España-Marruecos, una luna de miel amarga

Si solo se atiende al discurso que sostienen tanto Rabat como Madrid desde hace ya tres años, sería inmediato concluir que España y Marruecos siguen gozando de una luna de miel sin sombra alguna en el horizonte. Sin embargo, si se va más allá de algunos datos innegables y, más aún, si se entra en el terreno de lo intangible, esa idílica imagen queda de inmediato trastocada, con la sensación generalizada de que Rabat ha logrado inclinar sustancialmente la balanza a su favor, sin que los intereses españoles queden plenamente salvaguardados.

El hecho de que haya sido Marruecos quien más se ha movilizado para concretar la nueva Reunión de Alto Nivel (RAN) —Madrid, 4 de diciembre— ya es una clara señal de que se siente en una posición de ventaja. En la anterior, celebrada en Rabat en febrero de 2023, ya logró la confirmación plena del giro que el gobierno español había dado en marzo del año anterior a favor de la marroquinidad del Sahara Occidental. Y en esta, tras el respaldo que ha obtenido en el Consejo de Seguridad de la ONU con la aprobación de la Resolución 2797, que identifica el plan de autonomía marroquí presentado en 2007 como la base sobre la que definir el futuro de ese disputado territorio, cabe esperar que busque un alineamiento aún más rotundo, en línea con lo que ya han hecho, entre otros, Estados Unidos, Francia y Reino Unido.

Para ello cuenta no solo con que el viento de la historia continúe soplando abiertamente a su favor, sino también con elementos de presión muy concretos. El primero de ellos es, obviamente, Ceuta y Melilla, sabiendo que la economía de ambas ciudades sufre poderosamente si las aduanas con Marruecos no permiten un paso franco. Los mismos pasos que Marruecos cerró unilateralmente en 2018 y con los que, desde su reapertura (aparentemente definitiva) en enero de este mismo año, juega recurrentemente para mostrar su malestar con algún gesto político español y para dejar claro que cuenta con esa palanca para influir en la vida de ceutíes y melillenses. A eso se une, en el contexto de ambiciosos programas de nuevas infraestructuras en diversas partes del reino, la “zanahoria” para las empresas españolas interesadas en participar en dichos proyectos.

Nada de eso niega que las relaciones comerciales se siguen intensificando hasta el punto de que España ya es el primer socio comercial de Marruecos, con un volumen total de intercambios anuales que supera los 22.000 millones de euros, con una clara ventaja para España en la balanza bilateral por encima de los 3.000 millones de euros. Y lo mismo cabe decir de la colaboración en la lucha contra el terrorismo y hasta en el control de la inmigración irregular hacia las costas españolas. De hecho, en lo que va de año las llegadas de embarcaciones procedentes de las costas marroquíes a Canarias ha disminuido un 63%.

A pesar de las apariencias, España no ha encontrado todavía la fórmula para neutralizar los problemas que genera la vecindad con Marruecos, sometida a sus recurrentes provocaciones

A cambio de todo ello, los sucesivos gobiernos españoles no han tenido reparos en apoyar las posturas marroquíes tanto en clave bilateral —haciendo caso omiso a las protestas de una sociedad civil mayoritariamente prosaharaui por lo que considera un abandono vergonzante— como en el marco comunitario —procurando frenar medidas contrarias a Rabat en los acuerdos de pesca o agrícola—. Eso incluye también pasar por alto los desplantes y la resistencia de Rabat a cumplir lo acordado (especialmente en relación con la apertura de las aduanas de Ceuta y Melilla), confiando sumisamente en que esa es la mejor vía para evitar el estallido de nuevas crisis vecinales.

Es bien evidente que Rabat nos ha tomado la medida en un juego en el que siente que no solo tiene el mango de la sartén en su mano, sino toda la sartén. Por eso no puede extrañar que se muestre dispuesto a aumentar sus demandas. Por una parte, es bien visible su intención de asegurar aún más su control del Sahara Occidental y, en esa línea, su próxima reivindicación es lograr el control de un espacio aéreo que hasta hoy se reserva España, desde Canarias. Por otra, Rabat pretende conseguir una demarcación de las fronteras marítimas con España que ya apunta directamente al control (como mínimo compartido) de las potenciales riquezas en minerales que alberga el Monte Tropic, como si esa montaña subterránea no formase parte de la plataforma continental de las islas Canarias. A cambio parece mostrarse generoso, ofreciendo garantías (¿?) sobre la estabilidad del archipiélago y de que no pondrá ningún obstáculo a su plena integración la dinámica económica africana.

En definitiva, a pesar de las apariencias, España no ha encontrado todavía la fórmula para neutralizar los problemas que genera la vecindad con Marruecos, sometida a sus recurrentes provocaciones. De momento, solo nos queda confiar en que el interés común por sacar adelante sin mácula el campeonato mundial de fútbol que, junto con Portugal, ambos países van a organizar en 2030 sea suficiente para evitar, al menos hasta entonces, una crisis como las que ya hemos vivido hasta ahora.

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Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).

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