Por qué la cultura debe digitalizarse

Inma Ballesteros

Los últimos veinte años del siglo XX fueron el escenario perfecto para el desarrollo de las industrias creativas. Aunque inicialmente las teorías de Adorno no fueron bien acogidas por los planificadores de las políticas públicas, la experiencia en la recuperación de espacios urbanos en el entorno local supuso un espaldarazo para la consagración del sector. En ese momento se pusieron en marcha estrategias para impulsar la recuperación económica a través de los contenidos culturales y el usufructo de la propiedad intelectual. Además, se descubrieron los beneficios sociales que aportaban estas políticas culturales, así como las nuevas formas de producción y consumo que se estaban generando.

Desde aquel momento hasta ahora ha llovido mucho, y la evolución del concepto de cultura como industria y como cemento social ha generado una nueva realidad. En la segunda década del siglo XXI tenemos un nuevo contexto protagonizado por la revolución digital. Ahora debemos abordar esta nueva realidad cultural con fórmulas más complejas. El nuevo escenario afecta de igual manera a la creación y a la gestión. La tecnología ha modificado las formas tradicionales de expresión artística y ha traído nuevas herramientas para gestionar la oferta cultural. Sin embargo, una gran parte de los profesionales de la cultura, que mayoritariamente se desempeñan como autónomos o en pymes y micropymes, desconoce las reglas del juego de este nuevo contexto. Esto es algo que nos debería preocupar, a mí personalmente me genera una gran inquietud.

En este nuevo escenario se fortalecen los vínculos entre la investigación científica y la creación artística, aunque esta relación tiene un largo recorrido. Muchos de los avances tecnológicos de los que disfrutamos hoy aparecieron antes en la creación literaria o en el cine. En 1935, Stanley G. Weinbaum escribió un relato breve titulado Pigmalion’s Spectacle, en el que hablaba de una invención que hoy podríamos identificar como la Realidad Virtual. Años más tarde, William Gibson popularizó el término “ciberespacio” en su novela Neuromancer, en la que hablaba de clusters y constelaciones de datos. Este mundo imaginario que él llamó The Matrix tomó forma también en el cine de la mano de Lana y Lilly Wachowski. Estos relatos, originariamente identificados como distopías, han contribuido a diseñar lo que hoy se ha convertido en nuestro presente.

Ahora la digitalización genera una sobredosis de oferta que hace cada vez más difícil separar el grano de la paja

La revolución digital nos ha traído muchas oportunidades, que hemos desarrollado sobre todo en el ámbito de la socialización y la comunicación. La sociedad ha encontrado cauces y nuevas vías de expresión, y esto ha sido también una oportunidad para la creación cultural. La intermediación ha ido difuminándose de manera paulatina, lo que ha permitido llenar de diversidad la oferta de contenidos culturales y sacar a la luz muchas propuestas que serían descartadas en base a los modelos tradicionales. Sin embargo, no se trata solo de presentar en las redes sociales la creación independiente. Para que sea posible contar con un universo creativo diverso, es necesario conocer más a fondo cómo funciona el entorno digital. Además, si la intermediación en cierta manera realizaba una labor de edición, ahora la digitalización genera una sobredosis de oferta que hace cada vez más difícil separar el grano de la paja.

A pesar de las interconexiones entre ciencia y arte, todavía son escasos los intercambios directos de conocimientos. No existen espacios de confluencia en los que profesionales de ambas disciplinas puedan encontrarse y compartir la experiencia de sus procesos de investigación y sus conocimientos. Por eso vale la pena destacar proyectos como DigitalizArte, en el que participa la Fundación Alternativas. Se trata de una iniciativa dirigida a creadores culturales y científicos para que puedan evolucionar en el conocimiento de la comunicación audiovisual a través de un canal como YouTube. Comunicar en la era digital no es subir contenido a las redes sociales. Detrás del éxito de los creadores de contenido hay un trabajo riguroso de selección de información, diseño de estrategias de posicionamiento y análisis de resultados. Por eso, si queremos fomentar la presencia de la cultura y la ciencia en la sociedad, es crucial enfocarse también en el entorno digital y entender su funcionamiento.

Este es el momento para experimentar, innovar y plantear nuevos modelos. Las organizaciones culturales y los profesionales del sector tienen la responsabilidad de dar a conocer su trabajo para captar audiencias y poner en valor la cultura. Debemos entender este proceso como un largo viaje en el que a veces nos encontraremos perdidos. Sin embargo, es necesario iniciar esta aventura hacia territorios desconocidos porque es el único camino que tenemos para avanzar. Y quién sabe, tal vez lleguemos a averiguar si los androides sueñan con ovejas eléctricas.

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Inma Ballesteros es directora de Cultura y Comunicación en la Fundación Alternativas.

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