El ensayo valenciano de Feijóo

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Feijóo me ha felicitado”, ha trasladado el líder y candidato del PP valenciano Carlos Mazón tras haber llegado a un acuerdo de gobierno con la ultraderecha de Vox. Acto seguido ha asegurado que “hay cambio en la Comunitat Valenciana y, por tanto, el cambio en España está más cerca”. Aunque no aclaró si ese cambio sería a mejor o, como tantos esperamos, a peor. Y no porque elucubremos desde la distancia sobre el enorme error político de introducir a una fuerza de extrema derecha en las instituciones. Sino porque la Comunidad Valenciana tiene el dudoso orgullo de ocupar el segundo puesto del pódium de capitulaciones del PP ante Vox que ya fue inaugurado por Castilla y León. Recuerden cómo entonces, en aquel clima brumoso y poco estable que sucedió a la purga de Pablo Casado por parte de una Ayuso inmaculada tras haberle pagado jugosas comisiones a su hermano, Alberto Núñez Feijóo emergió del humeante cráter que había dejado tras de sí la pelea fratricida en el PP y justificó que el primer acuerdo de coalición con la extrema derecha en Castilla y León no tenía nada que ver con él. Había llegado y se lo había encontrado todo hecho. Y eso le enfadaba muchísimo (o eso decía).

El presidente del Partido Popular Europeo Donald Tusk no tardó en pronunciarse, para más sonrojo del recién nombrado Feijóo, y dijo: "Espero que sea solo una accidente y no una tendencia en la política española (…) al final del día esto significa una capitulación”. El presidente de Galicia recién aterrizado en Madrid se puso de perfil con la habilidad de quien está acostumbrado a ello y se lavó las manos con una técnica que habría hecho envidiar al propio Poncio Pilato. En Galicia repetía, digno y orgulloso: “no tengo intención de pactar con Vox, y no lo haré, es un partido que está contra Galicia”. Pero conforme se alejaba de su Comunidad Autónoma se le olvidaba esa contundencia que rápidamente se transformó en un vergonzoso dejar hacer que primero se concretó en Castilla y León y ahora llega a la Comunidad Valenciana. No es un accidente, como esperaba Donald Tusk, es una tendencia de largo recorrido.

En Galicia, Feijóo repetía, digno y orgulloso: “no tengo intención de pactar con Vox, y no lo haré, es un partido que está contra Galicia”. Pero conforme se alejaba de su Comunidad Autónoma se le olvidaba esa contundencia

Además, ya sabemos cómo funcionan estos pactos. El esperpento político visto en Castilla y León nos sirve de manual para un terreno que todavía estaba inexplorado. El resumen ha sido: declaraciones cuestionando los gases de efecto invernadero, legislación para impedir el aborto imponiendo la escucha del latido fetal y promesas de relajar los controles sanitarios en un escenario de tuberculosis bovina. Y Feijóo no ha hecho nada. Bueno, sí, promocionar una copia de ese esperpento castellanoleonés a la valenciana, esta vez con un pacto con un líder condenado a un año de prisión por violencia machista. Borja Sémper, adalid de la siempre escasa moderación del PP, dijo pocas horas antes de que se alcanzase el acuerdo con un maltratador que “una persona que ha sido condenada por maltrato no debería dedicarse al ejercicio de la política”. Supongo que eso no le impedía que se pudiese negociar con él. Sobre todo si el poder del PP está en juego y, además, al candidato polémico se le acababa dando una salida que más que salida sabe a premio porque le regalan un escaño como diputado en el Congreso para las elecciones del 23J.

Castilla y León vino como tragedia, la Comunidad Valenciana llega como farsa y el resto de pactos autonómicos, y finalmente nacionales si es preciso, llegarán como absoluta desvergüenza y como culmen de un político que hizo de ponerse de perfil su arte y que al final hará de introducir a la extrema derecha en las instituciones de España su legado. El ensayo valenciano de Feijóo comenzará a expandirse por toda la geografía española. Que nadie diga que no lo advertimos. En nuestras manos está pararlo.

Feijóo me ha felicitado”, ha trasladado el líder y candidato del PP valenciano Carlos Mazón tras haber llegado a un acuerdo de gobierno con la ultraderecha de Vox. Acto seguido ha asegurado que “hay cambio en la Comunitat Valenciana y, por tanto, el cambio en España está más cerca”. Aunque no aclaró si ese cambio sería a mejor o, como tantos esperamos, a peor. Y no porque elucubremos desde la distancia sobre el enorme error político de introducir a una fuerza de extrema derecha en las instituciones. Sino porque la Comunidad Valenciana tiene el dudoso orgullo de ocupar el segundo puesto del pódium de capitulaciones del PP ante Vox que ya fue inaugurado por Castilla y León. Recuerden cómo entonces, en aquel clima brumoso y poco estable que sucedió a la purga de Pablo Casado por parte de una Ayuso inmaculada tras haberle pagado jugosas comisiones a su hermano, Alberto Núñez Feijóo emergió del humeante cráter que había dejado tras de sí la pelea fratricida en el PP y justificó que el primer acuerdo de coalición con la extrema derecha en Castilla y León no tenía nada que ver con él. Había llegado y se lo había encontrado todo hecho. Y eso le enfadaba muchísimo (o eso decía).

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