Netanyahu no quiere la paz ni a los palestinos

Cualquier análisis que se pretenda hacer sobre la supuesta voluntad de Israel para alcanzar la paz con los palestinos debe partir de su respuesta a la oferta que en 2002 le planteó la Liga Árabe y que, desde entonces, no deja de mencionar en cada ocasión que se presenta. Lo que los 22 países árabes proponían ya entonces era el pleno reconocimiento de Israel y la normalización de relaciones a cambio, simplemente, de que por su parte aceptara poner fin a la ocupación de Gaza y Cisjordania (ilegal según la ONU), la declaración de un Estado palestino en ese territorio (en línea con la propuesta tradicional de la ONU para crear dos Estados en la zona) y una solución justa al problema de los refugiados (lo que no necesariamente equivale al retorno de los seis millones actuales). El absoluto desprecio israelí a esa iniciativa deja bien claro que Tel Aviv no busca la paz, sino el dominio completo de todo el territorio existente entre el río Jordán y el mar Mediterráneo; por supuesto, con la menor cantidad de palestinos que sea posible.

Ese desprecio ni siquiera toma en consideración el hecho de que, aun poniendo fin a la ocupación, los palestinos estarían renunciando a la mitad del injusto 44% de la Palestina histórica que la ONU les concedía en 1947 (a pesar de ser la población mayoritaria del territorio), dado que la otra mitad, anexionada por la vía de la fuerza bruta, pasaría a formar parte definitivamente de Israel. En consecuencia, lo único que explica el rechazo israelí a dicha propuesta es la fuerza del supremacismo del que hoy Benjamin Netanyahu es la expresión más perfeccionada al frente del gobierno más extremista de la historia de Israel. Y así lo está dejando claro, manu militari, tanto en Gaza como en Cisjordania.

Aun poniendo fin a la ocupación, los palestinos estarían renunciando a la mitad del injusto 44% de la Palestina histórica que la ONU les concedía en 1947, dado que la otra mitad, anexionada por la vía de la fuerza bruta, pasaría a formar parte definitivamente de Israel

Un supremacismo que, pervirtiendo en su beneficio tanto el judaísmo como los valores democráticos de una sociedad tan diversa como la israelí, está desarrollando actualmente una masacre que sueña con que le servirá definitivamente para convencer a los palestinos de que no hay futuro para ellos en esa tierra y de que, en consecuencia, deben renunciar a su sueño político de contar alguna vez con un Estado propio en ella. Todo ello transmitido en directo, en el marco de una operación de castigo que cuenta con el abierto apoyo y complicidad de Washington, mientras la Unión Europea y los gobiernos árabes dejan a la luz sus respectivas vergüenzas como actores inoperantes.

Las señales más recientes son inequívocas. Por un lado, Israel se esfuerza ahora mismo por convencer a propios y extraños de que Hamás no quiere la paz al rechazar la prolongación de la fase 1 del acuerdo que establecieron el pasado 15 de enero. La realidad, sin embargo, es que, sin hacer por ello bueno a Hamás, es el propio Netanyahu el que, incumpliendo una vez más dicho acuerdo, pretende seguir retrasando el paso a la fase 2, que incluye la retirada de Gaza (y, por supuesto, el corredor Filadelfia). De ese modo, haciendo olvidar que Israel ha violado más de 300 veces dicho acuerdo en los 42 días de su primera fase, matando por el camino a más de un centenar de palestinos, Netanyahu busca la liberación del resto de las personas que Hamás aún retiene sin tener que cumplir con lo pactado. Y, por si eso fuera poco, decide volver a paralizar la entrada de ayuda humanitaria en toda la Franja, como si eso no fuese una obligación que le corresponde como potencia ocupante y un compromiso adquirido nuevamente en el tan mencionado como violentado acuerdo.

Es, por otro lado, el mismo Israel que, incumpliendo asimismo el acuerdo establecido con la milicia chií de Hizbulah el pasado 27 de noviembre, mantiene posiciones militares en territorio libanés, y el mismo que, violando la soberanía nacional de Siria, multiplica sus ataques no solo las zonas próximas a los Altos del Golán, sino también en Latakia. Pero a pesar de todo ello, no solo esa actitud no ha supuesto ningún coste para Israel, sino que ha sido premiado nuevamente por Donald Trump. Mientras el presidente estadounidense ha reiterado las amenazas de castigo apocalíptico contra Hamás, si no libera de una vez a quienes todavía están en sus manos, acaba de aprobar otros 4.000 millones de dólares en ayuda militar y la entrega de bombas de media tonelada para que Tel Aviv pueda continuar la masacre.

Para dejar aún más clara, si fuera necesario, la aversión a la paz por parte de Netanyahu y los suyos ahí está su rechazo frontal (junto con Washington) del plan que los países árabes han presentado en su reunión en El Cairo el pasado día 4 de marzo para la reconstrucción de Gaza. La diferencia más notoria de dicho plan con el que Trump presentó hace unas semanas es que mientras este último conlleva de manera nada disimulada el desplazamiento forzoso de los gazatíes sobrevivientes a la matanza israelí, sacándolos definitivamente de su tierra, el de los árabes imagina una reconstrucción que no lleve aparejada lo que solo cabe denominar una limpieza étnica. En resumen, Netanyahu y Trump quieren la tierra (sin palestinos), no la paz.

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Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).

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