Delirio xenófobo

Òscar Banegas

Tengo que reconocer, antes que nada, que el título no es mío, sino que esta expresión la utilizó la ministra portavoz del Gobierno español, Pilar Alegría, en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros del 8 de julio. Hablaba sobre la enésima ocurrencia racista de Vox, que ahora propone expulsar a los casi ocho millones de inmigrantes que hay en España a través de un proceso que denomina remigración masiva, un término que ha copiado de los neonazis de la ultraderecha alemana y que incluiría a las segundas generaciones, es decir, a personas nacidas en el Estado con DNI español que la formación ultra querría repatriar no sé muy bien a dónde, cómo ni bajo qué criterios, porque lo de que no se han adaptado a los usos y costumbres y que protagonizan escenas de inseguridad en nuestros barrios es una mentira tan colosal y de un racismo tan monumental como el descaro de los mismos proponentes que, por cierto, olvidan la historia. Y aquellos que no pueden recordar el pasado, como dijo el filósofo George Santayana, están condenados a repetirlo. Por eso este discurso me recuerda tanto al del señor del bigotito.

¿De qué manera se comprueba que estas personas que han huido de la miseria o la persecución y que han llegado buscando un presente y un futuro mejores no están respetando nuestros hábitos y nuestras tradiciones? ¿Se refieren a la tauromaquia y a las procesiones de Semana Santa o a comer paella, tortilla de patatas o cocido los domingos? ¿Ir a misa y ver los partidos de fútbol o echar la siesta, bailar sevillanas o comer jamón? ¿Cómo se mide eso de preservar la identidad española? El magistrado y jurista valenciano Joaquim Bosch Grau señala que el 98% de los extranjeros no comete delitos en nuestro país según los datos oficiales, y también resulta que el 89% de los inmigrantes menores no acompañados trabaja, estudia o compagina las dos actividades. Por tanto, vincular inmigración con delincuencia es una discriminación vergonzosa, como también lo es relacionar homosexualidad con pederastia. Pero, claro, tanto ir el cántaro a la fuente que al final se rompe, y Santiago Abascal, que hace el rendibú a Meloni, Orban y, sobre todo, al alocado de Trump, los sigue como un perrito faldero, imita sus discursos xenófobos y ahora plantea una aberración en que equipara el origen de las personas con su conducta, además de querer hacernos creer que los inmigrantes nos quitan los puestos de trabajo, roban a espuertas (como si ellos, los políticos de guante blanco, no lo hicieran), matan o violan a nuestras mujeres, nada más lejos de la realidad. Porque, contradiciendo a uno de los colaboradores más próximos al führer, el ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich Joseph Göbbels, aunque una mentira se repita cien veces, no se convierte en verdad.

Vincular inmigración con delincuencia es una discriminación vergonzosa, como también lo es relacionar homosexualidad con pederastia

Es triste ver que todavía en 2025 hay dirigentes retrógrados incapaces de entender que los migrantes nos enriquecen culturalmente, aportan económicamente porque pagan impuestos como todo hijo de vecino y generan el 20% de la riqueza nacional, y también son muy necesarios demográficamente dada la baja tasa de natalidad que tenemos desde hace muchísimos años. ¿Rocío de Meer (que manda huevos que con ese apellido tan manchego monte en cólera contra los forasteros) ha pensado quién le hará las tareas domésticas si destierra a todos esos millones de seres humanos que quiere echar? ¡Porque seguro que ella no sabe hacerse ni un huevo frito! ¿Quién trabaja en los mares de plástico almerienses de sol a sol? ¿Quién coge la fresa en Huelva? ¿Quién cuida de nuestros ancianos en sus casas o en las residencias? ¿Quién hace muchos de los trabajos más duros y exigentes en sectores como por ejemplo la construcción o el asfaltado de carreteras? ¿El barbudo de su jefe, que no da palo al agua y que abandona el escaño cada dos por tres? La vida laboral de cualquier recién llegado tiene más apuntes que la del líder de la ultraderecha española antes de entrar en política.

¿Por qué no té callas?, que diría el rey emérito, otro, por cierto, que nació lejos de nuestras fronteras y a quien también habría que desterrar, aunque en este caso ya se fue él voluntariamente bien lejos y con la cartera llena de dinero. Recomendaría a Vox que repensaran bien la iniciativa, puesto que si la aplican al pie de la letra, encontrarán en su formación dirigentes de familia argentina como Ortega Smith, cubana como Rocío Monasterio o guineana como Ignacio Garriga, que quizás habría que devolverlos a sus países de procedencia. Por no hablar de Bertrand Ndongo, Hermann Tertsch, Juan García-Gallardo Frings o la propia De Meer. Ah, y aunque del PP, la boluda Cayetana Álvarez de Toledo también. A estos, los tirarán los primeros, ¿no? Si más de uno de Vox mirara su árbol genealógico o se hiciera un estudio genético de ADN y viera que tiene raíces celtas, romanas o árabes y no arias de pura raza, le daba un ictus y la palmaba al ver los resultados. Si se ponen tan estrictos, algunos de ellos serán enviados a la Cochinchina.

