¿Por qué votas a tu enemigo?

En esta semana se han producido tres crímenes machistas. En lo que va de año dieciocho mujeres han sido asesinadas y han dejado a otros tantos menores huérfanos. Solo tres de las víctimas habían denunciado previamente a sus agresores por malos tratos. Las cifras superan las de los dos últimos años. Es desolador que, junto a estas tragedias ya inevitables, se publiquen estudios, como el del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, que denuncian un aumento del antifeminismo. El 15% de los jóvenes de 15 a 29 años niega la violencia de género, considera que hay un tipo de violencia inevitable; que el feminismo actual está perjudicando a los hombres y que la presunción de inocencia ya no existe para ellos. Conviene leer el informe con sosiego para no sacar conclusiones precipitadas, pero a grandes rasgos estos jóvenes que niegan la evidencia se sienten vulnerables, acorralados, sospechosos y desprotegidos jurídicamente. No se consideran machistas, sino damnificados de unas ideas confusas que aprovechan algunos manipuladores políticos para difundir un eslogan simplista: el feminismo va contra los hombres, se utiliza como herramienta política y no representa a todas las mujeres. Esta regresión sexista se manifiesta a través del leguaje, la educación, las relaciones afectivas y los modelos estéticos ¿Qué nos está pasando?

Reitero el malestar que produce la sensación de que el progreso se detiene, perdemos parte de lo aprendido y asistimos a una involución que afecta no solo a la economía, al cambio climático o a la justicia social, sino de un modo especial a los derechos feministas. Nos equivocamos quienes dimos por hecho que la liberación de las mujeres en los países democráticos no tenía vuelta atrás. He citado más de una vez un párrafo muy elocuente que pertenece a Muñecas vivientes: el retorno del sexismo, de Natasha Walter: “Estaba convencida de que, una generación después, mi hija crecería en un mundo mucho más libre. Daba por hecho que el triunfo de la generación de mi madre había hecho posible una feminidad que se hubiera convertido en una elección en vez de una trampa. Creía que las niñas se liberarían de ser hadas o princesas, del mismo modo que las mujeres adultas podíamos adoptar determinados símbolos de la feminidad que las feministas de los años sesenta consideraban opresores, como los tacones o el maquillaje”. Nos equivocamos, insisto, quienes pensamos que las mujeres se habían ganado a pulso una libertad a la que jamás iban a renunciar. De nuevo las niñas juegan a princesas y los niños a superhéroes. ¿Volvemos a empezar?

Lo más inquietante es que la regresión no es solo un asunto de hombres, también la asumen cierto tipo de mujeres jóvenes que no quieren, ni por asomo, que las confundan con las “feminazis”. Vieron cómo sus madres hicieron grandes sacrificios, sin apenas ayuda, para no abandonar su carrera profesional sin renunciar a la maternidad. La conciliación fue una pesadilla para las esforzadas madres que, sin descuidar su jornada laboral, ejercían las labores domésticas hasta caer rendidas. No fueron pocas las que se sintieron estafadas y se quedaron en el camino. Las siguientes generaciones, víctimas de la precariedad económica y las jornadas extenuantes, se ven obligadas a retrasar la maternidad en contra de sus deseos y tienen menos hijos de los que desean. Están decepcionadas, indignadas, convencidas de que la lucha feminista ha añadido nuevos retos difíciles de superar.

Nos equivocamos, insisto, quienes pensamos que las mujeres se habían ganado a pulso una libertad a la que jamás iban a renunciar. De nuevo las niñas juegan a princesas y los niños a superhéroes. ¿Volvemos a empezar?

Y es aquí, en este caldo de cultivo, donde entran en acción los cazadores de tendencias emocionales, que intentan captar los deseos imprecisos de la gente. Quienes mejor han sabido rentabilizar el malestar de las mujeres han sido los populistas de la extrema derecha. ¿Qué intereses les mueven? se preguntarán. El filósofo José Antonio Marina mantiene la teoría de que hay sistemas ocultos que relacionan asuntos, en apariencia dispersos, que acaban produciendo fenómenos incomprensibles. “He estudiado con cierto detenimiento el 'sistema oculto' de la extrema derecha. ¿Qué tiene que ver la negación de la violencia de género con la defensa de la caza, el neoliberalismo económico y el autoritarismo en las formas? —se pregunta Marina— Pues bien, las protestas surgen cuando una situación, un desencadenante de cualquier tipo, un líder, da forma a malestares difusos y los unifica. El feminismo se asocia con la izquierda progresista y la defensa de la ecología, las familias diversas, el movimiento LGTBI+, el antirracismo, la lucha contra la desigualdad, las políticas públicas…" Luchar contra el feminismo es luchar contra todos ellos o, al menos, esa es su teoría.

Han logrado, además, implantar el discurso de que la igualdad de género ya existe en España, de manera que no es necesario imponer políticas feministas desde las instituciones. La desigualdad afecta a otras culturas distintas a “la nuestra”, es decir, procede de los migrantes que vienen a nuestro país y constituyen una amenaza para los derechos de las mujeres españolas. Ellos sí son culpables de la inseguridad ciudadana, de la violencia sexual y de los delitos machistas. Así, en el mismo paquete, la ultraderecha introduce el sentimiento xenófobo, el miedo a lo desconocido, el odio a los de fuera que vienen a destruir la civilización occidental. ¿Por qué tienen éxito estas ideas tan peregrinas entre los colectivos más damnificados? Porque lo que importa no es la realidad, sino el relato que logran imponer a través de mensajes cada vez más recurrentes. No es nuevo, ya lo decía Epicteto, maestro de los estoicos, no nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede.

Los jóvenes universitarios que participaban la semana pasada en un debate sobre las elecciones al que asistí como ponente me mostraron su hartazgo por todo lo que consideraban políticamente correcto. Los tres que llevaban la voz cantante manifestaron en público que el mejor castigo contra la inoperancia de los partidos tradicionales era votar a la extrema derecha. Aunque el resto de los asistentes los abuchearon, yo me fui con la ingrata sensación de que estos jóvenes educados en democracia no tienen ni idea del peligro que representan los regímenes autoritarios.

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Nativel Preciado es periodista, analista política y autora de más de veinte ensayos y novelas, galardonadas con algunos de los principales premios literarios.

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