Joven. Varón. Raza negra

Se llamaba Samba. Su cadáver no apareció entre los cuerpos encontrados tras la tragedia en El Tarajal, en Ceuta, en 2014. Por entrevistas a algunos de sus compañeros, se sabía que un chico senegalés estuvo allí aunque ni siquiera se le consideraba desaparecido. Su historia la contó en un documental Mahmud Traoré, que procede de la misma región. Él llegó a España en septiembre de 2005 como clandestino por la misma frontera y quiso hacer el camino inverso, de vuelta a África, para buscar a la familia de Samba y contarle la tragedia. Con los ojos inyectados por el dolor de la despedida dos años antes, foto en mano, la madre rememora la última vez que lo vio: “De acuerdo, si es para buscarte la vida, te doy mi bendición”. Partió sin esperar a que terminase la cosecha del cacahuete, como le había pedido su padre. Tenía 25 años. 

A quienes mueren como Samba los identifican en los cementerios con un número y cuatro palabras: Joven. Varón. Raza negra. Samba solo sería eso si Mahmud Traoré y el director del documental, Mariano Agudo, no se hubieran empeñado en realizar este trabajo imprescindible, al que he regresado estos días. Estremecen las miradas, los silencios, los pasos desandados de Mahmud, sus reencuentros y la silueta imaginada de Samba. La cinta da una dimensión dramáticamente humana y familiar al amasijo de piernas y brazos y cabezas amontonados en la valla de Melilla. Jóvenes, varones, raza negra sin nombre ni rostro ni familias y criminalizados en la primera lectura que el Gobierno hizo de los hechos en junio pasado, como si España hubiera sido víctima de una invasión de salvajes. La primera reacción del presidente, sin haber visto los vídeos, dijo, fue pedir que nos pusiéramos en la piel de los cuerpos de seguridad (40 agentes fueron heridos) después de los “12 ataques en Melilla, de intentos de personas armadas de saltar la valla” en lo que llevábamos de año.  

Me he recreado en el perfil luminoso y magnético de Mahmud en Samba, un nombre borrado pensando en esos centenares de africanos que dieron dolores de cabeza a la Moncloa la última semana de junio. Así lo escribimos entonces, pero fueron desapareciendo de nuestras crónicas políticas con la complicidad de agosto, la volatilidad de las agendas mediáticas y la vehemencia del ministro del Interior. Las palabras se impusieron a las imágenes y, con el otoño ya en el calendario, hemos terminado por comprender que nuestro black lives matters depende de lo cargada que vaya la actualidad: el Defensor del Pueblo publicó un informe un viernes casi a las dos y media de la tarde en el que denunciaba el incumplimiento de la ley, pero la noticia no llegó viva al lunes en la mayoría de los grandes medios, a pesar de la dureza de los términos del trabajo de la oficina de Ángel Gabilondo. 

Las palabras se impusieron a las imágenes y, con el otoño ya en el calendario, hemos terminado por comprender que nuestro 'black lives matters' depende de lo cargada que vaya la actualidad

Los últimos muertos de la valla han regresado definitivamente a los titulares y al debate político tras un documental emitido por la BBC en el que se reconstruyen los hechos y la posterior constatación de otros medios españoles, como la Cadena Ser, de que hubo fallecidos debajo de la bandera española. Nadie los socorrió. Interior asegura que movilizó una ambulancia que no llegó a asistir a los afectados en la zona de la tragedia. Alegan además que los agentes de la Guardia Civil no tenían visibilidad sobre los heridos. El ministro Fernando Grande Marlaska se ha encargado de negar por activa y por pasiva que hubiera fallecidos en territorio español y esa voz ha sido la que ha prevalecido en nombre del Gobierno: el relato deshumanizado sobre los metros que justifican que haya seres humanos que se asfixien sin el auxilio de un país democrático, frontera de la Unión Europea. 

Todo ello con un Gobierno cuyo partido mayoritario es el mismo PSOE que combatió la política migratoria de Mariano Rajoy en El Tarajal, donde murió Samba. Las imágenes de Melilla no muestran la desproporción de entonces, pero la defensa de los derechos humanos debería tener la misma intensidad en el Gobierno y en la oposición. Y eso vale también para el Partido Popular, que pasó por alto la gravedad de los hechos de Melilla cuando se produjeron y se apuntó a la polémica a raíz de su ruptura con Pedro Sánchez sobre el Poder Judicial. 

Más de cuatro meses después, ni siquiera sabemos cuántos Sambas han muerto esta vez y es imposible quitarse de la boca el regusto amargo que produce el afán por borrar el rastro de tragedia. Mahmud Traoré, carpintero de profesión, queridísimo vecino de La Alameda en Sevilla, ejerce un activismo sereno y ejemplar que le lleva a menudo a los institutos para explicar por qué hay seres humanos que se juegan la vida en la frontera. Diecisiete años después de dar el salto le quedan pendientes muchas causas y muchos de esos sueños que le empujaron a salir de Temanto, en la provincia de Casamance. Mientras tanto, se preocupa de poner rostro a la masa informe de los negros de nuestras vallas de la vergüenza contra las que nos damos de bruces, gobierne quien gobierne. 

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