Kirk y la derrota de la democracia

El domingo pasado se celebró en EE.UU. un gran homenaje a Charles Kirk, pero antes de eso se votó en el Senado declarar un día al año como “Día Nacional en Recuerdo de Charlie Kirk”. Aunque todavía no es ley, lo significativo del asunto es que tal propuesta se aprobó por unanimidad; es decir, con el voto favorable de los demócratas. Fuera de EE.UU., también en el Parlamento europeo hubo un intento de dedicarle un minuto de silencio, afortunadamente abortado con patadas y abucheos. Esos abucheos y patadas salvan mínimamente la dignidad de las instituciones europeas. Tengo las redes llenas de comentarios de gente progresista que me censura porque me he mostrado no sólo contraria a cualquier homenaje, sino dispuesta a recordar que Kirk era un fascista (como poco un fascista eterno o primordial, según la denominación de Umberto Eco). Hemos podido leer, incluso, artículos en medios progresistas que mostraban cierto respeto por Kirk. Todo esto, así como el voto de los demócratas norteamericanos, me parece el síntoma más evidente de la profunda derrota política de los demócratas, del colapso moral en que nos encontramos y de la desorientación e impotencia de una parte de la izquierda. 

Los argumentos que he leído y escuchado son que Kirk ha muerto por sus ideas, que hacía política, que fomentaba el debate de ideas, que confrontaba dialécticamente allí donde le llamaran, que escuchaba a sus adversarios; que se puede estar en desacuerdo con él, pero que su contribución al debate político es indudable. De hecho, el 14 de octubre, el Día de Charles Kirk, será un día “para que los estadounidenses reflexionen sobre las contribuciones de Kirk al debate público y al compromiso cívico”, según se dice en la resolución que se ha aprobado en el Senado norteamericano.  El argumento definitivo es que Kirk hacía uso y defensa de su libertad de expresión, un valor superior en cualquier democracia. 

No, Kirk no ha muerto por sus ideas porque le ha matado un trastornado sin ninguna idea y producto de la misma América que Trump y los suyos (entre ellos Kirk) quieren extender: ignorante, paranoica, reaccionaria, agresiva, armada hasta los dientes, burdamente religiosa, racista y misógina; defensora de la crueldad además de económicamente injusta y profundamente desigual. Esta combinación genera una violencia ciega que no defiende ninguna idea en particular y que cayó sobre Kirk. Pero no sólo sobre él. A Kirk le ha matado esa América inmersa en la violencia política: en junio, fue asesinada Melissa Hortman, congresista de Minnesota. En abril Josh Shapiro, gobernador de Pensilvania, sufrió el incendio de su casa. En diciembre, Brian Thompson, director ejecutivo de United Healthcare, fue asesinado. El propio Donald Trump sufrió un atentado en campaña. El marido de la presidenta del Congreso norteamericano, Nancy Pelosi, fue agredido en su casa; el Congreso de los EE.UU fue atacado por una horda de fanáticos que querían matar a quien se pusiera por delante. Steve Scalise, actual líder de la mayoría en la Cámara de Representantes, recibió un disparo en 2017. Gabby Giffords, congresista de Arizona, recibió un disparo en 2011. Eso sin contar los tiroteos en escuelas y lugares públicos que han matado a cientos de miles de personas.  Y, por cierto, cuando el anciano marido de Nancy Pelosi fue agredido en su casa, Kirk sólo tuvo palabras de alabanza para el agresor.  

Kirk no hacía uso de su libertad de expresión, sino de su privilegio, de su posición de poder en un sistema que le permitía hacer afirmaciones que una democracia real debería tratar de silenciar o dificultar y en ningún caso alabar o contribuir a expandir. Afirmaciones que sus adversarios no pueden contradecir sin que les caiga encima la censura que está imponiendo Trump, como hemos visto en estos días. La supuesta defensa de la libertad de expresión de Kirk no es más que un instrumento para acabar con la verdadera libertad de expresión en EE.UU. 

Kirk no hacía uso de su libertad de expresión, sino de su privilegio, de su posición de poder en un sistema que le permitía hacer afirmaciones que una democracia real debería tratar de silenciar o dificultar y en ningún caso alabar o contribuir a expandir

Kirk no fomentaba ni respetaba el debate porque para debatir hace falta reconocer al adversario y asumir un terreno común. Hay cuestiones que en una democracia no se pueden debatir porque la democracia se caracteriza por fijar los términos de los debates dentro de un marco de respeto al otro, de respeto del pluralismo y de reconocimiento de los derechos de la ciudadanía y de las minorías. Si el debate consiste en decir que los negros son inferiores a los blancos, o que las mujeres no deben votar, eso no es un debate político. Eso es una opinión antidemocrática que hay que combatir.