Entre los veintiséis millones de rojos que querían hacer desaparecer y ahora los ocho millones de foráneos que les estorban, veo a los diputados José María Figaredo, Pepa Millán y compañía remangados recogiendo melones en los bancales. Y digo yo una cosa, puesto que en la España de Vox no cabemos treinta y cuatro millones de personas, ¿no sería más fácil darle la vuelta a la tortilla y que remigren ellos masivamente a una isla desierta en medio del Pacífico, puesto que no creo que los acojan en ningún otro lugar que no sea los Estados Unidos, Hungría o Argentina? O que vayan a colonizar Marte si quieren, el caso es que los únicos que sobran aquí son ellos, que se vayan a freír espárragos y nos dejen en paz. Ah, y si se llevan los fondos buitres extranjeros y las plataformas de pisos turísticos que están expulsando a la gente de sus casas y desplazando negocios de barrio como el caso de la librería 80 Mundos de mi ciudad, mejor que mejor.

Ya sabemos que el modus operandi de la extrema derecha es infundir miedo, puesto que no pueden ofrecer otra cosa que no sea el terror y la amenaza. Por eso generan malestar, crispan a la sociedad y atacan al más débil para tenerlo subyugado, domesticado. Repiten como loros su mantra, que muchos ignorantes compran con los ojos cerrados. Pero sabemos que, en el fondo, no quieren hacer volver a su país a nadie porque la formación verde representa los intereses de los grandes empresarios explotadores, a los cuales no les haría ninguna gracia quedarse sin mano de obra barata y dejar de forrarse. Tanto los voceros del enfrentamiento como sus ignaros seguidores desconocen que ningún ser humano tiene menos derechos por haber nacido en un determinado lugar del planeta, cruzar un mar o un océano o saltar un muro o una valla. Pero me temo que sí que harán una clara distinción: cómo de llenos traen los bolsillos cuando llegan a nuestro territorio. Inmigrantes son los oligarcas rusos que compran, a tocateja, mansiones de lujo por toda la costa mediterránea, como también lo son los chinos que abren negocios de todo tipo por nuestra geografía. Los británicos que viven hace treinta años en el norte de la provincia de Alicante y que no sueltan ni una palabra en castellano, ¿respetan la idiosincrasia española? Los padres de Nico Williams y Lamine Yamal no son nacidos dentro de nuestras fronteras. ¿Piensa Vox repatriarlos a sus países de procedencia? ¡Qué desprecio!

En pleno siglo XXI, la idea de expulsar a millones de personas porque incomoda su color de piel, su religión, cómo visten o qué comen como ya hizo en el pasado el fascismo no es solo inadmisible, sino muy peligrosa y corrosiva para la democracia. A mi entender, estos discursos que incitan odio y atacan la convivencia no tienen cabida en una sociedad moderna, avanzada, democrática y progresista como la nuestra. Los principios humanos son intocables, y por eso conviene combatir firmemente estos pensamientos racistas colectivos que, desgraciadamente, en los tiempos que corren, cada vez calan más entre la juventud. Además, hace falta un poquito de sensatez y cordura en este mundo de locos en que vivimos, más conciencia humana, más solidaridad, más justicia social, más moral... Amar al prójimo sin ningún miramiento, ayudar a quien lo necesita. Son personas de carne y huesos como los mismos cavernícolas que los quieren deportar. Por eso la propuesta, por disparatada, es un auténtico delirio xenófobo, un desvarío racista, una locura supremacista, una alucinación insensata, una paranoia anticonstitucional, un despropósito fascista. Señores de Vox, más sentido común y más defensa de los derechos humanos, y menos pamplinas estúpidas y polémicas esperpénticas.

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Òscar Banegas es filólogo y trabaja como técnico lingüístico en el Servicio de Lenguas de la Universidad de Alicante.

Tengo que reconocer, antes que nada, que el título no es mío, sino que esta expresión la utilizó la ministra portavoz del Gobierno español, Pilar Alegría, en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros del 8 de julio. Hablaba sobre la enésima ocurrencia racista de Vox, que ahora propone expulsar a los casi ocho millones de inmigrantes que hay en España a través de un proceso que denomina remigración masiva, un término que ha copiado de los neonazis de la ultraderecha alemana y que incluiría a las segundas generaciones, es decir, a personas nacidas en el Estado con DNI español que la formación ultra querría repatriar no sé muy bien a dónde, cómo ni bajo qué criterios, porque lo de que no se han adaptado a los usos y costumbres y que protagonizan escenas de inseguridad en nuestros barrios es una mentira tan colosal y de un racismo tan monumental como el descaro de los mismos proponentes que, por cierto, olvidan la historia. Y aquellos que no pueden recordar el pasado, como dijo el filósofo George Santayana, están condenados a repetirlo. Por eso este discurso me recuerda tanto al del señor del bigotito.

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