Todos somos bases de datos

Una plaza era la última escena, muy confusa, pues la dominaba un mural enorme. Mostraba una pirámide de amplia base. No la formaban rocas, sino incontables números repetidos (ceros y unos) sin orden aparente. En el vértice superior, a modo de corona, tres personajes enlazados, como si jugaran al “corro la patata”, con gorras estilo Trump, con la grafía IA, con mayúsculas. Por encima, cómo sobrevolándola un grifo mono mando chorreante. De la base salía un gran cable conectado a un enchufe. ¿Sería la viñeta de El Roto? Qué más da.

La verdad es que al despertarme no le di mucha importancia, pensé que solo se trataba de un sueño; esos días tenía insomnios discontinuos. Para espabilarme salí a la calle. Veía a la gente y me imaginaba su encéfalo y corazón fundidos en un solo órgano. Compondrían una base de datos parciales. Sabía que algún día esa gente dejaría de existir. Entonces, cual alma en fuga, se perderían los datos acumulados durante toda su vida. Al momento me surgió la duda de si el ADN es un banco de datos; en ese caso nunca se perderán del todo si los individuos tienen descendencia. ¿Será así nuestro cerebro y no uno neuronal como lo planteaba Santiago Ramón y Cajal?

Inventaba qué persona tenía la pinta de estar bien instruida, con lo cual lo lógico es que poseyese más datos

En ese paseo, o en otros, trataba de imaginar qué características de las personas permitirían aventurar si guardaban muchas o pocas señales, características y valores que les permitiesen atesorar datos. Aquí se me presentaba la variable edad, lógico, pero venía matizada por el talle de la persona o la faz de la cara, que es un espejo del alma. Inventaba qué persona tenía la pinta de estar bien instruida, con lo cual lo lógico es que poseyese más datos. De pronto, se me representaron todos juntos en un móvil, como esos que llaman de datos ilimitados, pero de gran tamaño. Vi a mucha gente manipulando cajeros automáticos de sucursales bancarias. ¿Qué caminos seguirán los datos para convertirse en euros? En ese momento me digo si los ricos poseerán muchos y los pobres pocos, tanto datos como dineros. ¿O no será así?

En mi despiste, me planteaba la posibilidad de que esos datos, dentro de la nube telemática, no hubiesen migrado a las bases de datos de los dioses (dueños) de las redes, o se hubiesen amalgamado con los datos (personales, claro) de otra mucha gente que habla idiomas diversos. A propósito, los dueños de los centros físicos de datos utilizan un lenguaje universal. De pronto entendí lo del grifo y el cable trifásico. Agua y electricidad, todos cortocircuitados. Me alarmé. En mi tierra van a ubicarse tantos centros de datos que me temo que nos dejen sin agua y energía. 

Me pregunto si los próximos conflictos bélicos utilizarán los datos de munición. Si así fuese, mal veo a los pobres.

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Carmelo Marcén Albero es socio de infoLibre.

Una plaza era la última escena, muy confusa, pues la dominaba un mural enorme. Mostraba una pirámide de amplia base. No la formaban rocas, sino incontables números repetidos (ceros y unos) sin orden aparente. En el vértice superior, a modo de corona, tres personajes enlazados, como si jugaran al “corro la patata”, con gorras estilo Trump, con la grafía IA, con mayúsculas. Por encima, cómo sobrevolándola un grifo mono mando chorreante. De la base salía un gran cable conectado a un enchufe. ¿Sería la viñeta de El Roto? Qué más da.

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