Ayuso o "la cínica apologética de los ricos" de F. V. Hayek

Isabel C. Martínez

La Justicia Social es un invento de la izquierda para promover el rencor, una pretendida lucha de clases en la que perpetuarse. Ricos, pobres…. “a él le va bien, hay que castigarle…” (mitin de I. D. Ayuso en Villalba, 2023).

Isabel Díaz Ayuso, mediocre discípula de Hayek, repite vulgarizando de la manera más simple los ya simples, primarios y falaces argumentos del más cínico representante del capitalismo más cruel y antidemocrático: Friedrich von Hayek, que en su libro El espejismo de la Justicia Social, escrito en 1973, afirmaba que la Justicia Social es un atavismo tribal propio de necesidades y emociones de tribus primitivas. Después, prosigue Hayek, dicho término fue utilizado por ciertos colectivos para obtener privilegios y beneficios.

Hayek rechaza la justicia social por ilógica y fraudulenta, por ser un instrumento para la destrucción de los valores de la civilización libre y por ser un simple pretexto para reclamar privilegios por minorías y grupos que no lo merecen.

¿Qué significa la Justicia para Hayek, entonces? La justicia, afirma, es el sometimiento y cumplimiento de todos los ciudadanos por igual de las normas y reglas abstractas del derecho. La justicia es, pues, el valor jurídico por excelencia, el conjunto de todos aquellos elementos encargados de aplicar y respetar el derecho y el orden. Pero la Justicia tiene otros campos de significados, el de la Ética y el de la Equidad, que Hayek niega y rechaza radicalmente, reduciendo el significado de justicia al ámbito jurídico y despreciando toda relación con la igualdad y equidad de oportunidades y resultados, o con el Estado de bienestar y distribución equitativa de la riqueza. La solidaridad y el altruismo, son obstáculos para la libertad y para el desarrollo de la economía moderna.

Sin embargo, la justicia considerada por moralistas, sociólogos, políticos y economistas un profundo anhelo de la humanidad, fue reconocida por Naciones Unidas como “el principal fundamento de una convivencia pacífica”, por lo que declaró el 20 de febrero “Día Mundial de la Justicia”. La OIT subrayó en su declaración la necesidad de la justicia social para una globalización equitativa. La Iglesia católica, por su parte, ha promulgado numerosas encíclicas en las que demanda la justicia social.

Y en el mismo ámbito del neoliberalismo, numerosos liberales postulan y defienden la justicia social, entre ellos John Rawls, catedrático liberal americano que escribió su famosa propuesta “La teoría de la Justicia”. Es cierto que sus críticos opinan que Rawls intentó elaborar una teoría de la justicia para la sociedad capitalista. Sus partidarios, sin embargo, reconocen el acierto de intentar explorar un terreno tan abandonado por las teorías y filosofías políticas: los valores. Algunos críticos señalan incluso el encomiable esfuerzo de defender una problemática como la justicia en un momento y en un contexto en que el neoliberalismo hegemónico afirmaba que la única justicia posible era la que decretaba el mercado.

Hayek, con sus mediocres seguidores, se opone de manera radical a la justicia social por una razón esencial: la Justicia social requiere la intervención del Estado. Requiere al Estado distribuidor y benefactor; y para Hayek y para el neoliberalismo la intervención-coacción del Estado solo es admisible para asegurar el cumplimiento de las reglas del derecho y del orden. El principio de que el producto de la economía de un país debe ser distribuido de una manera equitativa entre sus ciudadanos suscita una violenta reacción en Hayek. La única y esencial función y finalidad del Estado, para el liberalismo, es la defensa de la propiedad privada y el mantenimiento del orden público.

Hayek y el liberalismo no cuestionan el poder, solo pretenden limitarlo y ponerlo al servicio de los intereses económicos de “la gente de bien”. La diferencia esencial con la izquierda es que esta cuestiona y rechaza el poder mismo. El poder reside en el pueblo.  

