Un presidente sin 'jet lag'

Una larga caravana de coches oficiales, todoterrenos y camionetas con soldados armados atraviesa a toda velocidad las calles estrechas, de casas bajas de colores, del municipio de Comayagua, en Honduras. El presidente del Gobierno de España desciende de uno de los vehículos y, a paso rápido, avanza por la nave donde está instalado un taller de formación profesional. Detrás de él y de su escolta se puede ver a algún asesor encendiendo un cigarro apresurado mientras el resto intenta no perderse de la comitiva. Le acompaña una delegación de periodistas que, desubicados, desembarcan de las furgonetas, bien aleccionados sobre el perímetro por el que pueden moverse. Uno de la tele, deslumbrado por el sol brillante del mediodía, quiere aprovechar para grabar una entradilla en la plaza, tan arbolada y pintoresca, pero no: dan la orden de partir justo cuando acaba de colocar el trípode. No ha pasado más de un cuarto de hora y la hilera de coches emprende el camino de vuelta, por las mismas calles, empedradas y luminosas.

Esa fugaz secuencia se produjo en la última gira de Pedro Sánchez por América Latina, en agosto pasado, cuando visitó tres países en cuatro días. Ha sido un formato habitual. En octubre estuvo ocho horas en Kenia, diez en Sudáfrica e invirtió más de 24 para todos los desplazamientos por África. Algo parecido ocurre cuando asiste a cumbres internacionales, que no se salta ni una, o en su viaje oficial a China este jueves y viernes, con escala de tres días en España antes de volar la semana que viene a Malta, Chipre e Italia. En medio, desafiando al jet lag, un acto en Hospitalet, no vaya a decir alguien del PSOE que no hace campaña, aunque sea Domingo de Ramos.  

Sánchez tuvo claro desde el principio que iba a ser un presidente viajero. A los pocos días de tomar posesión, empezó a recorrer las capitales europeas y se puso en manos de su ahora ministro de Exteriores, José Manuel Albares, para que le diseñara una hoja de ruta internacional que, casi cinco años después, se ha convertido en una inequívoca seña de identidad de su liderazgo. Y escuece en determinados sectores porque no le ha ido nada mal. Por lo pronto, descoloca al PP, que no da con la tecla cuando intenta desgastarle por este flanco. 

Recién llegado a Génova, Núñez Feijóo no tuvo más remedio que felicitar al Gobierno por el éxito de la organización de la cumbre de la OTAN en Madrid pero, a partir de ahí, ni una concesión y mucha sobreactuación. Cuando el rey de Marruecos plantó a Sánchez, la conclusión que sacó el PP fue que el presidente es un “peso pluma internacional”, como si la medida de lo que uno representa en el panorama global la diera Mohamed VI, que lleva mucho tiempo a lo suyo. El ejemplo más reciente de lo desatinado que anda el PP con esto lo tuvimos en las críticas a la Cumbre Iberoamericana de Santo Domingo, un charco en el que ni los populares entienden por qué se metieron.

Puede decirse que, a excepción de la crisis con Marruecos, la política exterior ha sido una zona de confort para el presidente y un incordio para el líder de la oposición

Puede decirse que, a excepción de la crisis con Marruecos, la política exterior ha sido una zona de confort para el presidente y un incordio para el líder de la oposición. A Feijóo se le ve incómodo en los sofás con mandatarios que no hablan español mientras disparan los flashes, ese ratito en el que el intérprete no está cerca para no salir en la foto. Sánchez juega con la ventaja de que se desenvuelve en inglés y sabe que es el primer presidente que lo hace con fluidez. Se gusta y se crece en esas circunstancias. En los posados con extranjeros no deja de charlar y exhibir más complicidad que de costumbre.

El idioma le ha facilitado las cosas, pero si empezó a ser oído desde muy pronto en Bruselas fue gracias a la sólida implantación que tienen allí las vicepresidentas Nadia Calviño y Teresa Ribera, que le han permitido apuntarse más de un éxito negociador. Y el europeísmo le ha dado discurso dentro y fuera de España: en América Latina y África, Pedro Sánchez ejerce de embajador de la UE y aprovecha para reforzar lazos en regiones donde se expanden China y Rusia. Ursula Von der Leyen se lo agradece, para disgusto del PP, que bracea como un náufrago cada vez que Bruselas avala una reforma del Gobierno. 

Hay quienes están convencidos de que este ajetreo internacional de Sánchez tiene que ver con su interés por tener una buena colocación en el futuro, cuando salga de la Moncloa. Siempre habrá quien reduzca su acción exterior a la huella de carbono del Falcon, pero hay intangibles incuantificables que sólo el tiempo permitirá juzgar. Un Gobierno que engrasa las relaciones con otros países allana el camino a las empresas que, vía licitaciones públicas, buscan penetrar en esos mercados. Una visita presidencial a un proyecto de cooperación en un rincón perdido del mundo pone los focos sobre esa iniciativa, aunque se quede solo 15 minutos. Cuando el Gobierno participa en la conversación global, es la voz de España la que suena. Que todo esto sea o no rentable electoralmente, lo sabremos en diciembre.

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Inma Carretero es periodista, licenciada en Ciencias de la Información y Ciencias Políticas. En la actualidad es la responsable de la sección de Nacional de la Cadena Ser.

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