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Anomalías de lo normal

Imagen de una terraza en Barcelona.

Anna Garcia Hom

La clave para cambios importantes a nivel social es lograr que suficientes personas modifiquen su comportamiento eficientemente al mismo tiempo y a largo plazo. Ello puede ayudar a mejorar la conciencia social sobre las consecuencias de nuestras elecciones en entornos complejos. En cierto sentido, la vacunación contra el covid-19 respondería a estas premisas. No obstante, para una transformación real no es suficiente que los individuos aislados actúen —aunque tal proceder revista apariencia de solidaridad—. De este modo, responder de manera adecuada, comprendiendo y reteniendo lo que debemos hacer, es mucho más que la mera interpretación subjetiva de lo que nos interesa hacer. De ahí el envite para un análisis riguroso sobre nuestra recuperación post pandemia.

Si bien son muchas las cuestiones que merecen una atención plena en este desafío reflexivo, en lo que sigue exploraremos algunas que a la luz de lo aparecido en los medios se nos antojan sugerentes. Para ello destacaremos el alcance innegable del papel que juega la información y, por ende, su comunicación. Disponer de datos objetivos y contrastados acerca de los hechos que acontecen es condición sine qua non para poder actuar de acuerdo con preferencias racionales bien informadas. De lo contrario, corremos el riesgo de fracasar en nuestra contienda por aprender de la experiencia pasada y lograr cambios que reviertan en la mejora futura del bien social. En este sentido, la capacidad de desconectarnos del ruido informativo y alejarnos de los ataques excesivos de dopamina política nos ayudará a entender y aprender cómo transformamos nuestra sociedad en un lugar menos individualista, más igualitario y responsable.

Hasta ahora, parece que prevalecen declaraciones que acentúan más las conductas pueriles de la sociedad que las pautas para inducir comportamientos a la altura de las circunstancias, que, no olvidemos, han sido y serán complicadas. Si bien puede resultar justificable que cierto tipo de eventos se resistan a ser cuantificados probabilísticamente —como sucedió al principio de la pandemia— no lo es tanto anticipar cómo impactará en muchos dominios de la vida económica, laboral, cotidiana, etc., de las personas. Más cuando en este caso arrastramos 15 meses de anomalías. La señal más clara de que están apareciendo nuevos y severos riesgos a raíz de esta situación lo demuestran ciertas declaraciones políticas y medidas sociales teñidas de una ingenuidad sin parangón. Esto puede parecer obvio pero la mayoría de las anomalías, cosas sin sentido, son difícilmente reconocibles, perceptibles e incluso procesables para la mayoría de la gente, ya sea por el efecto de la anestesia, por incapacidad o por irresponsabilidad.

Pongamos el ejemplo de los veraniegos entretenimientos mediáticos con los que amenizar la ya de por sí complicada situación: estériles debates acerca del horario para el uso de electrodomésticos, la imperiosa necesidad psicológica de juergas para uso exclusivo de los más jóvenes o las más recientes —anuladas— medidas para el ocio nocturno y la hostelería. Si ello lo sazonamos con una clara percepción sesgada de salida del paréntesis pandémico, el resultado a medio plazo puede ser devastador.

Sin desdeñar la importancia de una vida social libre y espontánea, lo cierto es que con las anécdotas anteriores se eluden asuntos de profundo calado: la soberanía energética española que se encuentra en modo de ventilación asistida, el nivel de fracaso escolar, que es uno de los más altos de la OCDE, y el estado del sector turístico, que no solo adolece de la ya más que comentada profesionalización sino también de estrategias de reemplazo de ciertos modelos y usos de explotación.

¡Ilegalizar la Fundación Francisco Franco!

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La conclusión es que reconocer nuevos riesgos requiere suprimir nuestros instintos, cuestionar nuestras suposiciones y pensar profundamente en la situación real. Para ello se requieren, como mínimo, dos requisitos. Uno, liderazgo político capacitado para gestionar lo que podría salir mal: no se trata de mejorar la situación de riesgos rutinarios y conocidos mediante una comunicación de buenismo “bienquedista”, sino de reconocer anticipadamente la aparición de riesgos nuevos y movilizar recursos para su gestión en tiempo real. Segundo, un liderazgo mediático capaz de vencer cualquier tipo de servidumbre y populismo, guiando una nueva forma de informar y comunicar, que se sostenga sobre el rigor y la solidez de argumentos y que, en lugar de tratar de mantener el statu quo, nos ayuden a detectar las anomalías de lo normal.

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Anna Garcia Hom es Socióloga y Analista.

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