Hayek y el liberalismo no cuestionan el poder, solo pretenden limitarlo y ponerlo al servicio de los intereses económicos de 'la gente de bien'

Hayek nació en Viena, la capital del Imperio Austrohúngaro, en 1899, en uno de los contextos históricos más conservadores del siglo XIX, cuando aún reinaba el viejo emperador Francisco José I, uno de los representantes del absolutismo monárquico más radical y más convencido de que su dinastía —los Habsburgo—, era desde tiempo inmemorial el más fiel instrumento de Dios en la tierra. Pero también en el contexto de los gloriosos tiempos de “La Viena roja” entre 1918 y 1934, en que el partido socialdemócrata obrero austriaco llevó a cabo numerosas transformaciones socioeconómicas y políticas para afrontar las penosas situaciones y los agitados y revolucionarios movimientos obreros que reclamaban los derechos de una clase trabajadora muy numerosa. Ya antes, en 1848, se había publicado El manifiesto comunista. Y ese mismo año llegó a Viena “La primavera de los pueblos”, la oleada revolucionaria que había estallado en París, lo que conmovió los cimientos del Antiguo régimen y provocó la aterrorizada reacción de una burguesía de profunda raigambre capitalista, entre la que se encontraban Hayek y los representantes de la Escuela Austriaca de Economía.

En 1917, año de la revolución rusa, Hayek estudiaba en la Universidad de Viena. En 1929, el año del crack, del desplome de la economía occidental, trabajaba en el Instituto de Investigación Económica de Viena. En 1933, año del inicio del horror nazi y fascista, Hayek enseñaba en la London School of Economics. Es en este contexto, en 1944, cuando publica su famoso Camino de servidumbre, en el que desarrolla la tesis de que la planificación económica destruye la libertad individual. Hay que reconocer, como afirma Julio H. Cole en su artículo Hayek y la Justicia social: Una aproximación crítica, que “en esta época la amenaza totalitaria era muy real. Solo hay que recordar la famosa frase de Mussolini: “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”. Pero, continúa Cole,la tesis de Hayek solo es una explicación parcial del totalitarismo como fenómeno histórico, y su predicción de que la planificación conduce al totalitarismo no se ha visto confirmada por la experiencia”.

Entre las numerosas críticas a este libro, Karl Polanyi cuestionaba la afirmación de Hayek de queen el pasado, ha sido la sumisión a las fuerzas impersonales del mercado lo que ha hecho posible el desarrollo de la civilización”. Para Polanyi, sin embargo, el desarrollo de las fuerzas sociales, incluido el funcionamiento de la economía, está organizado en función de los intereses comunes.

Ricos y pobres en Ayuso y Hayek

Hayek dedicó su vida y su obra a la sacralización y exaltación del capitalismo y el libre mercado, ese "orden espontáneo" que, como "la mano invisible", distribuye la riqueza de la manera más mágica, sabia e inteligente posible, así que los ricos se benefician por sus cualidades y méritos, y los pobres se perjudican por sus carencias y negligencias. Hayek, como vemos, no aporta explicación ni información alguna sobre el origen, generación o modo de producir la riqueza o la pobreza, su simple y débil discurso tautológico como su método axiomático de verdades autoevidentes, obvia o ignora las exigencias y rigor del método científico: Los ricos son ricos porque tienen riqueza y los pobres por su pobreza, sin más.

Todo el discurso de Hayek en el capítulo III de su libro Fundamentos de la libertad, publicado en 1975 por Unión Editorial, tiene como objetivo justificar y legitimar la desigualdad, pero, sobre todo, el rol extremadamente beneficioso que desempeñan los ricos de manera involuntaria en favor de los pobres.

“La riqueza, el bienestar, así como el rápido progreso económico son el resultado de la desigualdad y resultaría imposible sin ella". “Son los ricos, su inventiva e ingenio, su capacidad de arriesgarse y su capital quienes generan el aumento de la población y la posibilidad de salvación de los pobres, que se aprovechan del conocimiento y de la experiencia de los ricos. Sin los ricos, los pobres que hubieran podido sobrevivir hubieran sido mucho más pobres”.

