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Las c-olas del covid

Anna García Hom

Decidir es apostar, y, hoy, entre las muchas opciones que quizás hubieran cabido para hacer frente al elevado número de contagios, la menos perjudicial a nivel social y a nivel económico es y sigue siendo la vacunación (a la espera de un acierto mejor). Escoger otra alternativa —el confinamiento para evitar contactos contagiosos— hubiera tenido, probablemente, un resultado distinto, y para quienes esto leen, me atrevo a sostener, no muy aplaudido. Si me equivoco, retrocedamos todos en el tiempo y recordemos nuestra experiencia carcelaria y el temor —admitido o no— de contagiarse y ser rehén de un sistema hospitalario sometido a un estrés sin parangón. Siendo esto así y sin entrar a valorar las particularidades, singularidades y subjetividades que han gobernado todas y cada una de las experiencias covid lo cierto es que lo que nos debería unir es la determinación para superar una circunstancia que, ya sea a nivel social o individual, deteriora nuestra calidad de vida cuando no la compromete. De este modo, y con la mirada puesta en lograr, como decimos, un resultado que equilibre en la medida de lo posible todos los factores en juego, el proceso de toma de decisiones siempre incluirá otros riesgos y, por tanto, siempre estará sometido al costo de oportunidad potencial en cada opción que no elegimos.

En este sentido, el debate abierto a propósito del incremento de contagios y las acciones a emprender para remitirlos nos debería proporcionar un espacio de reflexión para hacer un inventario de los pros y los contras de apostar por una opción y no por otra. Esto sirve además para cualquier decisión: sea esta de carácter administrativo o de naturaleza individual. Así pues, la controversia acerca del pasaporte covid, de los confinamientos escolares, del rechazo a recibir la vacuna, de la tercera dosis, etc., son apuestas que reconocen de manera explícita que se están tomando decisiones sobre futuros posibles cada uno con riesgos y beneficios. Y esto sirve para todos, seamos tomadores de decisiones adscritos a la gestión pública o a las creencias ideológicas.

En cualquier caso, las medidas administrativas que se adoptan para mitigar el impacto de los contagios sobre la estructura económica, social, individual, sanitaria, jurídica, etc., deben tratarse como apuestas donde se elige entre una serie de alternativas (vacunación masiva o selectiva, confinamientos sectoriales o totales) arriesgando recursos (sobrante de vacunas), evaluando la posibilidad de que tengan lugar distintos resultados (insuficiente efectividad de las vacunas o un elevado número de personas voluntariamente no vacunadas), y consideraciones sobre a qué damos valor (reactivar la economía y aliviar el sistema de salud). Pero lo mismo sucede si dichas medidas son adoptadas por los particulares. Como individuos, también elegimos entre una serie de alternativas (no vacunarse por principios, miedos, desconfianza o ignorancia o porqué ya lo hace el resto —la mal sonante inmunidad de rebaño—), evaluando la posibilidad de que tengan lugar distintos resultados (consecuencias no deseadas de la vacunación) y dando valor en este caso a lo que consideramos más sagrado, que son nuestros derechos y libertades frente a injerencias externas o, más aún, sobreestimar nuestra capacidad inmunológica frente la débil alteridad. Tanto en un caso como en otro cada decisión nos compromete a una ruta de acción que, por definición, excluye a otras.

Ya sea que seamos tomadores, receptores o comunicadores de decisiones nos iría mejor si pensáramos menos en si estamos seguros de lo que creemos y más en que tan seguros estamos

Como vemos, los elementos apostadores que constituyen cada decisión —elecciones, probabilidad, riesgo, etc.— son más obvios en unas situaciones que en otras: no es lo mismo apostar por una inversión financiera para el desarrollo y posterior administración de las vacunas que la misma inversión para cubrir los efectos devastadores sobre la economía (ERTES o similares). Casi es fácil apostar en este caso que el nivel de rechazo y posterior debate social sería harto diferente: los mismos grupos que se opondrían a una alternativa no lo harían en la otra. Lo mismo si la apuesta por no vacunarse responde a un temor —infundado o no— a los efectos de las vacunas, que no hacerlo por una actitud desafiante al sistema. Ambas apuestas tampoco recibirían similar nivel de rechazo social: en un caso, la cota de comprensión pública sería superior en el primer escenario que en el segundo.

Vistas así las cosas sucede que en la mayoría de nuestras decisiones (sean como sociedad o como individuos) no apostamos contra otras personas. En realidad, estamos apostando contra todas las versiones futuras de nosotros mismos que no elegimos y ello, insistimos, como sociedades y como sujetos. Cada vez que elegimos algo estamos apostando a un futuro potencial, es decir, apostamos a que la versión futura de nosotros mismos que resulte de las decisiones que tomamos será la mejor versión posible. Lo que está en juego en una elección así es que la ganancia inmediata (en términos de salud, de dinero, de libertad, de calidad de vida, de valores, o lo que tenga valor para nosotros en esas circunstancias) será mayor que lo que estamos dejando de lado al apostar en contra de todas las otras versiones futuras.

Si esto es así, ¿cómo podríamos estar seguros de que estamos tomando la mejor alternativa? ¿Y si hay otra que nos da mayores satisfacciones? La respuesta es que no podemos estar seguros, y no lo podemos estar porque existen dos elementos que están fuera de nuestro control y que también pueden afectar al resultado: el azar y la incertidumbre. No reconocer el rol determinante de ambos nos encadenará a una eterna disputa estéril encapsulada en la vivencia de las decisiones públicas como imposiciones y en las particulares como egoísmos.

Ya sea que seamos tomadores, receptores o comunicadores de decisiones nos iría mejor si pensáramos menos en si estamos seguros de lo que creemos y más en que tan seguros estamos. Por el momento, las olas del covid traerán colas.

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Anna Garcia Hom es socióloga y coautora de Manual del miedo. Peligro, riesgo, incertidumbre y caos. (Avant Ed.)

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