Un Ted Lasso para el fútbol español

El patio de mi colegio era inmenso, pero sólo habité sus márgenes. Primero jugando a la comba y a la goma, y después, pronto después, sentándonos a hablar. En uno de esos rincones donde nos resguardábamos de los balonazos, leímos una vez, con 12 años, una lista que habían hecho los chicos ordenándonos por nuestro atractivo físico. Nunca existió una lista recíproca. Nunca ocupamos el centro del patio.

A veces me voy del parque al que llevo a mi hijo de dos años porque llegan unos chavales con el balón y vuelven a invadirlo todo. Chutan por encima de los columpios y del tobogán y de los bancos. Nadie les dice nada y todavía no me he atrevido a ser la primera. Son todos chicos igual que eran todos chicos este agosto en un torneo del pueblo. Sé, leo, que las cosas están cambiando, pero no encuentro pruebas en mi realidad inmediata.

El otro día di un taller de escritura con la escuela como tema y salió el fútbol a colación en dos relatos. Una mujer de mediana edad contaba que a ellas no las dejaban jugar sus compañeros. Una adolescente escribió que la obligaban a jugar para burlarse de ella. El fútbol siempre como imposición, por defecto o por exceso. Cuando empecé a ir al gimnasio a los dieciséis, pensé en cuántas de nosotras asumimos que el deporte no era lo nuestro porque no se nos daba bien el fútbol. Pensé en nuestras infancias más sedentarias, en todos los justificantes que pedimos para librarnos de Educación Física. En esa regla que bajaba varias veces al mes.

El pasado domingo me obligué a ver la final de las campeonas de España porque era importante, para que mi hijo las viera. Todo lo que pasó después, el machismo atávico que ha empañado su gesta, me ha enviado de nuevo a los márgenes

He intentado que me interese el fútbol porque me gustan esos momentos donde los españolitos hacemos por una vez algo a la vez, como cantaba Mecano, pero no lo he conseguido. Me aburro, no sé qué es lo que tengo que mirar, identifico enseguida un rechazo interiorizado a ese deporte y a todo lo que lo rodea. El pasado domingo me obligué a ver la final de las campeonas de España porque era importante, para que mi hijo las viera. Todo lo que pasó después, el machismo atávico que ha empañado su gesta, me ha enviado de nuevo a los márgenes. A querer esquivar cualquier información relacionada como quien se agacha instintivamente ante un balonazo inminente.

El martes leía cómo todos estábamos de acuerdo en Twitter sobre la #RubialesDimisión desde un bar donde se comentaba en paralelo, como dos rectas que nunca llegan a juntarse, que “a las feministas les ha venido muy bien lo que ha pasado”. Lo que ha pasado: el presidente de la Real Federación Española de Fútbol besó en la boca a la jugadora de la selección Jenni Hermoso al terminar la final. Este titular se ha escrito también en inglés y en francés y en otras lenguas. Un solo hombre se ha quedado, una vez más, con todo el patio.

En la prensa deportiva hemos visto cosas que no podemos creer, se nota que no la leemos nunca. “Jenni deja caer a Rubiales”, portada de una cabecera española. Vamos camino de una semana explicando ­–justificando, además– por qué está mal lo que obviamente está mal. Es triste y extenúa. Me acordaba estos días de Ted Lasso, el único contenido futbolístico que me ha hecho feliz. Una serie de Apple TV que jamás hubiera visto si una amiga no me hubiera insistido en que el fútbol era lo de menos. Se lo agradezco tanto. Ted Lasso es una serie extraordinaria, realmente original, sobre cómo un entrenador de fútbol americano bonachón, diferente, cambia la cultura de todo un equipo de la Premier inglesa.

La serie es casi ciencia ficción, pero tiene detalles gloriosos. Ted Lasso y su equipo se reúnen para hablar y darse consejos en su despacho cuando alguno tiene un dilema personal. Se llaman los Diamond dogs y abren y cierran sus sesiones con un ladrido. Quienes piensen que esto es una cursilada quizás necesiten probarlo. Irse un ratito a los márgenes, buscar un rincón tranquilo a salvo de balonazos, y comenzar a entender todo lo que está mal, todo lo que tiene que cambiar, todo lo que no vamos a dejar pasar nunca más.

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