Protesterona

El periodista de ultraderecha americano Tucker Carlson llama a recuperar la “virilidad de los EE.UU.”, y para ello propone el bronceado de los testículos como forma de elevar los niveles de testosterona en sangre. No es el único, en California se están poniendo de moda las “fiestas de la testosterona”, en las que se organizan diferentes actividades y se consumen productos que suben dicha hormona en sangre. El objetivo es el mismo, hacer de la virilidad y los “hombres de verdad” la referencia sobre la que definir la realidad, porque no hay realidad sin una esencia masculina.

La necesidad de defender el modelo androcéntrico está llevando a multitud de acciones para imponer esa virilidad y su cultura machista. Lo vemos también en las manifestaciones que derecha y ultraderecha han convocado a diario contra la ley de amnistía y los pactos de gobierno. Ya lo dijo Díaz Ayuso: “no pensar que esto va simplemente de gestionar y no de defender un modo de ver la vida” (22-1-23)

El desacuerdo en política y en la vida es algo propio de las diferencias existentes de todo tipo, y las protestas que a veces se producen tienen el sentido de demostrar ese desacuerdo y expresarlo de distintas formas, dependiendo de las circunstancias, del motivo del desacuerdo y de las partes implicadas, una situación que habitualmente se produce dentro del ámbito laboral, social o político. Estos elementos son los que llevan a que la protesta se escenifique de manera diferente con un doble objetivo: poner de manifiesto la distancia y enfrentamiento entre las partes, y hacer partícipe del mismo al resto de la sociedad con el objeto de que se posicione y contribuya a que se resuelva a favor de quien protesta, bien por compartir la causa o para dejar de sufrir algunas de las consecuencias que origina la propia protesta. El caso es que el conflicto nacido del desacuerdo no quede en el olvido ni reducido a un problema técnico y contextual y se convierta en un problema social.

El objetivo es elevar la “protesterona”, es decir, aumentar el nivel de violencia y machismo para aumentar la “virilidad de España”

Cuando PP y Vox y todo un sector mediático y social toman como estrategia la protesta callejera diaria para mostrar su desacuerdo con los pactos de gobierno y la ley de amnistía, no queda claro cuál es su objetivo.

Si el objetivo es mostrar públicamente su oposición al pacto y su contenido, incluida la ley de amnistía, la sociedad ya lo sabe de sobra. Y si el objetivo gira sobre el impacto social de la protesta para que la gente vea todo lo contrariados que están con el pacto y la investidura, y se posicione en contra al quedar “afectada” por las protestas para presionar y que acaben las manifestaciones, lo que se hace es buscar caminos fuera de las vías democráticas.

Por lo tanto, no parece que el objetivo de las protestas sea el conflicto ni la difusión del mismo, memos aún cuando gran parte de las protestas se hacen contra la sede del PSOE al situar en él la responsabilidad de los hechos que llevan a las manifestaciones.

La pregunta entonces es: ¿qué pretenden PP y Vox con la situación mantenida de protestas contra el PSOE, el Gobierno y su presidente, Pedro Sánchez? Está claro que la Constitución Española y la normativa vigente no recoge ninguna iniciativa popular basada en protestas, manifestaciones ni concentraciones de ningún tipo, como sí hace con el procedimiento a través de la recogida de firmas, luego la situación sobre la que se protesta no puede ser modificada democráticamente a través de esta vía. La cuestión entonces es saber si pretenden, como ya han surgido algunas posiciones, modificar la situación actual por mecanismos no democráticos alentados por las protestas y su testosterona.

Además de la posibilidad anterior, y como parte de toda esta estrategia, lo que sí se observa con claridad es que una de las principales metas que buscan es polarizar aún más a la sociedad, y recurrir al discurso del odio para movilizar a la gente contra quienes amenazan su modelo social y cultural, pues mientras que el miedo paraliza, el odio moviliza en defensa de las referencias culturales, tal y como describe la psiquiatra norteamericana Anna Fels. 

Cualquiera de los dos objetivos es muy peligroso e inadmisible. El recurso directo a la violencia para imponer unas ideas es el delito más grave contra la democracia, y la polarización de la sociedad es un desprecio a la convivencia y una forma de integrar la violencia como parte de las relaciones sociales, al deshumanizar a la persona considerada diferente y hacerla responsable de “sus males y problemas”. Con esa estrategia primero se cosifica a quien se considera “enemigo y agresor”, no una persona con otras ideas y con la posición democrática para desarrollarlas, y después se pasa a la acción y a las agresiones. Y ya hemos visto cómo se ha dado ese paso desde el “colgar de los pies” al presidente del Gobierno que dijo Abascal, a colgar a un muñeco que lo representa, mientras algunos manifestantes, todos muy machos y viriles, lo golpeaban y llamaban a hacerlo directamente sobre la persona.

El elemento androcéntrico en todo este proceso se aprecia en el recurso a la violencia como instrumento para resolver conflictos, en el componente machista que acompaña a muchas de las protestas, exhibiendo muñecas hinchables y lanzando gritos homófobos, y en la ausencia de alternativas a la propuesta política que se critica. Porque esa es la clave: ¿cuál es la propuesta de PP y Vox ante la situación que se plantea en el Parlamento español y en el de Cataluña?

Todo ello demuestra que el machismo no necesita razones para hacer, su solución está en el modelo histórico que define su orden y convivencia; por lo tanto, su razón es que no se haga nada que se interprete como contrario al mismo.

Al final el objetivo es elevar la “protesterona”, es decir, aumentar el nivel de violencia y machismo para aumentar la “virilidad de España”, y evitar la transformación social a favor de la igualdad impulsada desde posiciones progresistas y feministas. Hoy es la ley de amnistía, pero la amenaza para España, como bien se encargan de expresar, es Pedro Sánchez, como antes lo fue José Luis Rodríguez Zapatero y previamente Felipe González. Nada nuevo, sólo cambian las formas y se reactualizan los argumentos.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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