Kirk, por citar algunas de sus opiniones, estaba a favor de eliminar la libertad religiosa, a favor de que la pena de muerte fuera pública, rápida (sin posibilidad de recursos) y patrocinada por las marcas comerciales, estaba en contra de que las mujeres tuvieran vidas profesionales y autónomas, de que las personas LGTB tuvieran presencia pública, de meter en instituciones psiquiátricas a las personas trans, y sostenía que la esclavitud tuvo muchas cosas buenas. Kirk, como los trumpistas, como los fascistas, era partidario de usar la democracia mientras le fuera útil, pero siempre con la idea de ir menoscabándola hasta acabar con ella. En EE.UU. caminan muy rápido hacia el momento en que ya se pueda dar por finiquitada, y declarar a Kirk héroe nacional es un paso importante en ese camino. Además, demuestra la absoluta desorientación de aquellos que se suponen demócratas y que no están siendo capaces, salvo algunas excepciones, de hacer una oposición que merezca ese nombre. 

Si bien está claro que Kirk no merecía la muerte por sus opiniones, estas sí merecían ser silenciadas con la ley y la voluntad democrática. El mundo merece estar libre de opiniones como las de Kirk y los que son como él. Nada de lo que decía merecía ningún respeto y mucho menos respeto institucional. La idea de que el Parlamento Europeo guardara por él un minuto de silencio es estrambótica. Cualquier signo de respeto institucional por Kirk sólo sirve para degradar la democracia misma. No sólo hay que estar en contra de honrarle, sino que es un deber moral decir que alguien como él tendría que estar fuera de la arena política. 

Lo que hacía Kirk, lo que está haciendo la extrema derecha en todo el mundo, lo que hace el trumpismo, es tratar de borrar la diferencia entre lo que entendemos por bondad y maldad, por bien y mal.  Extender la defensa de la desigualdad, de la crueldad y el odio como necesarios, inevitables y útiles porque sólo así podrán borrar los límites que aún encuentran para hacerse con todo, para robarlo todo, para extender su poder y sus beneficios. Para ellos, para sus políticas, la empatía, la bondad, la solidaridad o la compasión son rasgos humanos que es necesario eliminar. El objetivo es socavar la democracia, socavar cualquier baremo moral con el que nos hemos manejado desde hace cientos de años. Aún no tienen claro cómo hacerlo y se contradicen.  Milei, por ejemplo, reivindica abiertamente la crueldad mientras que JD Vance simplemente declara que Kirk era un hombre bondadoso. Trump defiende abiertamente el odio a los adversarios políticos. Ese mismo odio que mata. El fascismo nunca se ha caracterizado por su coherencia. Pero esto y no otra cosa es lo que hace Aznar cuando dice que hay que desterrar la emocionalidad de la política. ¿Cómo si no sería posible defender un genocidio televisado? 

Todo el mundo dice que necesitamos una derecha democrática, todos echamos de menos una derecha a la que poder mirar a la cara, pero eso ya no existe, y sentir melancolía por esa derecha nos lleva a desvaríos como defender los homenajes a Kirk. Esa derecha, en este momento, no puede existir porque al sistema neoliberal le sobra la democracia. Todo lo que esta representa (protección de las minorías, derechos humanos, convivencia dentro de un marco político, separación de poderes etc.) se presenta hoy como izquierdismo peligroso. Hoy la batalla es entre democracia o autoritarismo y no existe una derecha (no al menos organizada) que se haya puesto claramente del lado de la democracia. Estos son los mimbres que tenemos. 

La democracia hay que defenderla con ferocidad, y honrar a Kirk de cualquier manera es negarse a librar esa batalla y darla por perdida de antemano. Que lo haga Trump es normal, que algunos demócratas entren en ese juego es terrible. 

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Beatriz Gimeno es exdirectora del Instituto de las Mujeres.

El domingo pasado se celebró en EE.UU. un gran homenaje a Charles Kirk, pero antes de eso se votó en el Senado declarar un día al año como “Día Nacional en Recuerdo de Charlie Kirk”. Aunque todavía no es ley, lo significativo del asunto es que tal propuesta se aprobó por unanimidad; es decir, con el voto favorable de los demócratas. Fuera de EE.UU., también en el Parlamento europeo hubo un intento de dedicarle un minuto de silencio, afortunadamente abortado con patadas y abucheos. Esos abucheos y patadas salvan mínimamente la dignidad de las instituciones europeas. Tengo las redes llenas de comentarios de gente progresista que me censura porque me he mostrado no sólo contraria a cualquier homenaje, sino dispuesta a recordar que Kirk era un fascista (como poco un fascista eterno o primordial, según la denominación de Umberto Eco). Hemos podido leer, incluso, artículos en medios progresistas que mostraban cierto respeto por Kirk. Todo esto, así como el voto de los demócratas norteamericanos, me parece el síntoma más evidente de la profunda derrota política de los demócratas, del colapso moral en que nos encontramos y de la desorientación e impotencia de una parte de la izquierda. 

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