija se siente seguro tras la distancia que supone la separación.
- El segundo elemento viene dado por la misma cultura androcéntrica que crea la violencia contra las mujeres como parte de la normalidad de las relaciones de pareja, para luego minimizarla y justificarla, o directamente responsabilizar a la mujer que la sufre. Es la misma cultura que también crea la perversidad y maldad de las mujeres, que produce la “violencia de género” contra ellas, que cuando la denuncian hablan de “denuncias falsas”, y cuando no denuncian y se separan hablan de SAP y de que las madres han manipulado a sus hijos e hijas para enfrentarlas al padre.
Las mujeres, con una identidad basada en la maternidad y ensalzadas como madres por la cultura, ni siquiera son consideradas como referentes en su rol esencial
Tener el SAP como diagnóstico, como querían al intentar introducirlo en el DSM-5 y en la CIE-11, suponía un cortocircuito para integrar directamente el resultado (los hijos no quieren ver al padre) con el significado dado por la cultura androcéntrica (la madre los ha manipulado), y así continuar con la amenaza sobre ella al “quitarle” los hijos y evitar la investigación que podría poner de manifiesto la violencia de género.
No lo han conseguido, pero en lugar de reconocer su fracaso destacan que también se habla de otros síndromes no incluidos en las clasificaciones internacionales, como el “síndrome de Estocolmo”, el “síndrome de la clase turista”, el “síndrome del impostor”… Y claro que existen como situaciones descriptivas y en muy distintos contextos que recogen unos elementos comunes, pero nadie ha pedido que se consideren trastornos clínicos y todo lo que ello supondría de cara al diagnóstico y a la respuesta.
Cada uno de los elementos que envuelve al SAP es coherente con el machismo, por eso los diferentes hechos que se presentan demuestran la coherencia de una cultura que habla de “malas madres” y de “buenos padres”, hasta el punto de que es el “buen padre de familia” la referencia que utiliza el Derecho Civil para resolver los problemas que se puedan presentar. Las mujeres, con una identidad basada en la maternidad y ensalzadas como madres por la cultura, ni siquiera son consideradas como referentes en su rol esencial. Y no lo son porque la cultura no juzga la maternidad por cómo se comporta la mujer con sus hijos o hijas, sino por cómo lo hace con el padre.
Todo el mundo entiende que apuñalar a una persona supone un delito bajo diferentes posibilidades, básicamente un delito de lesiones o un delito de homicidio si el resultado del apuñalamiento causa la muerte a la persona herida; pero no existe el “delito de apuñalamiento”.