También el insulto puede ser un arte, porque en la dimensión del lenguaje está la mecha que puede prender una discusión, la fuerza de una reivindicación o la dimensión intelectual de una réplica.
A veces, en cambio, el insulto vive en la majadería, la falta de control de las palabras o la comunión con un ser humano irritado que descontrola sus recursos lingüísticos sin acariciarlos, sin marcar los tiempos, sin conocimiento apenas.
En el mundo literario, las batallas dialécticas han dado los mejores versos, las más acertadas respuestas, los asertos más geniales; quizá porque la literatura es un campo amplio para crear, incluso dentro de los escritores más majaderos o menos ilustrados, los más dados a la falta o aquellos más taimados. Pero siempre el insulto ha sido parte de lo literario.
Con la opinión de Luis García Montero respecto a la relación de la dirección del Instituto Cervantes con Muñoz Machado, director de la Real Academia Española, uno puede estar más o menos de acuerdo, pero la afirmación del primero tiene que ver con una dimensión real del problema: lo alejado de Muñoz Machado a la filología, ámbito al que García Montero ha dedicado toda su vida.
Si tenemos en cuenta el recorrido intelectual de uno y otro, podemos colegir que el filólogo ha mantenido siempre una complicidad activa con las palabras, mientras que Muñoz Machado, abogado de profesión con bufete importante, ha tocado la Academia como un resorte para aplicar sus conocimientos económicos en la revisión de la deuda de la institución. Si este es suficiente mérito como para ostentar el cargo que ocupa, esa opinión queda en manos de los y las que lo han elegido, evidentemente, pero también aporta conocimiento respecto a la figura del director de la RAE.
García Montero no hizo más que poner sobre la mesa una incomodidad que viene de lejos, un asunto que ya se viene larvando desde los primeros momentos de la relación de la RAE con el Instituto Cervantes, capitaneados ambos por sus responsables actuales, y que evidencia una falta de entendimiento en cuanto a lo mollar de la defensa y las competencias en materia lingüística del español.
Pero lo que llama la atención es la inquina con la que los defensores de Muñoz Machado han salido en tromba en la prensa nacional. Parece como si estuvieran esperando para acrecentar su odio, para liberar las compuertas del insulto y activar los mecanismos del faltón, carente de sensibilidad, hacia quien sea y de la forma que sea.
El Cervantes Álvaro Pombo utiliza su artículo en ABC para cargar contra la izquierda con afirmaciones ridículas sobre lo que él llama “izquierda millonaria”, y que describen el afán de su crítica al dinero que cada uno tiene el derecho de ganar en la vida, como si ocupar un cargo público abriera las puertas de la caja fuerte para el enriquecimiento personal de quien lo ostenta.
Flaco favor hace Pombo a la literatura, a esa que algunos están empezando a calificar de izquierdas o de derechas
El servicio público que ofrece el Instituto Cervantes tiene más de vocacional que de afirmación de lucro; y achacar a la gestión, no solo el enriquecimiento, sino también la característica de ser de izquierda, podría llevarnos a tiempos de muy poco beneficio en el ámbito de la cultura que tampoco beneficiarían al premio Cervantes.
Pero se equivoca Pombo al seguir este camino, porque, sobre esa base, pierde la dignidad achacando también a García Montero la característica de poeta menor.
Los que dedicamos nuestra vida a la poesía sabemos (cosa que parece ignorar el reciente premio Cervantes), que la poesía del granadino viene definiendo un camino muy interesante para el estudio y la afirmación de la poesía experiencial, contra la que también carga Pombo; y que, además, ignorar esto es cometer un error mayor en la revisión de los y las poetas que hicieron su obra fundamental entre finales del siglo XX y principios del XXI. “Tú me llamas amor, yo cojo un taxi”, verso al se refiere Pombo con inquina en su crítica, es uno de esos resortes que marcó un antes y un después de la poesía española, rescatando lo que Machado calificaba como “Lo que pasa en la calle”, frente al lenguaje altisonante que, lejos de comunicar, siembra de ruido el diálogo entre el escritor y el lector.
No es verdad, por tanto, que García Montero sea un poeta menor –en palabras de Pombo–, porque tanto su poesía como sus estudios filológicos ponen de manifiesto la fuerza de su lenguaje, el descubrimiento de un movimiento de revolución de la poesía española, que marca un hito en la contestación a la poesía venecianista de los novísimos, y que desciende a unos resortes que facilitaron el acercamiento a la lírica de muchos lectores y lectoras entonces muy poco dados a leer el género.
Ni comunistas millonarios ni poetas menores. Porque lo que también olvida Pombo es que esta sociedad en la que vivimos, tendente a reafirmarse en la negación de la literatura, puede seguir construyendo su rechazo animado por las afirmaciones pueriles de algunos intelectuales que, al afirmar desde el insulto, hacen saltar también el insulto en los no avisados. Flaco favor a la literatura, a esa que algunos están empezando a calificar de izquierdas o de derechas.
No ofende quien quiere, sino quien puede. Es por tanto necesario poner las palabras de Pombo en el ruedo del juego ibérico del insulto, pero un insulto menor, esta vez sí, impulsado por la sangre alterada y no por la inteligencia y la capacidad de reflexión del que insulta.
Si Pombo quiere ser una cámara de eco de sus opiniones, estas deberían nacer, no de la inquina, sino desde lo ponderado de un juicio crítico. Y si se trata de ser el espolón del debate literario, se tiene que hacer con más gusto. Porque la verdad, sea esta cual sea, se defiende con verdad.
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Javier Lorenzo Candel es poeta.
También el insulto puede ser un arte, porque en la dimensión del lenguaje está la mecha que puede prender una discusión, la fuerza de una reivindicación o la dimensión intelectual de una réplica.