Acoso y 'compliance'

2025 nos ha deparado bastantes sinsabores en lo público, lo institucional, lo político, nacional e internacionalmente. Guerras, masacres, genocidio, agresiones territoriales, ejecuciones extrajudiciales en el mar Caribe... A nivel local, en España tampoco hemos tenido un año tranquilo: corrupción; desastres naturales; crímenes machistas; sentencias incomprensibles, injustas y parciales, como la que el Tribunal Supremo ha proferido contra el fiscal general del Estado, en ese momento, Álvaro García Ortiz; insultos y descalificaciones parlamentarias reiteradas; reproches de todo orden. Por si faltaba poco, nos topamos con algo inesperado y vergonzoso: las acusaciones y denuncias por supuestos acosos sexuales contra algunos dirigentes o miembros destacados del Partido Socialista Obrero Español y la falta de reacción en tiempo y forma de las estructuras de este partido contra los presuntos acosadores. Individuos que se dedican a molestar a base de insinuaciones, chistecitos, propuestas de promoción a cambio de sexo y vete a saber qué más desagradables acciones y hasta dónde, convirtiendo en un infierno la vida de sus víctimas.

Esto resulta demoledor. Tipejos asquerosos existen desgraciadamente en todas las empresas, en todas las formaciones políticas, en cualquier ámbito de la vida laboral y en espacios de poder en los que se mercadea con el cuerpo de la mujer. Pero debo reconocer que estoy impactado porque no me esperaba que pasara esto, de forma aparentemente recurrente, en el seno de un partido que ha demostrado de forma inveterada ser vanguardia en la defensa de los derechos de la mujer, el feminismo, la lucha contra la homofobia y la xenofobia, hasta el punto de que, en este momento de la historia, el partido que fundara Pablo Iglesias podría haber dejado de ser un espacio seguro para las mujeres.

Al hilo de las primeras denuncias, ocultadas, negadas o minusvaloradas orgánicamente, han surgido otros casos que han motivado dimisiones tardías, excusas fuera de contexto y explicaciones insuficientes de la parálisis preventiva, de investigación y de sanción que no solo se saldan con meras dimisiones. A quien aparece como ejemplo y símbolo se le exige mucho más.

Falta de seguridad

La primera reflexión que quiero hacer sobre este tema tiene que ver con la falta de seguridad que este asunto destila para las víctimas. Si ocurre esto en un partido en que se valora a la mujer, se tiende a igualar su papel en las instituciones y se pone por delante la protección frente al maltrato y la violencia, ¿qué no pasará en otros lugares menos concienciados o en otras entidades políticas que no dan demasiada importancia a estos temas o, incluso, los rebaten?

Esto me conduce a una posterior cuestión: ¿qué falta en los controles socialistas para que se hayan dado estas situaciones? ¿O es que realmente no existían verificaciones eficaces para ello? ¿Cuánto poder detentaban los protagonistas de tan execrables prácticas, como para que las damnificadas guardaran silencio? Para contestar a estas preguntas, el componente básico e indispensable es el de la trasparencia y la dación de cuentas exhaustiva, por parte de las estructuras internas de la formación política concernida.

En tercer lugar, pienso que, en estos casos, queda en evidencia la falta de una figura o estructura que ampare a aquellas mujeres que necesiten denunciar las agresiones, sean físicas o verbales, de las que están siendo objeto. No tener a quién recurrir produce una indefensión absoluta, más aún si el agresor tiene la categoría de jefe (que suele pasar) u ostenta un cargo superior, al que todos se ven sometidos.

"Camaradería" masculina

Voy más allá: ¿es posible que nadie (hablo de hombres) tenga el valor de confrontar a este tipo de sujetos que elevan a categoría de normal lo que constituyen verdaderas agresiones? Mucho me temo que no lo hacen por una especie de solidaridad masculina que resta importancia a tales situaciones o las eliminan, porque, al fin y al cabo “tampoco es tan importante, ni es para tanto”. Mientras, sus “colegas” se dedican a traducir sus pensamientos más obtusos en palabras o acciones que van más allá de la decencia y del respeto a las personas.

El espíritu masculino de camaradería mal entendida se suele explayar hablando de esta o aquella compañera del trabajo, o de otras mujeres ajenas al mismo, en términos descarados o incluso obscenos, y pasa que una mayoría de los presentes, ríen las “gracias” en vez de demostrar con actitudes firmes la falta en la que incurren aquellos y, de alguna forma, también quienes consienten estas actitudes.

De los tiempos de la dictadura aprendimos que, cuando un hombre se excede “algo habrá hecho ella”. O incluso que ella “va provocando”. Esa concepción, como otras herencias del régimen, sigue aún circulando entre más de un cenutrio macho

Reconozco que en el ambiente profesional y laboral hay demasiado compadreo entre hombres a los que se “comprende” o se deja estar con estas cosas. Así ha sido siempre y mucho me temo que no es fácil erradicarlo. Habría que empezar por inculcar respeto a los niños en casa y en la escuela. Y por enseñar a las niñas que no deben permitir que nadie menoscabe su dignidad. Para ello, es crucial que en el hogar también se practique y se valore el respeto hacia la mujer como elemento fundamental. Los niños aprenden de lo que ven.