Después de un largo discurso de exaltación y defensa de los ricos, alabanza de los empresarios e incluso de la clase ociosa del capitalismo, el mismo Hayek piensa que puede ser un poco excesivo, por lo que en la página 61 manifiesta:

“La afirmación de que, en cualquier fase del proceso, los ricos, mediante la experimentación de nuevos estilos de vida todavía inaccesibles para los pobres, realizan un servicio necesario sin el cual el progreso de estos últimos sería mucho más lento, se le antojará a alguien un argumento de cínica apologética traído por los pelos”.

Hayek defiende y exalta el capitalismo y a los ricos y pretende elevar a demostración empírica lo que no es más que su subjetiva concepción valorativa y su ideal

Hayek parece reconocer que a una persona que defiende principios y valores condenables, o que adopta un frío y sardónico realismo, se le llama cínico. Pero lo cierto es que su cosmovisión no se cuestiona con adjetivos calificativos tales como cínico, simple o falaz, sino que se fundamenta en un economicismo extremadamente clasista que defiende y exalta el capitalismo y a los ricos y que pretende elevar a demostración empírica lo que no es más que su subjetiva concepción valorativa y su ideal.

Por otra parte, con la demolición del muro de Berlín, la quiebra de la concepción igualitaria, la pretendida desaparición de la clase trabajadora y el abandono de la conciencia de clase, ya no existe la clase obrera, ni las diferencias de clase, ni las brechas salariales, por lo que se podría preguntar por qué seguir utilizando las simples e infantiles explicaciones de la envidia y el rencor, o culpabilizar y anular el menor atisbo reivindicativo reduciéndolo a cualidades nocivas psicológicas.

¡No existe la lucha de clases! En efecto, porque, como tan felizmente celebran las oligarquías y sus políticos, ¡la ganaron ellos! 

La catalaxia. El orden extenso del mercado

Todas las ideas de Hayek giran alrededor del mercado autorregulado, excepcional fuente de transmisión de conocimientos e informaciones que avanza y funciona sin dirección ni centro. Todos, sin pretenderlo y buscando únicamente el propio y egoísta interés, cooperan inconscientes en el progreso y bienestar de todos. El libre mercado es un orden inaccesible a la razón, es necesario aceptarlo sin intentar comprenderlo, es necesaria una adaptación incondicional, una fe ciega. 

“El mercado siempre tiene razón, por lo que no hay moral, ni justicia, ni derecho… que puedan ponerlo en cuestión” (Urrutia León. M. Crítica de las ideas éticas, políticas y sociales del neoliberalismo de F: Hayek, Pensamiento, vol. 72(2016) núm. 274).

Hayek y sus cada vez más ignorantes y mediocres seguidores exaltan la libertad, como la seña de identidad y el más preciado patrimonio del neoliberalismo que profesan, pero ¿de qué libertad hablan? ¿Qué es para ellos y como conciben la libertad? Es clásica la desafortunada definición de Isaac Berlín de la libertad negativa, la libertad como no impedimento ni obstáculo a las acciones de los individuos. Es la libertad de actuación económica esencialmente. Es también una idea de la libertad como un atributo personal que se manifiesta esencialmente en la elección de consumo sin relación alguna con las situaciones y relaciones socio-económicas que tanto condicionan a los seres humanos.

Para la izquierda, la libertad es la lucha por la liberación y emancipación de todos los seres humanos. Es la libertad como autonomía y autodeterminación, como participación en el poder que me gobierna, lo que supone la facultad o poder de no obedecer otras normas que no sean aquellas a las que los ciudadanos han dado su consentimiento. La libertad es inseparable de la igualdad. La izquierda concibe la libertad como no dominación, como no estar sometido al arbitrio, dominio, tiranía o explotación de unos seres humanos por otros. Y es también la libertad de no estar sometido a necesidades y miserias tan grandes que no tengas ni la libertad ni el derecho de vivir.

