El panteón de los santos falsos Pedro Vallín
A estas alturas resulta cada vez más claro que ni el respeto de los derechos humanos ni el cumplimiento de las normas del derecho internacional son las guías que sirven para gestionar las relaciones internacionales. Lo que cuenta, por desgracia, es la más cruda real politik, basada en la voluntad de poder, la relación de fuerzas (no solo militares) y la defensa a ultranza de intereses geopolíticos y geoeconómicos. Y, si no bastan las propias fuerzas, se busca el respaldo de una potencia global que sirva para imponerse a los vecinos y adversarios. Un buen ejemplo de ello es lo que puede ocurrir en torno al Sahara Occidental si Donald Trump logra llevar a la práctica lo que de momento es solo una propuesta.
Los saharauis, con el Frente Polisario como su legítimo representante, tienen la razón histórica y el derecho internacional de su lado. Por una parte, ya en 1975 el Tribunal Internacional de Justicia dictaminó que no existían lazos de soberanía marroquí sobre ese territorio, mientras que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dejó claro en 2024 que es un territorio “separado y distinto” a Marruecos. Por otro, la ONU, ya de manera inequívoca desde 1991, reconoce explícitamente que el pueblo saharaui tiene derecho a la autodeterminación; aunque, como es bien sabido, nunca ha llegado a celebrarse el referéndum previsto en el plan de paz alcanzado aquel año.
En realidad, más allá de declaraciones y proclamas más o menos triunfalistas, hace ya mucho que el tiempo corre a favor de Marruecos
Sin embargo, de poco han servido esos argumentos ante el empuje de Marruecos. A punto de cumplirse cincuenta años de la Marcha Verde, Rabat no solo ha logrado desbaratar todos los intentos de celebrar dicho referéndum, sino que, combinando acciones militares con otras de índole económica, también ha ido consolidando su presencia en el llamado “Sahara ocupado” o “Sahara útil”; es decir, el 80% del total, dejando a los refugiados saharauis enclaustrados en la desértica hamada argelina de Tinduf. De poco ha servido igualmente que el Frente Polisario haya vuelto a recurrir a las armas a partir de octubre de 2020, en un desesperado intento por romper la dinámica promarroquí que ya entonces había adquirido el conflicto y provocar una reacción internacional que evitara el hecho consumado de verse absorbidos por Rabat.
En realidad, más allá de declaraciones y proclamas más o menos triunfalistas, hace ya mucho que el tiempo corre a favor de Marruecos. No solo se trata de que su abrumadora superioridad militar hace impensable que las fuerzas de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) puedan recuperar el terreno perdido y obligar a las Fuerzas Armadas Reales a retirarse del sistema de muros que ha ido creando con los años, sino de que Rabat también ha tomado la delantera de manera innegable en el terreno político y diplomático. Así lo ha hecho en todas las instancias internacionales de las que forma parte, de tal manera que de los 84 países que llegaron a reconocer a la RASD (creada en 1976), hoy tan solo quedan 47. Y si en la Unión Africana, desde su entrada en 2017, ha conseguido ganar apoyos para arrinconar a la RASD (hasta el punto de que su pertenencia a la organización sea cada día más precaria), en el Grupo de Amigos del Secretario General de la ONU para el Sahara Occidental también ha ido ganando adeptos a su causa.
De los cinco miembros de este último grupo, creado formalmente en 2011, ya es notorio el alineamiento promarroquí tanto de Estados Unidos, como del Reino Unido, Francia y España; de tal modo que solo queda Rusia por dar un paso que satisfaga las expectativas de Rabat. Todos ellos parecen haber entendido por diferentes razones que, derecho internacional al margen, la existencia de un Estado saharaui no resulta conveniente. En consecuencia, los saharauis, sin fuerzas propias para hacer valer sus derechos, han quedado abandonados, incluso por una Argelia que tampoco está en condiciones de ir más allá de lo que ha hecho hasta ahora.
Visto así, la propuesta de solución del conflicto que acaba de presentar Donald Trump, anunciando que ha puesto a Steve Witkoff y a Jared Kushner a trabajar en el tema, puede suponer el tiro de gracia al sueño de un pueblo por el que, en definitiva, ya nadie se la va a jugar. Los acontecimientos se precipitan, con el final de la MINURSO (desplegada en el terreno desde 1991, precisamente para garantizar el alto el fuego y preparar el referéndum), inicialmente previsto para el próximo 31 de octubre (aunque es probable que se extienda puntualmente su mandato), y con la presentación de una propuesta de Resolución por parte de Washington en el Consejo de Seguridad de la ONU. Cabe dar por descontado que, si Moscú no la veta, dicha Resolución supondrá el entierro definitivo de la idea del referéndum y la confirmación de que la monarquía alauí tendrá ya a la vista el momento en el que podrá izar su bandera en todo el Sahara Occidental, convertido, en el mejor de los casos, en una mera región con ciertas competencias administrativas.
Aunque el narcisista inquilino de la Casa Blanca se apresure a contabilizar un nuevo éxito como supuesto pacificador, difícilmente la aprobación de dicha Resolución supondrá que la paz vuelva a reinar en la región; con Rabat y Argel alimentando una inquietante espiral armamentística en la disputa por el liderazgo regional.
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Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
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