Los francotiradores Víctor Guillot
Tras acordar un alto el fuego el pasado 10 de octubre, lo que ocurre en Gaza y en Cisjordania va desapareciendo de la agenda mediática y política, como si ya la paz se hubiera instaurado en Palestina. Desgraciadamente, la realidad es muy distinta.
Por un lado, desde esa fecha las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) acumulan ya más de 800 acciones armadas en la Franja —o, lo que es lo mismo, más de 800 violaciones del acuerdo—, añadiendo unos cuatrocientos muertos más a la macabra cuenta de las operaciones de castigo “Espadas de Hierro” y “Carros de Gedeón”, que han desembocado en un genocidio en toda regla. Desde el principio ya resultaba claro que la intención de Benjamín Netanyahu al firmar dicho acuerdo no era detener los combates, sino paralizar la movilización social internacional. Y no hay más remedio que asumir que, en buena medida, ha logrado su propósito, por cuanto sigue teniendo las manos libres para seguir adelante con su apuesta supremacista, mientras que se ha reducido sustancialmente la protesta ciudadana y la atención de los organismos internacionales y de los gobiernos occidentales sobre lo que allí sigue pasando.
Por su parte, Hamás sigue muy lejos de reconocer el desastre que ha supuesto para la población palestina su operación “Tormenta de Al Aqsa” (los ataques contra Israel del 7 de octubre de 2023), y ahora se afana por recuperar cierta presencia en una Gaza absolutamente masacrada y destruida. Con ese objetivo busca recomponer su capacidad de combate tanto para poder neutralizar la oposición armada que le plantean grupos palestinos que operan dentro de la Franja, como para hacer frente a los ataques de las FDI. Y tan cierto es que nada indica que el Movimiento de Resistencia Islámica esté pensando en desarmarse voluntariamente, tal como recoge el citado acuerdo de cese de hostilidades, como que Israel está financiando y armando a buena parte de esos grupos palestinos (mejor dicho, bandas criminales palestinas) con la indisimulada intención de que peleen contra Hamás y, en definitiva, se debilite aún más la resistencia contra la ocupación.
Desde el principio ya resultaba claro que la intención de Benjamín Netanyahu al firmar el acuerdo no era detener los combates, sino paralizar la movilización social internacional
Por eso no deja de ser un nuevo ejemplo de cinismo que Washington se declare ahora alarmado porque la FDI ha asesinado a Raed Saad, alto mando de las Brigadas Ezzedin Al-Qasam en Gaza, como si ésta fuese la primera violación del alto el fuego. EEUU aparenta así que está dispuesto a frenar el ansia militar de Tel Aviv, cuando en realidad sigue prestándole el mismo respaldo diplomático, económico y militar que antes. Igualmente, simula estar empeñado en pasar a la implementación de la segunda fase del acuerdo, cuando resulta evidente que no va a contravenir lo que Netanyahu decida, como ha venido ocurriendo hasta ahora.
Cabe recordar que esa segunda fase contempla una retirada israelí de la Franja —mientras que sigue controlando, a lo largo de la Línea Amarilla, el 58% de toda Gaza —, al tiempo que se despliega una Fuerza Internacional de Estabilización —la Resolución 2803 del Consejo de Seguridad de la ONU, con la abstención de Rusia y China, otorga un mandato para ponerla en marcha —, pero se desconoce quién va a poner los efectivos sobre el terreno y, sobre todo, si tendrá el mandato de desarmar por la fuerza a Hamás. También prevé establecer un gobierno palestino “tecnocrático y apolítico”, una calificación que deja fuera a la práctica totalidad de los actores políticos palestinos y concede a Trump y a Netanyahu la potestad de seleccionar y descartar a quienes consideren molestos para sus planes. Menos aún se ha materializado en el terreno la comprometida reconstrucción de Gaza, estimada por los expertos de desarrollo de la ONU en unos 70.000 millones de dólares. De momento, lo único que se conoce son los planes israelíes para, dentro de la parte de la Franja que controlan directamente sus fuerzas armadas, crear nuevas realidades destinadas a los palestinos que decida albergar, con el claro propósito de seguir fragmentando la resistencia a la ocupación.
Y lo que resulta aún más insostenible es que Tel Aviv sostenga que todavía no puede dar el paso a dicha segunda fase hasta que Hamás devuelva los restos del cadáver de Ran Gvili, el último ciudadano israelí que debería entregar a Israel en cumplimiento del acuerdo para el intercambio de prisioneros (vivos y muertos). Netanyahu sabe, en definitiva, que cuenta con un amplio margen de maniobra para mantener su rumbo genocida. Y por eso, cuando finalmente Hamás entregue esos restos, solo cabe contar con que echará mano de otra excusa para seguir incumpliendo lo que, de hecho, nunca ha estado dispuesto a cumplir.
El mismo Netanyahu que acusa al gobierno australiano de haber propiciado el trágico atentado contra la comunidad judía en Sídney por haber reconocido a Palestina como Estado. Y el mismo que, perdiendo el sentido de la realidad, hace pasar por judío al valiente ciudadano sirio que se atrevió a desarmar a uno de los atacantes.
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Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
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