Señalaba el profesor Urrutia, en relación con el énfasis que pone Hayek en el sometimiento ciego a las leyes del mercado:

“Resulta cuando menos curioso que el gran campeón de la libertad, que identifica el inicio de la civilización con la liberación de la sumisión del individuo al colectivo, acabe por justificar la renuncia a la libertad para someterse a un orden impersonal. “Libertad significa confiar en cierta medida nuestro destino a fuerzas que escapan a nuestro control, algo que parece intolerable a esos constructivistas que creen que el hombre puede domeñar su destino, como si la civilización y la razón misma fueran obra suya”. (2014:217)

Las palabras de Ayuso, como las de tantos ultraderechistas, neoconservadores, fascistas y capitalistas se basan y pretenden fundamentarse en las teorías de la Escuela Austriaca de Economía, con Menger, von Mises, Hayek, Böhm-Bawerk, Friedman, los Chicago Boys, Pinochet, Thatcher, Reagan y tantos otros seguidores.

Esa Escuela consiguió dar un giro copernicano a la concepción de la Economía, no sólo borrando el término Política de su denominación Economía Política, sino también cambiando el objetivo y finalidad de la disciplina, estableciendo un nuevo paradigma económico, destinado a sustituir la concepción objetiva de la Economía como ciencia de la producción, distribución e intercambio de bienes y servicios y de las relaciones de producción, por una concepción que se centraba en el sujeto y en el mercado, desplazando al trabajo de la posición central que hasta entonces había ocupado en el pensamiento económico.

Este nuevo paradigma rechazaba la teoría del valor de Marx, en la que tenían cabida la clase obrera y los conflictos entre clases, y la sustituía por una teoría subjetiva del valor en la que solo tienen cabida las necesidades de consumo y los diferentes valores que los individuos confieren a determinados bienes. Con la Escuela Austriaca y la “revolución marginalista” desaparece el trabajo de los obreros y la explotación laboral.

La enorme difusión y éxito de estas teorías está en la base del auge de la ultraderecha facha y no facha, del neoconservadurismo liberal e iliberal y de las derechas de toda la vida. Y, sobre todo, está en la incesante elaboración y construcción de ese sujeto capitalista defiende y exalta el capitalismo y a los ricos y que pretende elevar a demostración empírica lo que no es más que su subjetiva concepción valorativa y su ideal —a veces de extracción obrera— que asimila y encarna esa "cultura” capitalista, esas consignas simples que terminan por neutralizar cualquier intento de rebelión.

Vivimos una época en la que las ideas revolucionarias, las teorías emancipadoras y marxistas, inician un declive y retroceso ideológico en el que las vanguardias aparecen impotentes para renovar las esperanzas de transformación, para construir nuevas alternativas, una época además de implacable contraofensiva neoliberal y ultraderechista que inevitablemente evocan al fascismo más salvaje y antidemocrático… En este contexto nos podríamos plantear: ¿Qué es ser de izquierdas en el siglo XXI? ¿Ser anticapitalista es rasgo suficiente que define y justifica por sí mismo la cosmovisión izquierdista? ¿Existe hoy un proyecto emancipador global colectivo que unifique, coordine y sea motor de transformación?

Necesitamos un pensamiento vanguardista, unificador, un nuevo paradigma de oposición y lucha que, apoyado en las conquistas que tanto costaron a las fuerzas progresistas, socialistas y comunistas, profundice y amplíe el horizonte de la concepción igualitaria, de la concepción inseparable de la igualdad-libertad. Necesitamos profundizar en la propuesta de una democracia como conciencia de colectividad y del bien común, como rechazo de las reglas formales, como proceso de eliminación de privilegios. Democracia como mayor Equidad y Justicia social. Sin olvidar el pensamiento crítico que contribuya a visibilizar y a eliminar la explotación histórica de clase, de género y de etnia. Necesitamos recuperar la capacidad de imaginar utopías, repartir la riqueza, generar y sostener la sensibilidad y perspectiva ecológica, sostener y participar activamente en la lucha feminista, necesitamos la empatía, la fraternidad, “El apoyo mutuo” del que nos hablaba el viejo austromarxista Kropotkin.

Necesitamos, como evocaba la poetisa Olalla Castro en su magnífico libro Entre-lugares de la modernidad,  “seguir soñando sabiendo que soñamos. Y soñarnos distintos. Y soñarnos al fin mejores”.

__________________

Isabel C. Martínez es ensayista.

Más sobre este tema
stats