Querer pueblo pero sin el pueblo

Ha llegado, tarde, el otoño y con él las primeras casas rurales a los stories de Instagram. Con sus aperos colgados en medio del salón, sus chimeneas impolutas, su museología. Una casa rural se parece a una casa de pueblo como un huevo a una castaña. Es una casa en el campo despojada de toda la ternura y de toda la verdad que alberga una casa de pueblo. Una casa sin retratos ni muebles desparejos, sin brasero ni cisco, sin puertas de cuando los españoles no crecían tanto, sin memoria.

Sergio del Molino le puso nombre a la España que pierde habitantes: España vacía. Es un buen nombre que algunos han malentendido. La literalidad es un problema contemporáneo de los graves. Demasiados creen que la España vacía lo está y que ahora puede ser su parque temático o su estercolero. Vacío: dicho de un sitio que está con menos gente de la que puede concurrir a él. Hay menos gente de la que había y de la que podría haber, pero está habitada por personas depositarias de unas formas de vida que echamos de menos sin entender que aún no han desaparecido.

Queremos, lo decimos todo el rato, más tiempo, más compañía, más paz. Una existencia de dimensiones más humanas. Una vida que ya estaba inventada, que ya teníamos, que nos convencieron de despreciar y lo lograron: váyase a la ciudad, a la capital, refínese, esté muy ocupado, olvídese de dónde viene, conviértase en otra cosa, que no se le note, ese es el progreso. El clasismo y el complejo y la estupidez han sido también marca España.

El clasismo y el complejo y la estupidez han sido también marca España

Sigue ocurriendo. Hay gente que no ha superado la narrativa de las películas de Paco Martínez Soria. Ven el pueblo del que sus padres se fueron ya adultos como una postal en blanco y negro ajena y llena de polvo. Como si en las provincias no hubiera a veces más mundo que en muchas capitales: es estadístico, no hay mente potencialmente más cerrada que la que no se ha movido y de los lugares grandes la gente se va mucho menos.

En una boda en Palma este abril me tuve que comer veinte minutos de un señor haciendo chistes sobre Zamora sin poder: hasta para reírte de algo tienes que conocerlo. Pero ahí estábamos: yo, con mi media vida fuera de España, reducida a una caricatura y esa persona faltona sin nada que decir creyendo que eso que hacía se puede hacer. Se hace todo el tiempo: la deconstrucción no ha llegado a cómo se habla de las provincias y los pueblos y quienes los habitan. Podcasts progresistas y feministas y ecologistas que patinan de continuo en el chascarrillo de “Cuenca”, “Ávila” o “Trujillo” estilo chistes de Lepe. Llevo la cuenta.

En uno escuché un día una honestidad terrible: decían que querían vivir en un pueblo pero con su entorno de Madrid. Un pueblo habitado solo por amigos de su edad que hacen lo mismo y piensan lo mismo. Un oxímoron de pueblo. Lo que hace a un pueblo es la convivencia de personas distintas, de generaciones distintas, de clases sociales distintas (en los pueblos también hay gente con mucho dinero, pero no querría yo que le explote a nadie la cabeza con esta columna). Cuanto más pequeño es el pueblo, más diversa es la mesa en la que tomas el café, juegas un parchís, echas un 'parlao’. Se aprende de lo lindo.

A menudo titulares reseñan turistas ridículos que se atreven a quejarse del cantar de un gallo. Otros que quieren pueblo, la foto del pueblo, pero sin el pueblo. Un escenario, un esqueleto. En ese viaje a Mallorca, un pariente me dijo: “No serás tú de las que defienden lo de la España vacía”. Lo de la España vacía. Mucha gente está escuchando campanas, pero creo que no saben dónde. Se imaginan aldeas remotas, pintorescas, instagrameables. Pero la España vacía son sobre todo muchos municipios corrientes, uno detrás del otro o dispersos, entre capitales de provincia que ya tienen a la mayoría de sus nacidos fuera. Lugares asfaltados donde no hace falta ir vestido de explorador. Un mundo que no necesita salvadores: solo respeto, derechos y algunos residentes para mantener entre todos la escuela, el bar, el consultorio.

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Cristina García Casado es periodista.

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