En las empresas, mucho me temo que va a ser precisa esta formación como aviso a navegantes, de que no se pueden ni rozar los límites de la consideración, con todos en general, pero en particular, en este aspecto, con las mujeres, añadiendo que lo contrario puede traer consecuencias devastadoras para quien no sea capaz de controlarse. A estas alturas hace falta plantear tales asuntos aun cuando resulte sorprendente.

Investigación inmediata

Por supuesto, es preciso rechazar de manera tajante cualquier intento de camuflar estas actuaciones condenables como “posibles montajes” o rencores hacia el agresor, que muchos elementos del género masculino son propensos a difundir y también, hay que decirlo, algunas mujeres. De los tiempos de la dictadura aprendimos que, cuando un hombre se excede “algo habrá hecho ella”. O incluso que ella “va provocando”. Esa concepción, como otras herencias del régimen, sigue aún circulando entre más de un cenutrio macho.

La duda pende sobre la víctima en muchas ocasiones motivada por el propio victimario, quien llega a alardear “en privado” de la disposición de “ella” a recibir sus favores. De tal modo que puede llegar a estigmatizarla como “mujer fácil” (otra concepción del franquismo). Por supuesto, todo inventado y convenientemente difundido en los oídos adecuados.

Esto no implica que se abogue por una especie de presunción de culpabilidad en contra del denunciado, sino que, cuando tiene lugar la o las denuncias, la investigación como respuesta debe ser inmediata, con todas las garantías y protección de los derechos en juego. Y, con carácter previo, se debe disponer de todos los mecanismos de prevención necesarios, incluso los de evaluación externa e independiente, para concitar cualquier posibilidad de agresión antes de que se produzca, de manera contundente, trasparente y ágil.

Riesgo laboral

Depredadores profesionales, estos acosadores tienen su coto de caza en terreno fácil, en la propia oficina o lugar de trabajo, donde ellas, sacando adelante una tarea muchas veces precaria, callan sobre el asedio por miedo a perder su puesto. De eso se aprovechan.

El líder de UGT, Pepe Álvarez, alertaba el pasado día 12 de diciembre sobre estas situaciones en un artículo: “Desde el sindicalismo lo afirmamos con claridad: el acoso sexual es una vulneración de derechos fundamentales y, además, un riesgo laboral que debe prevenirse como tal. Por eso es tan relevante el avance que supone la reforma de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales, al establecer expresamente que el deber de protección de la empresa incluye las situaciones de violencia y acoso sexual o por razón de sexo, obligando a integrar su prevención en la actividad ordinaria de la empresa y a adoptar todas las medidas necesarias, teniendo en cuenta la perspectiva de género, la edad y las características personales de las personas trabajadoras.”

El sindicalista considera que ese cambio de enfoque permitiría reaccionar evitando que el daño ocurra. Señala también que la patronal se niega a firmar esta reforma. “Negarse a asumir estas obligaciones supone dar la espalda a una realidad que afecta a miles de trabajadoras y trabajadores y perpetuar entornos laborales inseguros donde el miedo sigue operando como mecanismo de control.”

Insisto, hay que prevenir antes de que el ataque se lleve a cabo. Y aquí queda la duda: ¿Qué mueve a los empresarios a obviar la norma propuesta? Leo que, por lo visto, temen el aumento de costes, la complejidad burocrática, nuevas obligaciones y un futuro con más litigios. Como siempre, el bienestar de los trabajadores se pone muy por detrás de los intereses del negocio y, como dice Álvarez, consintiendo que sea el miedo quien marque las pautas que benefician a los patronos. Volvemos, pues, de nuevo, a tiempos pasados.

Todo acoso indigna y, en esta ocasión, la sospecha sobre cualquier tipo de impunidad o silencio en un partido progresista lleva a una auténtica irritación. Porque, además, ello da pie a escuchar a un ultraderechista como Santiago Abascal afirmando con absoluto cinismo: “el partido que defiende a las mujeres es Vox”.

Lo malo es lo que aparenta un goteo de casos. Después del asunto del tal Salazar, se encuentran en circunstancias poco edificantes el presidente de la Diputación de Lugo, un dirigente valenciano y alcalde de Almussafes o el alcalde de Belalcázar. Parece que, en general, todo se sabía meses antes y el sistema de control actuó tarde, mal y al rebufo de las denuncias mediáticas. Lo peor de todo es esa sensación de que los dirigentes socialistas no se enteran, como están denunciando diferentes colectivos de mujeres, o no se quieren enterar, o hacen lo posible por no dar publicidad a los hechos.

Ahora, para eliminar cualquier sombra de duda, se debería impulsar la constitución de un Comité de Expertos independientes para el esclarecimiento de estos hechos en el seno de los partidos, sin mácula de parcialidad u ocultamiento. Y, además, la generación de una norma de carácter general que haga obligatoria esta especie de compliance para garantizar el cumplimiento de los estándares de respeto a los derechos de la mujer frente al acoso y su sanción al margen de cualquier interferencia interna o externa.

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Baltasar Garzón Real es jurista y autor, entre otros libros, de 'Los disfraces del fascismo' (Planeta).

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