"Espontáneo, mutuo, eufórico y consentido”, así ha definido Luis Rubiales ante la asamblea de la RFEF su “piquito” con la jugadora Jenni Hermoso. Ha tenido que mirar las notas para acordarse de todos los adjetivos, pero al final ha dicho los cuatro. Lo que no ha dicho es cómo resulta posible que si le pidió un piquito a la jugadora, tal y como él mismo ha explicado, y esta le contestó “vale”, puede ser espontáneo. Si le pidió permiso fue solicitado, no espontáneo, y si no se lo pidió ni fue consentido ni tampoco mutuo. Una contradicción que indica que más que un relato de lo acontecido, sus palabras forman parte de una estrategia de ataque.

Rubiales ha pasado de pedir disculpas en el vídeo grabado el día 21, a un ataque centrado en la idea de “piquito” como argumento esencial.

En el vídeo de las disculpas del día 21 se refiere a su conducta como un error y dice “seguramente me he equivocado”. Justifica el beso como consecuencia de un momento de “máxima efusividad”, pero sin llegar a hablar de beso ni de pico, palabras qe evita para referirse a lo sucedido como que “ocurrió lo que ocurrió”. En la grabación no habla en ningún momento de que le pidiera permiso a la jugadora, sólo de que se actuó sin mala fe “por ninguna de las partes”.

El argumento y su actitud han cambiado por completo en su intervención ante la asamblea de la RFEF. Y no es casualidad. Rubiales busca dos objetivos, por un lado la mayor justificación, incluso exculpación, por lo sucedido, y por otro reivindicar una normalidad en la que dicha conducta quede completamente integrada. Y para conseguirlos no para de repetir explícitamente lo del “pico/piquito”.

Al referirse al beso como pico o piquito lo que hace es enfatizar el componente cuantitativo de los hechos para minimizarlo y quitarle trascendencia, de manera que aunque para alguien a título individual pueda tener importancia, lo que no puede tener ante la sociedad es trascendencia, y por tanto, no puede traducirse en su dimisión, cese o encausamiento. Lo ha dicho muy claro, “un pico consentido no es para sacarme de aquí”.

En definitiva, utiliza el argumento impuesto por la cultura androcéntrica para valorar la violencia contra las mujeres, no por su significado y consecuencias sobre ellas, sino por su componente cuantitativo, es decir, por su intensidad. Esa es la idea que lleva a que muchas mujeres maltratadas digan “mi marido me pega lo normal, pero hoy se ha pasado”, denunciando no la violencia, sino la cantidad de violencia sufrida en un momento puntual por haber sido más intensa de lo habitual. Una referencia tan enraizada en la cultura que está presente en la juventud de nuestros días, tal y como vemos en el barómetro del CRS (2021) cuando un 15,4% de los chicos afirma que si la violencia es de “poca intensidad” no es un problema para la pareja. Rubiales intenta presentar el beso como “piquito” para hacer ver que es algo de “poca intensidad” y que no debe tener consecuencias más allá de un posible cuestionamiento por “conducta inadecuada”.

Utiliza una de las tácticas preferidas del machismo en este tiempo como es el victimismo, y la amplía a todos los hombres para que lo ocurrido se entienda como parte de la guerra cultural

Por eso luego insiste en alejar lo ocurrido de cualquier vinculación con la violencia al decir que “no hubo deseo” y que “no había posición de dominio”. De nuevo reproduce los argumentos machistas que intentan hacer pasar la violencia sexual como conductas relacionadas con la sexualidad, cuando son conductas de poder, y por tanto no es el deseo el que las define, sino la voluntad a través de la expresión de ese poder. Un poder que está definido por la cultura androcéntrica, la misma que intenta hacer pasar lo ocurrido como algo normal, y que sitúa el dominio en la condición masculina, no en un control material o físico.

En ese punto de la intervención termina Rubiales y empieza “el hombre” para extender su mensaje a todos los hombres, y presentar la situación como una amenaza sobre ellos y la masculinidad por parte de lo que él llama “feminismo falso” que busca “destrozar a las personas”, palabras que levantan el aplauso de la sala.

Utiliza una de las tácticas preferidas del machismo en este tiempo como es el victimismo, y la amplía a todos los hombres para que lo ocurrido se entienda como parte de la guerra cultural que busca acabar con lo que somos como sociedad. Por eso recurre a criticar el “lenguaje no sexista e inclusivo”, uno de los elementos que menos soporta el machismo reaccionario, e insiste ante la asamblea que somos “campeones del mundo” porque hay hombres en el equipo técnico, y recuerda que el masculino se utiliza como neutro para incluir a hombres y mujeres. Y lo dice el mismo Rubiales que en el vídeo de las disculpas, cuatro días antes, afirma que somos “campeonas del mundo”, ahí no existía el masculino como neutro.

Pero para demostrar que de lo que se trata es de reivindicar los valores de ese machismo que minimiza un “piquito”, se dirige a toda la asamblea y le dice “no os acomplejéis, usemos el masculino”, una propuesta que trasciende la literalidad del lenguaje para ampliarla a lo social bajo la idea de “no os acomplejéis, usemos lo masculino de siempre frente al feminismo”. Y él mismo, que debe de ser un gran experto en feminismo, se encarga de llamarlo "falso", para así imponer la verdad androcéntrica. Porque es esa verdad del machismo la que permite que una agresión sexual pueda ser utilizada como forma de expresar la “máxima efusividad” que sientan los hombres sin contar con la decisión de las mujeres.

Al final, como él mismo ha dicho, se trata de diferenciar entre la verdad y la mentira, y quien tiene el poder siempre cuenta con la capacidad de imponer su palabra como verdad. Da igual que primero diga una cosa en un vídeo y luego otra en una intervención, o que afirme que el piquito fue solicitado y después que fue espontáneo… Al final lo que hace que las palabras sean verdad no es su contenido, sino quién las dice, y ante la palabra de un hombre y de una mujer la cultura machista ya dijo hace muchos siglos que quienes mienten son las mujeres.

Estamos en plena “refundación del machismo”, y lo de Rubiales es una iniciativa más, no sólo por lo ocurrido y lo que representa como amenaza para el orden y los hombres, sino porque ha permitido mostrar una de sus estrategias principales, utilizar el machismo como instrumento de acción política. Y eso exige exhibirlo, tal y como enseñó el propio Donald Trump, no ocultarlo como hombres acomplejados de ser hombres.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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