La agenda de las mujeres no espera

Lídia Guinart Moreno

La agenda de las mujeres es la agenda de la democracia. Por eso no puede esperar. Ni la pandemia ni la guerra van a postergarla. Todo es importante, pero nada es excusa. Las mujeres llevamos siglos esperando por la igualdad real y efectiva. Los derechos de la mitad de la población han avanzado siempre de la mano de gobiernos socialistas, y continúa siendo así, pero en la esquina acecha el involucionismo, vestido de ultraderecha rancia. Dicen, desde esas filas negacionistas, que la conmemoración reivindicativa del 8 de marzo, que llena calles y empapela muros virtuales, es solo un “aquelarre feminista”. Son los mismos que nos llaman brujas. Son los que niegan que exista el hecho diferencial de la violencia contra las mujeres. Son los que normalizan esa violencia y se hacen cómplices de ella al negar su origen y motivación. Por eso, y porque según ellos tenemos todos los derechos reconocidos, aseguran que es innecesaria toda reivindicación y consideran el Día Internacional de las Mujeres un acto de “propaganda totalitaria”.

Todos los negacionismos —el del holocausto, el de los creacionistas, el de la pandemia y los antivacunas, el climático o incluso el más reciente, que niega que la población de Ucrania esté siendo masacrada por Putin— tienen un mismo origen e idéntico propósito. Ante el desconcierto, aparecen los populismos, que regalan los oídos de parte de la población que busca asirse a una teoría que le ofrezca cierta luz al final del túnel, aunque sea negando la realidad. Las redes amplifican el efecto. En definitiva, se trata de cuestionar la verdad racional y objetiva apelando a las emociones. La trampa está en que aparecen como teóricos supuestamente contrarios a lo establecido los que en realidad son parte del sistema. Y lo que pretenden es, precisamente, y por propio interés de los colectivos de los que se arrogan la representación, que nada de lo que les es útil cambie. Además, siempre señalan a otros, generalmente a víctimas o sectores vulnerables, como culpables de la realidad que niegan: el pueblo judío se inventó el holocausto, los chinos la pandemia, los ecologistas el cambio climático, los ucranianos su propia invasión, o las mujeres, especialmente las feministas, nos inventamos el patriarcado y todas las agresiones y agravios a los que nos vemos sometidas por el hecho de ser mujeres. En todo caso, se trata de un discurso político utilitarista, maniqueo, demagógico, sí, pero discurso político, al fin y al cabo, aunque resulte muy peligroso para la buena salud de la democracia.

España continúa siendo un país en el que utilizar el cuerpo de las mujeres a cambio de dinero está demasiado normalizado

Frente a esto, la agenda del feminismo pasa por garantizar los derechos de las mujeres a la vida, al buen trato y sobre su propio cuerpo. Derecho a no ser maltratadas, asesinadas, a no ser prostituidas, a no ser objeto de trata ni de explotación sexual, como ocurre en más del noventa por ciento de los casos. España continúa siendo un país en el que utilizar el cuerpo de las mujeres a cambio de dinero está demasiado normalizado. Uno de cada cuatro españoles lo ha hecho, no en vano somos el primer país de Europa en demanda de prostitución. Eso ocurre en pleno siglo veintiuno y los que lo hacen se quedan, probablemente, con la conciencia tranquila engañándose a sí mismos al pensar que la mujer a la que han cobrado por penetrarla lo hace voluntariamente a cambio de dinero y que es tan feliz como él al hacerlo. Quienes compran niños en Ucrania utilizan el mismo mecanismo de autoengaño. Será por eso que, cuando se produjo la invasión, se preocuparon solo por “sus hijos” y no por “el contenedor”, que es como consideran a las madres a las que pagan por alquilar su útero y que, precisamente, en ese país ahora invadido, son separadas de su entorno, aisladas y controladas a todas horas para que no se arrepientan de la transacción. Se engañan, sí, e igual que ocurre con los negacionistas, ponen en peligro la calidad de nuestra democracia porque sin igualdad real no es posible la plenitud democrática.

La agenda del feminismo pasa también por garantizar el acceso al trabajo en igualdad de condiciones para mujeres y hombres. Cambios legislativos como la reforma laboral o la subida del Salario Mínimo Interprofesional indudablemente reman en esa dirección, en la de igual salario por el mismo trabajo, reducción de la brecha salarial y de pensiones o mayor estabilidad en el empleo. Y, de igual modo, pasa por la garantía de los derechos sexuales y reproductivos, del derecho al aborto sin ser acosadas y amenazadas a las puertas de las clínicas.

Para empujar al unísono los derechos humanos que son, en definitiva, los derechos de las mujeres, la Unión Europea debe adoptar el papel que le corresponde. Es indudable que en temas como la trata de seres humanos con fines de explotación sexual, el alquiler de vientres o la violencia de género, una legislación europea sería muy útil. Máxime en unos momentos en que los cimientos de la democracia y del orden mundial tal y como lo conocemos tiemblan bajo nuestros pies. Por eso, es una buena noticia que se esté trabajando en una ley europea contra la violencia machista, con especial atención a la prevención y a la protección a las víctimas y con obligaciones para los estados miembros.

Los derechos de las mujeres se defienden el 8 de marzo y todo el año. Cualquier retroceso es un fracaso de toda la sociedad. Por eso, sin excusas, avanzamos.

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