¿Firmará el PP el armisticio cultural? Luis Arroyo
Las nueces y el árbol de las redes sociales
La violencia de género no es la suma de cada una de las agresiones que produce, sino uno de los mecanismos e instrumentos que la cultura androcéntrica utiliza para mantener la desigualdad sobre la posición inferior de las mujeres, y su sometimiento a las pautas y decisiones que la “normalidad” masculina establece. A partir de esa situación, cada hombre que lo decida podrá utilizarla si entiende que el conflicto con su pareja justifica recurrir a ella.
Esa normalidad cultural es el principal cómplice de la violencia que sufren las mujeres, y actúa en el origen y en el resultado de la violencia. En el origen lo vemos en datos como los recogidos en el Barómetro de la UE de 2010, donde se muestra que un 3% de la población de la Unión considera que “hay razones para utilizar la violencia de género”. Y lo hace también en el resultado para minimizarlo a través de una serie de prejuicios, mitos y estereotipos que llevan a que una gran parte de la población entienda que cuando las mujeres sufren violencia es porque ellas han hecho algo para merecérsela, o porque los hombres actúan bajo el alcohol, alguna otra sustancia tóxica o un trastorno mental.
Sin un contexto social facilitador, tanto por las razones que crea para acudir a la violencia contra las mujeres como por las justificaciones que aporta para explicarla una vez que ha ocurrido, no se podría producir tanta violencia de género con tanta pasividad y distancia social. Pues las 60 mujeres asesinadas cada año por violencia de género representan el 20% del total de homicidios que se cometen en España, una realidad que sólo se percibe como problema grave por el 2,3% de la sociedad (CIS, 2023).
Por eso no se trata de una violencia aleatoria, sino que va dirigida contra las “malas mujeres”, aquellas que no se comportan como deben hacerlo las “buenas mujeres” según define el modelo androcéntrico. Esta es otra de las trampas que establece la propia cultura, y que también se refleja en la Macroencuesta de 2019 al comprobar que un 21% de las mujeres dice que no denuncia porque siente “vergüenza”. Una vergüenza construida sobre la idea de que si le pegan es por haber hecho algo para que sus parejas les hayan “tenido que pegar”, es decir, por ser unas “malas mujeres”.
El cambio social ante la violencia de género es muy importante y se ha traducido, entre otros, en hechos como el aumento del número de denuncias, el incremento del porcentaje de sentencias condenatorias y el mayor número de medidas de protección dictadas. Y la reacción de quienes utilizan la normalidad como argumento para justificar esta violencia tampoco ha tardado, y gira alrededor de dos ideas principales. Por un lado el “negacionismo” de la violencia de género, y por otro presentar a los hombres y al orden cultural como víctimas de los avances democráticos en igualdad, hasta el punto de llegar a hablar de “guerra cultural”.
No se trata de una violencia aleatoria, sino que va dirigida contra las “malas mujeres”, aquellas que no se comportan como deben hacerlo las “buenas mujeres” según define el modelo androcéntrico
Pero esta reacción contra las medidas dirigidas a erradicar la violencia que sufren las mujeres no se reduce a un enunciado, sino que es una estrategia que necesita de la movilización social para activar al mayor número de personas contra las políticas e iniciativas a favor de la igualdad, y contra las personas que las lideran o representan en cualquiera de los ámbitos de la sociedad, bien sea en la política, en los medios, en los espacios profesionales o, de manera muy especial en las redes sociales por su amplitud, por el efecto multiplicador que conllevan y por el anonimato e impunidad que facilitan.
Bajo la referencia de la “guerra cultural” se llama a actuar como “guerreros culturales” en defensa de los valores del sistema. Y del mismo modo que se justifica la violencia contra las mujeres en las relaciones de pareja bajo la idea de que son “malas mujeres”, en las redes se desarrollan iniciativas para identificar también como “malas mujeres” a mujeres feministas que hablan de igualdad y de actuar contra la violencia de género, y cuestionan a quienes la niegan o justifican. Esta identificación de “malas mujeres” en las redes y en la sociedad, como también sucede dentro de la violencia política y de la violencia institucional, permite señalarlas como objetivos para que todo aquel que busque la defensa del modelo androcéntrico dirija sus ataques y violencia contra ellas, y de ese modo ser reconocidos dentro de estos grupos de ciberviolencia.
Forma parte de la estrategia de poder de cualquier sistema y organización ante situaciones percibidas como conflictos. El diario El País, el 3-4-1994, publicó el artículo titulado “Sacudir el árbol para que caigan las nueces”, en el que se recogen las palabras de Xabier Arzalluz, entonces presidente del PNV, cuando en una reunión sobre la violencia que existía en al País Vasco, dijo: “no conozco ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan; unos sacudan el árbol, pero sin romperlo para que caigan las nueces, y otros las recojan para repartirlas”. La estrategia es muy clara, bien sea para romper el orden o para defenderlo, unos tienen que agitar el árbol y otros actuar en el sentido necesario, pero todos bajo el mismo objetivo. No hace falta coordinar las acciones, sólo entender cuál es el objetivo común para que cada uno actúe desde su posición y con sus medios.
Con la violencia de género estamos viendo esta estrategia en defensa del machismo, y desde las mismas posiciones sociales unos la niegan, otros la agitan, otros señalan a mujeres desde las plataformas y sus posiciones de influencia, y otros actúan en sus casas, en la calle, en las redes, en el trabajo o donde sea para que la violencia de género haga su papel en la defensa del orden que la normaliza.
La situación es muy grave. En un estudio que hemos realizado en la Universidad de Granada, que será presentado en el próximo congreso de la Academia Internacional de Medicina Legal (IALM) el mes de mayo en Atenas, se demuestra cómo el grado de violencia ha aumentado en los últimos 10 años respecto a los 10 primeros, y lo hace en todos los indicadores. Al tomar como referencia dos de ellos, el número de puñaladas y el número de golpes empleados para causar la muerte, se observa que en los homicidios por arma blanca la media de puñaladas ha pasado de 16,2 a 24,5, aumentando un 51,2%; y en las muertes por traumatismos el número de golpes utilizado ha pasado de una media de 12,7 a 20,1, con un aumento del 58,3 %.
Todo ello no es casualidad, sino el resultado de quien crea un ambiente que cuestiona la realidad de la violencia de género y presenta a los hombres como víctimas de los avances en Igualdad, al tiempo que no duda en señalar a mujeres y hombres como responsables de todo este proceso de cambio para que sufran los ataques y la violencia de quienes así lo decidan. Es la forma que tienen los violentos de mandar el mensaje de que quien trabaje en contra de la violencia de género sufrirá consecuencias.
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