En las últimas semanas, algunos casos de violencia sexual y machismo vinculados al PSOE han reactivado un debate sobre coherencia y responsabilidad política. Pero conviene evitar un error frecuente. Una crítica feminista no puede consistir en señalar a las feministas del PSOE como responsables ni en atribuirles las conductas individuales de los hombres de su partido. Eso sería confundir el análisis estructural con un uso punitivo de las categorías políticas. El feminismo ha insistido siempre en que la crítica es una forma de cuidado: un modo de mantener vivas las exigencias de justicia, incluso (y especialmente) frente a quienes se reivindican aliados para la transición feminista que este país aún tiene pendiente.
Por eso, una crítica feminista rigurosa no se dirige contra las mujeres socialistas, sino hacia las decisiones políticas, institucionales y estratégicas del partido. Las discrepancias son legítimas y necesarias dentro de un movimiento que nunca ha sido homogéneo ni lo será. No existe tal cosa como un feminismo oficial que invalide al resto; existe un campo de debate democrático donde el disenso es síntoma de democracia, no de traición.
Sin embargo, el problema actual del PSOE con el feminismo no proviene de tener machistas en sus filas —todas las organizaciones los tienen, a mí me lo van a decir—, sino de una pérdida sostenida de ambición política en materia de igualdad. La erosión es más larga y más profunda.
En primer lugar, pesa y llama poderosamente la atención la demora deliberada en materias que el propio PSOE presenta como banderas históricas propias, como la llamada abolición de la prostitución (posición que no comparto). A la vez, programas esenciales impulsados desde el Ministerio de Igualdad como el Plan Corresponsables, las pulseras telemáticas para agresores, los itinerarios de inserción para mujeres en prostitución o la imprescindible implementación de leyes ya en vigor como la ley de libertad sexual, la ley trans o la reforma de la ley del aborto han sufrido discontinuidad, falta de impulso o vaciamiento. Prometer igualdad y desatender los mecanismos que la garantizan es una forma silenciosa de retroceso.
La falta de una agenda feminista coherente se evidencia también en gestos políticos de escaso realismo, como la reciente propuesta de introducir el derecho al aborto en la Constitución, una iniciativa que tuvo más de titular que de horizonte legislativo real. El feminismo no necesita promesas performativas, sino políticas públicas estables y dotadas.
Pero la situación actual no se explica únicamente con el abandono de la agenda del anterior Ministerio o con el desastre de la gestión en casos internos de violencia sexual. Es crucial señalar que el punto de inflexión se dio cuando el PSOE decidió que, para competir por el voto femenino con el Ministerio de Igualdad, la estrategia era cuestionar la Ley de Libertad Sexual, sumándose a la estrategia de las derechas, insinuando que el feminismo había ido con la aprobación de una reforma basada en el consentimiento demasiado lejos y atribuyendo a errores legislativos lo que entonces no quiso reconocer como interpretaciones judiciales restrictivas –interpretaciones que ahora sí denuncia en otros ámbitos, como el reciente caso del Tribunal Supremo sobre el fiscal general del Estado–. Aquella estrategia dejó una cicatriz imborrable. Convertir el feminismo en arma arrojadiza debilitó la confianza en un partido que históricamente había sido central en la institucionalización de la igualdad. Y lo que es peor, arrastró a sus actuales socios de Gobierno a una estrategia similar en la que, sin entrar en detalles, el feminismo se volvió a convertir en un aspecto accesorio para la izquierda.
Este deterioro no ocurre en el vacío. Que la derecha crezca no puede paralizar la capacidad crítica de la izquierda ni obligarla a cerrar filas sin reflexión, como si señalar errores propios fuese debilitar al conjunto. Muy al contrario, precisamente porque la izquierda no atraviesa su mejor momento, debe preguntarse qué hace mal, qué políticas no ha sabido sostener y qué discursos ha descuidado.
Una encuesta reciente publicada por 40dB. mostraba que las mujeres se están alejando del voto progresista y desplazándose hacia la abstención. Cuando quienes deberían sentirse representadas por una agenda feminista dejan de hacerlo, la pregunta no puede dirigirse contra ellas, sino contra quienes han gestionado y cuestionado esa agenda. El descontento no es espontáneo; es político. Y desgraciadamente los mensajes contra las políticas de igualdad han venido también de las primeras filas socialistas durante quizás ya demasiado tiempo.
Por eso la crítica feminista al PSOE y a sus socios de Gobierno debe ser un acto de responsabilidad. Porque el vínculo histórico entre socialismo, izquierda e igualdad no se sostiene solo con memoria, se sostiene con políticas. Y en los últimos años, el PSOE ha ido renunciando, de forma paulatina y táctica, a ese liderazgo que un día ejerció con convicción. La relación rota con el feminismo no es fruto de un caso concreto, de un malentendido ni de una campaña ajena, sino que es consecuencia de decisiones políticas concretas, de silencios estratégicos y de una incapacidad creciente para articular una visión sólida de igualdad en un tiempo que exige claridad y valentía.
La relación rota con el feminismo es consecuencia de decisiones políticas, silencios estratégicos y una incapacidad creciente para articular una visión sólida de igualdad
Si el PSOE quiere recuperar ese lugar, no le bastará con invocar un legado. Tendrá que volver a construir uno. Y la misma tarea sigue pendiente para las izquierdas. Si queremos tener esperanza en unos comicios electorales que parece que son cada vez más cercanos, las mujeres tienen que salir a votar. Fueron ellas las que llevaron a Sánchez a la Moncloa y, o la estrategia cambia radicalmente, o serán las que lo van a sacar. Y para ello no hay lavado de cara morado que valga, hace falta articular un feminismo que vuelva a interpelar a la mayoría, tan crudo como hegemónico.
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Ángela Rodríguez Pam es exsecretaria de Estado de Igualdad.
En las últimas semanas, algunos casos de violencia sexual y machismo vinculados al PSOE han reactivado un debate sobre coherencia y responsabilidad política. Pero conviene evitar un error frecuente. Una crítica feminista no puede consistir en señalar a las feministas del PSOE como responsables ni en atribuirles las conductas individuales de los hombres de su partido. Eso sería confundir el análisis estructural con un uso punitivo de las categorías políticas. El feminismo ha insistido siempre en que la crítica es una forma de cuidado: un modo de mantener vivas las exigencias de justicia, incluso (y especialmente) frente a quienes se reivindican aliados para la transición feminista que este país aún tiene pendiente.