La crisis del programa andaluz de detección precoz del cáncer de mama no ha surgido de la nada. No es fruto de un error técnico ni de un descuido administrativo. Es la consecuencia directa de siete años de políticas que han debilitado deliberadamente los cimientos de la sanidad pública andaluza. Lo que se está viviendo hoy —colapsos en las unidades, retrasos en las citaciones y una caída en la confianza de las pacientes— no es más que el desenlace lógico de una estrategia que priorizó los recortes y la gestión externalizada por encima de la prevención y la vida.
Durante más de dos décadas, el programa de cribado de cáncer de mama había sido un motivo de orgullo colectivo. Un símbolo de cómo la sanidad pública podía cuidar de su gente con eficacia, sensibilidad y justicia. Cada cita en una mamografía era una promesa cumplida: la de que la salud de las mujeres no dependía del dinero que tuvieran en la cuenta, sino del compromiso de una comunidad con su bienestar. Ese espíritu es el que se ha ido diluyendo lentamente entre contratos temporales, ratios imposibles y hospitales que se ven obligados a hacer más con menos.
Hoy, los datos empiezan a mostrar el daño: menos mujeres llamadas, más demoras en las pruebas, más diagnósticos tardíos. Pero detrás de cada cifra hay historias reales, nombres, familias, miedos. Está la mujer que lleva meses esperando una llamada que no llega. Está la enfermera que encadena turnos dobles para cubrir a sus compañeras. Está la médica que, a pesar del agotamiento, sigue empujando para que el sistema no se derrumbe del todo. Son ellas las que sostienen con esfuerzo lo que la política del Partido Popular está dejando caer.
El discurso oficial lo maquilla. Hablan de “ajustes”, de “nuevos modelos de gestión”, de “eficiencia”. Pero en la práctica, esas palabras son eufemismos para esconder un vaciamiento premeditado. La eficiencia no consiste en ahorrar a costa de retrasar diagnósticos, ni en medir resultados sin entender sufrimientos. Si una mujer recibe su mamografía con meses de retraso y el cáncer avanza, ¿de qué sirve la eficiencia? Si el sistema se sostiene gracias al sacrificio de profesionales agotadas, ¿qué clase de modernización es esa?.
La desatención no es sólo un fallo sanitario: es un atentado moral. Porque estamos hablando de un programa que salva vidas, que reduce la mortalidad y que ofrece esperanza. Dejarlo caer no es un error técnico: es una decisión política. Y toda decisión política tiene responsables con nombres y apellidos.
La desatención no es sólo un fallo sanitario: es un atentado moral. Porque estamos hablando de un programa que salva vidas. (...) Dejarlo caer no es un error técnico: es una decisión política
El Gobierno de Moreno Bonilla ha insistido en que el sistema funciona, en que los recursos son suficientes. Pero cada centro de salud saturado, cada mujer olvidada en la lista de espera, desmiente ese relato complaciente. No hay excusa que justifique que una política pública esencial, construida durante años con el esfuerzo de miles de profesionales, se degrade bajo la indiferencia gubernamental.
Andalucía necesita una sanidad que cuide, no una que justifique su abandono con discursos tecnocráticos. Necesita volver a colocar la prevención en el centro, reforzar las plantillas, dignificar los contratos y escuchar a quienes advierten desde dentro que el sistema se resquebraja. Las trabajadoras sanitarias no piden milagros: piden medios, respeto y estabilidad. Y las mujeres andaluzas no piden privilegios: piden que se respete su derecho a la detección temprana, a vivir.
No hay nada más profundamente político que decidir a quién se cuida y a quién se deja esperando. Por eso defender el programa de detección precoz del cáncer de mama no es solo una lucha por un servicio concreto: es una defensa del sentido mismo de la sanidad pública. Es decir “no” al abandono, “no” a la precariedad, y “sí” a una política que mire a las personas y no a los balances.
La salud de las mujeres no puede depender del azar, ni de la retórica de quienes se esconden tras cifras maquilladas. Cada demora, cada silencio, cada mamografía perdida, es una grieta en la confianza de toda una sociedad. Andalucía no merece vivir con miedo a enfermar, ni ver cómo se destruye, sin ruido, una de las conquistas más humanas de su historia reciente. Toca recuperarla. Toca levantar la voz. Porque la sanidad pública no se defiende sola: la defienden quienes no se resignan a verla morir.
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José González Arenas es secretario de Medio Ambiente del PSOE de Córdoba.
La crisis del programa andaluz de detección precoz del cáncer de mama no ha surgido de la nada. No es fruto de un error técnico ni de un descuido administrativo. Es la consecuencia directa de siete años de políticas que han debilitado deliberadamente los cimientos de la sanidad pública andaluza. Lo que se está viviendo hoy —colapsos en las unidades, retrasos en las citaciones y una caída en la confianza de las pacientes— no es más que el desenlace lógico de una estrategia que priorizó los recortes y la gestión externalizada por encima de la prevención y la vida.